Félix Pita Rodríguez: el arte de luchar narrando


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He tenido sus libros en mis manos más de una vez. Por compromiso, por vocación, por placer.

Para una estudiante de Filología, de la graduación del 84, era tarea ineludible; y de ahí al amor hubo solo un paso, permeado quizás por una eterna incertidumbre: ¿es mejor poeta, o narrador?

Es que la obra literaria de Félix Pita Rodríguez (1909-1990), por doquier que se le mire, merece la sentencia de otro de los grandes, Ángel Augier: “el autor está en ella desde dentro, con su tremenda circunstancia en cada etapa de su evolución, con su músculo tenso aún en los momentos más plácidos o regocijados, con su imaginación portentosa que no es sino la forma en que la realidad se rompe en reflejos dentro de uno mismo, como un cristal estrallado que deslumbra y hiere, y resuena, y hace sangrar”[1]. Pero, aunque muchos consideren que su fortaleza es la poesía, fiel a mis gustos y sin justificaciones demasiado académicas, prefiero sus cuentos.

Dicen que desde niño era cuentero y fabulador entre sus compinches, en algún parque de Bejucal, su pueblo natal. Y que siguió su empeño de prodigioso autodidacta en La Habana, que no cesó en su voluntad de artista, que llegó con decisión de aventurero a involucrarse en esa ola literaria, de innovación y resistencia, que el vanguardismo fue. En los comienzos dispersó su obra en revistas y periódicos que hoy son hitos para la literatura cubana (Revista de Avance, Social, Atuei, el suplemento literario del Diario de la Marina…), se hizo eco y cómplice de pensamiento y acción por los desclasados, fue subversivo y bohemio, arriesgado y sagaz, todo lo cual demostró en su primera narrativa mediante un humor criollo rayano en el cinismo, el escepticismo raigal, y una burla sutil -o no- contra el régimen burgués. Son de esta etapa “Medallones de museo” (1927), la serie “Marionetas tropicales” (1928-1929), “Caronte” (1928), “Mi cadáver y yo” (1928), “Mar” (1929); todas estas, y otras narraciones, plagadas de personajes con denominador común: la miseria, el recelo, la insolencia.

Entre 1927 y 1928 ya había sido visto en México y Venezuela, pero hacia 1929, hijo del arte de su tiempo, conoció el deslumbre: París; en él, el vanguardismo en su máxima expresión, y el surrealismo de vocación libertaria y anticonvencional. Su prosa se hace más imaginativa, experimenta con nuevos modos expresivos y, como sucede con Carpentier, la identidad nacional y latinoamericana es redescubierta desde una perspectiva superior, sui géneris en sí misma e imbricada con el mundo. Félix Pita se vuelca, entonces, en el estímulo artístico que proporciona divagar entre fantasía y realidad, en el poder de la síntesis, en la complejidad del texto y la idea. Surgen, entonces, “La decadencia de Simaco” y “Mitología de Matías Pérez” (1930), “Alanio o de la indiferencia” (1933), y tantos otros, precursores del gran escritor que llegó a ser, y demostrativos de esa intención revolucionaria, de raigambre crítica y antiburguesa que jamás abandonó.

Breves estancias en Italia, España y Marruecos coadyuvan a su formación intelectual, artística y humanista: en 1937 -plena Guerra Civil Española- conforma junto a Juan Marinello, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén la delegación cubana al II Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, con sedes en Valencia, Madrid, Barcelona y París.

Fiel a sus convicciones políticas, al regresar a Cuba en 1940 acepta la designación como director del magazine dominical del periódico Noticias de Hoy, órgano oficial del Partido Socialista Popular, lo cual no impide la consecución de su prolífica obra. Destacan por esta época los cuentos de Montecallado (1945-1955), donde el espacio evoca pueblos españoles, pero, como Macondo o  Comala, es reservorio de “presencias míticas y mágicas, fabulosas y extraordinarias, [que] no pueden negar su ascendencia surreal, pero en lo primordial es una propuesta del realismo, muy elaborada artísticamente en sus condensaciones poéticas de la experiencia humana, y en la representatividad sugerida de este microcosmos –la aldea de Montecallado-, contentivo de las tendencias dominantes de la historia magna”[2].  Estas narraciones, junto con las del Itsmo (1946-1955) –ubicadas en Centroamérica- tienen la impronta de la indagación humanista, y en estas últimas están presentes los problemas del hombre humilde desde esa perspectiva más realista, que incluye lenguaje e imaginario tradicional.

Por su madurez y calidad, no es de extrañar que “Cosme y Damián”, un relato de 1946 sobre la naturaleza social del hombre en medio de antagonismos sociales extremos que incita la conciencia de una responsabilidad moral, haya sido merecedor del  Premio Internacional “Hernández Catá”; un galardón que, por imposición testamentaria del destacado intelectual hispano-cubano,  recompensó durante varias décadas la obra de reconocidos cultivadores del relato corto. Sin embargo, su cuento más antologado –y mi preferido- es “Tobías” (1952), en el cual retoma el tema carcelario de otras narraciones, para construir un personaje inolvidable, cuya caracterización permite la subsistencia ante la deshumanización del medio; al escribirlo, Pita logra el arquetipo de su etapa literaria previa al Triunfo de la Revolución.

Otras labores profesionales y artísticas lo llevaron a Buenos Aires y Caracas; cuando regresa a La Habana en 1959, continúa sus narraciones sobre el Itsmo de Tehuantepec, ahora con más agudo enfoque social. Pero si hay algo en lo que se destaca, es en su entrega total al proceso que, también desde la cultura, se propone cambiar la vida toda de un pueblo en Revolución: fue Vicepresidente de la Unión Nacional de Escritores de Cuba y Presidente de su Sección de Literatura, miembro del jurado de los principales concursos nacionales e internacionales, como son el Premio Casa de las Américas y el auspiciado por la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC); y fue representante cultural de nuestro país en varios países, entre ellos la Unión Soviética, China y Viet Nam. De esta última experiencia surgió el libro Niños de Vietnam (1968), escrito inicialmente para su nieta, y publicado por la editorial Gente Nueva; es una serie de narraciones con interés didáctico y social sobre el heroísmo de ese pueblo asiático, y en especial de sus niños.

Queda en el tintero, al terminar estas páginas, mucho del quehacer de Félix Pita Rodríguez entre nosotros y para el mundo: su labor como periodista, traductor (tuvo a su haber el que conociéramos en castellano el Diario de Prisión de Ho Chi Minh), poeta, ensayista, autor teatral, crítico literario, escritor de radio y televisión; o el récord de publicación de sus textos en doce idiomas…  Baste, entonces, recordar que su obra fue ardua, innovadora, vital, fructífera y reconocida con el Premio Nacional de Literatura, el Premio de la Crítica, la Distinción Por la Cultura Nacional y la Orden Félix Varela.

Leerlo, estudiarlo, recordarlo, es el mejor homenaje por estos días, al cumplirse, el 19 de octubre de 2020, el aniversario número 30 de su fallecimiento.

 

Notas:

[1] Augier, A (2009) “Poemas y cuentos de Félix Pita Rodríguez. Una obra de fruto jugoso”. En La Jiribilla, Año VI, La Habana. Versión digital.

[2] González Bolaños, A. “Los cuentos de Pita Rodríguez”, en Instituto de Literatura y Lingüística, et.al. (2003) Historia de la literatura cubana, tomo II, p. 491.


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