Fanfarria para Marcos Urbay


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Como toda fanfarria, la del trompetista y director de bandas, el Maestro Marcos Urbay (Caibarién, 21 de octubre de 1928 – 25 de febrero de 2019), tiene como despegue sonoro la tónica, la fundamental, pregonando vibrante la manera en que fue acumulando una hoja de méritos, desde su labor habitual lo mismo que desde la extraordinaria, carácter que tenía incluso mucho antes de que imaginara que estaba haciendo historia.

Al revivir hoy la potencia del impulso de su vocación, son muchas y variadas las imágenes en que lo recordamos rodeado de alumnos, trompetistas o no, en la Escuela Nacional y luego en el Instituto Superior de Arte, donde gozaba de una popularidad bien ganada por su disposición para atenderlos personalmente en cada clase, darles el oportuno consejo en toda ocasión, o situado al frente de la banda que fundó allí.

La fundó de puro entusiasmo y amor por ese formato que marcó su vocación desde la infancia, la tradicional afición por las retretas y paradas de una banda que en Caibarién llegó a dirigir como titular su propio padre y primer maestro, Roberto Urbay Carrillo, quien lo condujo por rigurosos estudios musicales que le permitieron desempeñarse más tarde en disímiles facetas, del ámbito popular al sinfónico.

Tanta versatilidad se comprende si pensamos en el afecto que aun hoy emana el ambiente de una banda, antaño la primera escuela de tantos músicos cubanos, que luego si podían alternaban un empleo en esa condición y se mantenían estudiando y completando su formación. Así fue su desempeño también en jazz bands, conjuntos y orquestas diversas, del cabaret a la sinfónica: un músico pleno.

Queda dicho que lo rodeaban entusiastas alumnos de diferentes instrumentos, propios o no de las bandas de vientos. Recuerdo particularmente al guitarrista-laudista-tresero, el hoy Dr. Efraín Amador, que llegó a solicitar su ingreso en la banda para tocar bombardino. Y muchos lamentamos no haberle seguido los pasos, pero igual disfrutábamos la oportunidad de revivir en cada ensayo y presentación las retretas pueblerinas de donde guardábamos el asombro maravillado de escuchar a los músicos y ver su atención fija en un papel pautado a duras penas sostenido contra el viento del cual hacían brotar aquellos sonidos como por arte de magia, coordinados por una certera batuta.

No fue casual entonces que apreciara tan hondamente la entrega del Maestro Urbay, como todos lo llamábamos. Ni que igualmente lo hicieran estudiantes de otras especialidades en la Escuela Nacional de Arte, como también pude distinguir a quien desde el teatro se interesaba por sus condiciones humanas, su sencillez y grandeza en una sola imagen, dados como son los actores y actrices a hurgar en la esencia de seres que luego tratan de proyectar en sus personajes, cuando a menudo la vida es tan rica que no hay modo de hacerlos mover sobre un escenario, mucho menos encaramarlos estáticos sobre un pedestal.

Son muchos y tan variados los recuerdos ciertamente trascendentales. No por gusto sus reconocimientos, incluyendo el reciente Premio Nacional de la Música, el de la Enseñanza Artística, el de la Cultura Comunitaria… El haberse desempeñado como Asesor Nacional del instrumento, para cuya enseñanza elaboró los planes de estudio. El haber recorrido tanto mundo, sin perder totalmente el contacto con Caibarién, para una vez jubilado en la capital emprender el retorno al terruño, retomando esa labor que le dio un segundo aire frente a la centenaria banda en que por 65 años permaneció y llegó a dirigir su padre, su primer y ejemplar maestro.

Marcos Urbay siguió su ejemplo de rigor y entrega total, pero nunca perdió la gracia criolla, el carácter campechano y espíritu de confraternidad con sus compañeros y amigos. Años después de aquellas ocasiones en que su figura se erguía como faro y guía, no solo en el orden musical, vale repetir, me cupo el honor de seguir a la Orquesta Sinfónica Nacional por varias giras en diferentes provincias, honor que vino aparejado con el de un conocimiento más cercano de cómo eran sus relaciones personales a nivel cotidiano de vida.

Marcos Urbay era también un hombre divertido en sus momentos de asueto. Nada de la pose hierática que algunos malentendidos asumen cuando incorporan ciertos atributos pretendidamente propios del “Maestro”, según se le nombra en el argot musical, ignorando que el verdadero, el que nace de la raíz, no lo es por la pose que asuma.

Pues en una de aquellas giras sucedió que en el hotel los Maestros de la Sinfónica se confabularon para asustar a un contrabajista que parecía  especialmente sensible a la imagen de la muerte. Avanzada la noche, por el pasillo se movió cubierta por una sábana, vela en ristre, la figura del Maestro Urbay caracterizado en fantasmagórica imagen, emitiendo unos sonidos de tenebroso vibrato, como para impresionar al más bravo. Ni qué decir el modo en que saltó y corrió aquel hombre.

Hoy, años después del fallecimiento de aquel contrabajista, lo imagino esperando a su antiguo compañero de asonadas para formar un atípico dúo con la trompeta. ¿Qué irán a tocar?


1 comentarios

Roberto Antonio Urbay
21 de Abril de 2019 a las 20:20

Hermoso artículo. Me gustó mucho que al final se haga mención de su actitud bromista durante las giras de la Orquesta Sinfónica. Disfrutaba mucho de esos pequeños momentos de diversión.

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