Estrenan “Alejandría” en el teatro Sauto


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La historia de la humanidad se torna un círculo de barbarie al cual son arrastrados los símbolos de la sabiduría y la belleza.

¿Qué sugestión despiertan las bibliotecas para ser objetos de guerras o abandonos? ¿Qué magia alcanzan al crear espacios de luz para el conocimiento en ciudades desarrolladas o rincones de este planeta? Esas son las interrogantes que lanza al público la obra “Alejandría”, del dramaturgo Ulises Rodríguez Febles, llevadas a escena por el laureado director de Teatro D´Sur, el maestro Pedro Jesús Vera.

Durante su estreno en Matanzas, en el Teatro Sauto, Monumento Nacional, el público se acerca desde el principio a las tribulaciones de los personajes, encarnados por los actores Wilfredo Mesa, en el papel de El bibliotecario y Jorge Luis Castillo, en el de Laura.

 

 

El texto es de una calidad indiscutible, personajes históricos, legendarios, en tiempos paralelos. Dos seres encerrados entre anaqueles y libros que sufren las bifurcaciones del hilo que signa la vida, quebradizo en ocasiones; templado cual cuerda de acero que corta y rebana en otras.

La puesta, utilizando el teatro de arena, permitió a los espectadores casi rozar a los artistas  y así penetrar en este conflicto de elevada complejidad, que se remonta a los inicios en la antigüedad de la bibliotecología y sus principales exponentes, hasta el presente siglo XXI, con sus contradicciones entre el libro impreso y la era digital, a partir de la alegoría establecida entre quizás el eminente escritor y bibliotecario Jorge Luis Borges y una discípula, admiradora de su labor, pero ferviente seguidora de las nuevas tecnologías.

Las características especiales de la obra a partir de los personajes, subrayados por la mano maestra de Pedro Jesús Vera, alcanzan un elevado dramatismo con rasgos de humor o angustia en la interpretación de los dos grandes actores de Teatro D´Sur: Mesa en su defensa de lo clásico; Castillo como contraposición: los ojos puestos en el presente y el futuro del libro.

 

 

La escenografía del propio Vera hace derroche de tejidos junto a los volúmenes viejos y objetos de guerra empleados para momentos trágicos que matizan épocas y contenidos. La música y los efectos intencionan los estados febriles de los protagonistas.

El espectador no deja de estremecerse ante los sentimientos de devastación y frenesí que emanan de la obra artística; comprende el arrebato de proteger a esas sagradas instituciones humanas que representan las bibliotecas, frente al temor que provocan los cambios, la iniquidad y la violencia, surgido desde que la civilización se apoderó del mundo.


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