Escribir bien las ciencias sociales, una idea de noble propósito


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Es por el placer de la lectura –excitación de la investigación,
originalidad del tema, gusto de aprender, emoción estética–
como se puede ganar al lector

Iván Jablonka

                                                       

En el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello se ha venido desarrollando desde hace tres años el seminario “Hacer y escribir ciencia. Problemáticas y retos de la escritura desde y para las ciencias sociales”, primero con dos ediciones en 2018 y luego con otras dos en 2019 (la segunda vez en la sede del CIPS), evento de tono docente y de debate que persigue un propósito noble a la vez que muy útil y, sobre todo, muy necesario.

En todas esas ocasiones reconocidos especialistas han disertado sobre las particularidades y exigencias de una buena redacción en las ciencias sociales. Posteriormente, los organizadores han apreciado y concebido la importancia de publicar un libro que recoja las distintas reflexiones presentadas sobre el tema, proyecto este que deseamos pueda concretarse, pues sería un volumen de mucha utilidad para la enseñanza.

Creado y dirigido por la editora e investigadora Anette Jiménez, estos seminarios se han realizado bajo la divisa de: “Escribir constituye una manera de elaborar significados sustanciales relevantes a un campo de estudio. La escritura, más que un producto textual es un proceso intelectual”.

Es bueno decir que, sobre este propósito, se ha debatido relativamente poco en nuestra academia. Quizá una excepción sea, en el ámbito de las artes visuales, la tesis de doctorado que defendió exitosamente el pasado año el crítico de arte y editor Ramón Cala, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Cala defendió su doctorado con el tema de la situación del género ensayo en las artes visuales cubanas de los años noventa del pasado siglo. En la tesis, el peso o centro gravitacional estuvo puesto en que, según su criterio, existió un buen nivel de escritura entre los críticos, surgidos en o ya practicantes de la crítica en esa década.

Para hablar solo de una de las ciencias sociales, la historia, en los tiempos recientes dos autores han planteado interesantes reflexiones sobre el tema que nos ocupa: un libro del historiador Oscar Zanetti, La escritura del tiempo. Historia e historiadores en Cuba contemporánea, de Ediciones UNION, 2014 y un texto publicado recientemente en la revista La Gaceta de Cuba, “Historias ¿Literarias?”, de Félix Julio Alfonso (que es una síntesis de su discurso de ingreso a la Academia de la Historia). Ambos textos poseen abundantes ideas en torno a lo que el seminario del Instituto Marinello ha puesto a debate.

Citaré algo que el excelente historiador Jorge Ibarra Cuesta me dijo en una ocasión: “José Luciano Franco gustaba decir que el problema más serio de la historiografía cubana radicaba en el carácter tedioso de sus textos”. Y tenía razón Ibarra, a pesar de que los textos de Luciano Franco distaban de ser los mejores escritos entre los historiadores cubanos.

Aprovecho este comentario sobre dichos seminarios para una acotación: la relación entre los historiadores y el género ensayístico parece contener algunas tensiones. Del historiador se exigen pruebas documentales, rigor en las afirmaciones, acuciosidad máxima, pero el ensayo es una forma de escritura donde se precisa de un ejercicio del pensamiento lo más libre posible, con análisis especulativos y conjeturas formando parte de su cuerpo de ideas y que se escapan de moldes rígidos. Lo subjetivo alcanza en el ensayo un papel decisivo. Lo intuitivo también. En ese contrapunteo puede decidirse la suerte de un buen escritor de historia. De manera que aproximar literatura e historia y hacerlas confluir es un procedimiento válido, intelectual y científicamente, y es, sin duda, muy cercano a la divisa que convocó al evento organizado en el Instituto Juan Marinello.

Las relaciones entre literatura e historia son más complejas de lo que parecen a primera vista. Han sido numerosos los intelectuales e historiadores que, desde épocas remotas, se han referido de manera contrapuesta a esa relación, hacia un lado y hacia el otro. Desde la antigüedad clásica hasta el presente la preocupación por las tensiones entre imaginación y veracidad han encontrado voces prestigiosas que han disertado, haciendo prevalecer, indistintamente, uno y otro extremo de los polos.

Me quedaré con la frase del académico francés Ivan Jablonka que dice mucho en pocas palabras: “La historia es más literaria de lo que pretende; la literatura, más historiadora de lo que cree”. Y es que no es lo mismo la literariedad que la discursividad en materia historiográfica. En la búsqueda angustiosa de su propia naturaleza epistemológica, la historiografía sigue bregando absurdamente contra las seducciones de la literatura.

El punto final del producto investigativo, como se conoce, es la publicación de la investigación, su socialización, y en ese ponto la calidad de la escritura es determinante. De manera que al historiador se le debe pedir estilo, elegancia, amenidad y prosa eficaz, de no ser así puede ocurrir (es lo usual) que su ardua investigación no llegue a muchos lectores o que estos, fatigados, abandonen la lectura del texto.                                                                  

En las humanidades los saberes se entrecruzan para gestar nuevos conocimientos, es su destino epistemológico y su basamento sustancial. La importancia de la hibridez de los saberes humanísticos, de su entremezcla fecunda y aleatoria en busca de nuevos conocimientos, es una de sus notables fortalezas. Es así entre literatura, poesía, sicología e historia y, de manera similar, ocurre entre fotografía y sociología, entre cultura visual y estetización de la realidad. Todo se combina y se hace poroso al tratar de alcanzar el carácter rashomoniano de la verdad. Los instrumentos cognitivos están ahí, solo se necesita encontrar los vínculos entre ellos que dan pie a la búsqueda de la verdad ansiada. No hay necesidad pues de establecer compartimentos estancos, ni estimular las desconfianzas mutuas entre literatura y las demás ciencias sociales, eso son prácticas nocivas, de lo que se trata es de entender los procesos que conducen al saber mediante la racionalidad epistemológica. Y la imaginación.

El lenguaje marca toda esta operatoria de pensamiento, esa es la clave de lo que aquí se discute: es preciso escribir bien e imaginativamente las ideas aún si se trata de la temática más densa y compleja. Las ideas deben apreciarse como formas sensibles y las formas, a su vez, deben tratarse como signos intelectuales, ese es el propósito. Las ciencias sociales son una suerte de militancia de la verdad, pero están obligadas a comunicarse y comunicarse bien con los lectores.

En resumen, escribir bien es tan necesario como encontrar pistas o verdades en el proceso investigativo y defenderlas con rigor y acierto metodológico. Aquí la forma se equipara en importancia al contenido. En las ciencias, en todas, es preciso escribir bien, con claridad y estilo. Se trata del complemento del contenido, de su terminación final como constructo intelectual.


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