Expectativas del Ballet Nacional de Cuba en una nueva etapa


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Patrimonio cultural de la nación, el Ballet Nacional de Cuba es una de las instituciones culturales más queridas y populares de nuestro país. La obra de los Alonso, ya con más de 70 años de creación, revitalizada y consolidada luego de 1959, es un emblema tanto de la patria como de la obra de la Revolución en las esferas cultural, social y cívica.

Con el fallecimiento de su directora general y prima ballerina assoluta Alicia Alonso, la compañía entra en una fase de reajuste de su política artística, sus proyecciones futuras en cuanto a repertorio, promoción, divulgación, extensión y presencia nacional e internacional. 

Poco tiempo antes del deceso de la Alonso, la subdirección artística de la compañía fue entregada a la primera bailarina Viengsay Valdés y desde entonces muchas cosas están cambiando… y otras estarán por cambiar. El rescate de obras del repertorio pasivo, la invitación a creadores foráneos y la incursión en nuevas formas de movimiento parecen ser tónica para los nuevos tiempos.

Recientemente la compañía se presentó en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso” con reposiciones y dos estrenos de coreógrafos foráneos. En esos programas, que abarcaron dos fines de semana, se revitalizó la producción del coreógrafo Alberto Méndez con El poema del fuego, pieza que en su estreno obtuvo varios premios nacionales y que resultó un re-descubrimiento referente de un lenguaje diferente aun en tiempos no precisamente posmodernos. La obra mostró, además, las potencialidades de bailarines no siempre utilizadas con anterioridad, como fue el caso de Yankiel Pujada quien interpretó el rol central de Prometeo con calidad.   

Las sílfides de Mijail Fokín, fue otra pieza resucitada de la literatura ballética más célebre, donde la mano de Alicia como repositora estaba presente por su colaboración directa con el coreógrafo. Aunque el cuerpo de baile estuvo a la altura de las exigencias, los solistas se resintieron de una falta de estilo. Esta obra fokineana fue –y es– un ejemplo de cómo el pasado puede –y debe– pasar al futuro, cómo hacer actual un legado.  

También como muestra de la actualidad se presentó Celeste de Anabelle López Ochoa, una de las obras que antecedía esta revitalización de nuestra compañía en lo coreográfico. Pieza que parece ya incorporada al repertorio activo del Ballet Nacional, el trabajo de López Ochoa es parte del puente entre lo puramente académico y la dinámica contemporánea, bien aprovechada por nuestros bailarines. Un tránsito suave hacia lo de hoy.

No obstante estos encuentros con el pasado y el presente, dos coreógrafos extranjeros fueron invitados para mostrar sendas piezas con intención de aportar una forma otra de interpretar ese ballet que tanto amamos: el brasileño Ricardo Amarante y el ruso Alexei Ratmansky.

El estreno de Amarante, Love, fear, loss, presentó una estructura trillada, que al menos en Cuba ha recorrido desde Imágenes de Menia Martínez de 1963, In the Night del norteamericano Jerome Robbins estrenada en Cuba en 1978, hasta Intermezzo per l´amore de Alberto Méndez de 1989, sin contar títulos de agrupaciones o bailarines extranjeros presentados aquí. Un formato conocido, más si se adiciona un pianista en vivo en la escena, valor agregado por la actuación del maestro Marco Madrigal. También la disposición de “la pareja juvenil” al inicio y “la dramática” al final es utilizada por Amarante, todo con el llamado estilo neoclásico, académico con una sintaxis hasta cierto punto audaz y un complejo trabajo de pareja que nuestros bailarines –como siempre sucede y sucedió en esta temporada– supieron desarrollar con éxito, amén de ligeros accidentes apenas advertidos.

Lo más esperado de la temporada era Concerto DSCH del reconocido coreógrafo ruso Alexey Ratmansky, cuyas obras figuran en compañías de ballet del mundo, en especial en Rusia y los Estados Unidos, su actual país de residencia, donde es Coreógrafo residente del American Ballet Theater y ha realizado grandes producciones como Sendero luminoso o Crema batida, y re-lecturas de clásicos como La bella durmiente, con muy diversas opiniones de la crítica.

Es muy loable poseer hoy día una pieza suya en el repertorio, vuelco positivo para el Ballet Nacional, además que la dinámica que le imprime al movimiento trae una experiencia efectiva para la compañía. Pero hay que conocer la trayectoria del coreógrafo para comprender de qué va Concerto DSCH.

Con la peculiar partitura de Dimitri Shostakovish, la pieza fue estrenada por el New York City Ballet en 2008, cuando Ratmansky era disputado por esa compañía y por el American Ballet; y varias fueron las contribuciones suyas para la compañía fundada por George Balanchine, cuya influencia pervive aún después de más de tres décadas de su muerte.

El estilo Balanchine está presente en casi toda la producción del ya mencionado estilo neoclásico, y Concerto DSCH no escapa de esa sombra, con secuencias tomadas casi “literalmente” de obras balanchineanas. Puede tratarse de un tributo, pero el riesgo de la copia está latente.

Aparece otra vez la rapidez del movimiento y la inteligente organización del cuerpo de baile, mientras el adagio intermedio pone un acento temático novedoso tratándose de una pieza “a lo Balanchine”, que en los cubanos cobra una dramaturgia original alejada de la influencia advertida, logro que antecedió Alicia Alonso cuando le dio alma al frío Tema y variaciones.

Estos programas anticipan que en esta nueva etapa se asume la presencia de coreógrafos foráneos, pero no deslumbrados por una promoción mediática o un espíritu colonizador, sino como una política estudiada y no como una moda internacional.

Debe verse aquello que realmente puede reanimar el movimiento y ponernos al tanto con los tiempos, pero no olvidar la amplia historia coreográfica de nuestra compañía reponiendo joyas de nuestro acervo, del legado por demás muy extenso de Alberto Méndez, Iván Tenorio, Gustavo Herrera, José Parés, Hilda Riveros… y por supuesto de Alicia y Alberto Alonso; y que no se desperdicien las potencialidades de jóvenes coreógrafos del patio, como pueden ser Ely Regina Hernández, de la propia compañía, o de otros conjuntos como George Céspedes o Raúl Reinoso entre nuestros talentosos creadores que esperan sus momentos, sus tiempos de desarrollo y de maduración artística.

Esto podrá llevarnos en un futuro lo más cercano posible a proteger el patrimonio histórico nacional e incrementarlo con producciones autóctonas, sin abandonar el contacto con el mundo exterior siempre como complemento. Todas estas expectativas alumbran el devenir de esta compañía que es de todos, a la que hemos nombrado Patrimonio cultural de la nación, lo que no significa anquilosarse sino avanzar y desarrollarse.                          


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