Eugenio Hernández Espinosa entre milenios


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Este 15 de noviembre el prestigioso escritor, dramaturgo y director teatral Eugenio Hernández Espinosa (El Cerro, La Habana, 1936), arriba a sus 85 años de edad; de los cuales la mayor parte ha dedicado a consolidar una obra en la que se respira interés por recrear la idiosincrasia insular y los valores más trascendentales de  nuestra cultura, cuyas raíces están ancladas en el legado de los negros traídos aquí como esclavos desde el África, y que vinieron a fundirse con la herencia del blanco español para finalmente conformar sólidas cimientes de nacionalidad insular.

Director fundador del grupo Teatro Caribeño de Cuba, El Negro Grande del Teatro Cubano —como lo bautizó el también poeta, crítico y dramaturgo Alberto Curbelo— afirma que su fortalecimiento como teatrista “tuvo mucho que ver su designación como director general del grupo Teatro de Arte Popular (1986), el cual tenía una característica muy especial: rescatar la cultura popular que en ese momento estaba muy deprimida y desvalorizada”.

Respeto hacia los orígenes de la religión Yoruba

Con cuidadoso respeto hacia los orígenes de la religión Yoruba, Eugenio acomoda estéticamente paradigmas, símbolos y signos propios del culto africano para desde esa premisa dialogar con el pasado y el presente, en tanto sugiere nuevos caminos que buscan salidas a los complejos y variopintos problemas que agobian al hombre de la contemporaneidad.

En esa intención, muchos de sus textos se introducen en el fenómeno del sincretismo, a través del cual cada una de las deidades africanas recibe el nombre genérico de oricha, orisha u orissa, y tiene su "equivalente" con un determinado santo católico, de acuerdo con los elementos sincréticos considerados históricamente.

“Yo siempre albergué la lucha de dos mundos que eran muy violentos desde el punto de vista cultural: la santería y el cristianismo. Yo pude conjugar ambas prácticas en la medida que encontré respuesta en algunos patakíes que eran similares a ciertas evocaciones bíblicas. La cultura es tan abarcadora que estas cosas se van uniendo y se van repitiendo en distintas esferas. No hay esa separación tan drástica entre un mundo y otro. Casi todas las filosofías tienen puntos de contacto, por lo tanto me fue muy cómodo entrar en el mundo de la santería y ver personajes como Obá en la Biblia.

“En uno y otro sitio —agrega— encontré mujeres muy estoicas, amantes del orden y los principios y todo me resultó muy cómodo. Pero, cuando empiezo a tener conciencia de que me están juzgando a partir de esa dicotomía, que para mí es una fusión muy orgánica, tomo partido con relación a problemas sociales que sí están enmarcados en nuestro contexto y no en el ámbito bíblico”.

La sociedad marginal y la Biblia

El Premio Nacional de Teatro 2005  tuvo su primer encuentro con la sociedad marginal capitalina en El Cerro, localidad (hoy municipio) habanera en la vivió a partir del primer año de nacido (1936), en el seno de una familia pobre —el padre era blanco, la madre, negra— que ocupaba la casa marcada con el número 415 de la calle San Pablo, prácticamente en el corazón de aquella populosa barriada donde, a pocos metros de su hogar, radicaba el cine City Hall, hoy sede de la compañía de Teatro Caribeño que él dirige.

Aunque estudió en un colegio protestante —Adventista del Séptimo Día—, bajo cuyos preceptos religiosos fue bautizado a los 12 años de edad, en su familia convergían varios credos, además del ya señalado, el católico, la santería y el espiritismo,  pero tuvo la posibilidad de elegir a que fe afiliarse.

“Cuando yo iba con mi padre y mi tía Julia a las sesiones espiritistas, me parecía como si estuviera en un teatro. Yo miraba todo sin prejuicio, por ejemplo, veía que entraba un personaje ─poseído─ y todo era muy normal para mí. Así me fui nutriendo de este mundo desde el punto de vista cultural, no religioso. Por otra parte, la Biblia se convirtió en mi libro de cabecera; con la guía de mi pastor, yo la leía completa cada año y después me entregaban un certificado. Para mí fueron impresionantes las historias del Antiguo Testamento, porque eran unas historias llenas de contradicciones. En mi casa, mi familia también me enseñó conceptos como la verdad, la justicia, la esclavitud y su papel en la Historia de Cuba, aunque a veces de manera empírica yo pude aprehender estas ideas.

“No fuimos los negros los que inventamos el racismo…”

Siempre he tratado —me ha dicho— de buscar mi espacio en la sociedad en que vivo.  No es un espacio que me regalan, sino que he ganado, que nos lo hemos ganado, y hablo del negro que soy. En la medida que determinados conflictos y fenómenos sociales en nuestra realidad desde el Siglo XIX hasta la fecha no se asuman con toda responsabilidad, vamos a seguir arrastrando el problema de los prejuicios raciales y el racismo.

Enfatizó asimismo que se trata de un asunto secular que no nació con La Revolución, pero al no darle el lugar para el debate, desde el punto de vista artístico, conceptual, estaremos contribuyendo, querámoslo o no, a que dicho problema persista y se agudice en el futuro.

“No fuimos los negros —agregó— los que inventamos el racismo. Me han tildado de hacer obras de la negritud, pero jamás he oído mencionar obras de la ‘blanquitud’. Nadie le dice a un autor blanco que ellos escriben nada más para blancos. Escribo de la realidad que conozco, además de que soy un autor que ha escrito obras donde aparecen blancos, La  Simona, Alto riesgo, Cheo Malanga... Si existieron Aponte, Manzano, Maceo, además de muchos profesionales, dirigentes y funcionarios  negros ¿por qué no voy a escribir sobre ellos?”.

Argumentó además que “el tema de la discriminación es muy complejo, sobre él se ha escrito mucho. Pero no se está haciendo en la medida que se escribe y el temor está en crear dogmas en relación con este. Nosotros, como pueblo joven comparado con otros países, tenemos la tendencia a esquematizar y no abrir el diapasón a un análisis mucho más profundo. Hay que tener mucho cuidado en relación con una situación que es de siglos y que se estudia por investigadores que buscan respuestas a cuestiones fundamentales con mucha hondura. Los paradigmas negros no existen. En la televisión y el cine el joven negro no es paradigma como también hay una negación marital interracial increíble, cuando en la sociedad eso es normal. El problema racial es muy sutil. La familia tradicional es la blanca. Y en las relaciones se usa el canon de Cecilia Valdés. El negro es un paradigma en el deporte, en la música”.

¿Edulcorar nuestra realidad es sinónimo de cubanía?

Eugenio añadió que, “a veces es una falacia y en ocasiones se es demasiado ‘acuñante’ el decir que uno está enajenado con ese tema. Basta que tú tengas en una obra un médico, un maestro u otro profesional para que el director escoja un actor blanco para que lo interprete. ¿Edulcorar nuestra realidad es sinónimo de cubanía? ¿Qué concepto nos excluye de lo que nos pertenece por derecho? Si recorremos nuestra historia veremos que, en el orden  espiritual y moral,  nuestros paradigmas no abrigaron ni un ápice de racismo. Todo lo contrario.

“No sería justo —enfatizó— silenciar el esfuerzo que hace nuestra dirigencia de vanguardia, en todos los aspectos, por exterminar ese flagelo que  por otra parte exige de nosotros una respuesta revolucionaria”.

Además de la religión, la corrupción, la delincuencia, el racismo,…, existen otros asuntos que son frecuentemente tratados en la producción dramatúrgica de Eugenio, y que desde siempre han enturbiado a muchas zonas de la sociedad cubana, como el machismo, e incluso, el “hembrismo”, este último generalmente abordado en las obras  protagonizadas por mujeres.

“Es cierto que la mujer se encuentra en este momento en nuestra sociedad en un espacio de más poder, pero no es mentira que también sigue siendo la promotora del machismo. Yo conozco muy bien el mundo femenino, pues fui criado por tres mujeres fuertes y luchadoras. Siempre he conocido mujeres interesantes en mi vida y me he sensibilizado mucho con la injusticia que han padecido. Hubo varias de la vida real que me han inspirado para mis obras, sobre todo porque,similares a personajes sacados de la ficción, son personajes duales e interesantísimos. Yo conocí una mujer a quien admiré mucho porque era muy buena y muy trabajadora. Era doméstica en una casa y un día la acusaron de haber robado”.

Contrapunteo entre la lengua española y el dialecto yoruba

Si se analiza con detenimiento el conjunto de obras de este dramaturgo puede observarse cierta propensión a cambiar la sintaxis e inventar palabras, según él “porque además el pueblo lo hace”. De acuerdo con su filosofía teatral, la palabra expresa el sentimiento; por eso le da extraordinaria importancia.

Ese contrapunteo entre la lengua española y el dialecto yoruba trasciende con particular énfasis en algunas de sus obras, como la titulada Quiquiribú Mandinga, en la que además convergen dos elementales propósitos: poner a duras pruebas de desempeño artístico a los actores y al director que asumirían su representación escénica; y someter al público al enfrentamiento de una obra que, aunque insertada dentro de su reconocido teatro popular (María Antonia, Mi socio Manolo, Emelina Cundiamor…) se sustenta en otros presupuestos poco recurrentes en el conjunto de la creación de este multi-laureado dramaturgo y director teatral.

En tal sentido, Eugenio ha enfatizado que su  “obra es fruto de mis experiencias y mis vivencias. Leer es también parte de mis experiencias y mis vivencias. Sería insensato decir que mis lecturas no han influido poderosamente en mi proyección autoral. También la poesía de los grandes poetas. Cuando estructuro mis personajes debo conocerlos a profundidad. Esbozar su pensamiento, conduce saber qué lee, que música escucha... Por ejemplo Tiffani, el personaje de Alto riesgo, no solo era lector de Nietzsche, Goethe y Thomas Mann, sino también  su Doktor Fausto y La Biblia eran sus libros de cabecera. Y como profesor detestaba públicamente a Ezra Pound, sin embargo lo leía y  lo disfrutaba. Es lo que llaman doble moral”.

Eugenio escribe sobre el mundo en que vive y participa como ciudadano activo

La vitalidad y trascendencia de su teatro radica, asimismo, en que él escribe sobre el mundo en que vive y participa como ciudadano activo. Eugenio camina por las calles de La Habana, sobre todo de La Habana Vieja y del Cerro. Entra en las casas que les ofrecen bienvenida; en los establecimientos públicos, o sencillamente, como un discípulo del universo, disfruta de un atardecer en cualquier parque. Asimismo, puede vérsele en el bar de una esquina en esas localidades en las que ha transcurrido buena parte de su existencia compartiendo con un obrero, un intelectual, un joven estudiante, un jubilado, un niño o con los teatristas de su grupo. De esas vivencias, en última instancia, se nutre su dramaturgia, en  las que, tal ha expresado, sobre ellas tiene que trabajar. Se trata de un compromiso con quienes le rodean y consigo mismo.

Para este Artista Emérito de la Uneac e Hijo Ilustre de La Habana, “el momento actual exige una transformación de orden espiritual y moral. Mientras nos asalte el temor, la duda de afrontar nuestra realidad, no cambiaremos nuestra mentalidad.  Corremos el riesgo de estancarnos y caer en la encrucijada del inexorable e implacable tiempo. La indiferencia y el cinismo en el mundo contemporáneo amenaza, con sus neo verdugos asalariados, cercenar culturas, tradiciones, costumbres”.

Estudioso consuetudinario de la cultura popular, Eugenio se ha ganado el ser considerado como uno de los más notables dramaturgos vivos de Cuba y uno de los más importantes de entre milenios. La vitalidad de su obra —inmersa en los problemas de la  sociedad— se ha mantenido desde María Antonia hasta uno de sus más recientes títulos, Eclíptica ¿qué le pasa a esa mujer?, estrenado en el año 2018 en el Bertolt Brecht e interpretado por la actriz Estrella Borbón, bajo la dirección artística y puesta en escena de Nelson González.

 


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