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Félix Varela: “El primer intelectual revolucionario de Cuba”


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Para contextualizar el ambiente social y político del período en que vivió Félix Varela es necesario tener en cuenta algunos antecedentes. A finales del siglo xviii y principios del xix varios hechos internacionales influyeron en la sociedad cubana: la revolución industrial inglesa, que sustituiría el trabajo manual esclavo por máquinas con más rendimientos; la independencia de las trece colonias norteamericanas ―1775-1783―, que proclamó una pujante nación en América con grandes necesidades de comercio; la revolución francesa ―1789-1804―, en que emergió victoriosa la burguesía contra el poder monárquico y se impusieron las ideas liberales, revolucionarias y republicanas; la revolución de Haití ―1791-1804―, una sublevación de esclavos en la rica colonia francesa que liquidó la esclavitud por primera vez en América y proclamó una república de negros libres; la independencia de las colonias de España en el continente americano mediante una serie de levantamientos desde 1808 hasta 1825 y la sucesiva constitución de repúblicas en los antiguos virreinatos y capitanías españoles. Después de este período, Cuba y Puerto Rico fueron los únicos territorios que continuaron bajo la tutela de España.

Con la llegada de la Ilustración a Cuba después de que los ingleses abandonaran La Habana en 1763, comenzó un período diferente en la colonia. El padre José Agustín Caballero ―1762-1835―, tío de José de la Luz y Caballero, estudió en el seminario de San Carlos y San Ambrosio, y se quedó como profesor de Filosofía; iniciador de las reformas antiescolásticas en los estudios universitarios cubanos ―llamado “el padre de la Filosofía en Cuba” ―, sobresalió como activista de la Ilustración y fue redactor del primer diario de importancia cubano, el Papel Periódico de la Havana. Caballero fue miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País y con sus ideas liberales formó a una generación de criollos que comenzaron a amar el progreso y el sitio donde nacieron. Introdujo en la Isla las doctrinas del empirismo; desarrolló la Física experimental; tradujo del latín Historia del Nuevo Mundo de Girolamo Benzoni, y del francés, novelas, cartas y otros textos; poseía dotes para la oratoria y se destacó en sermones fúnebres y elogios; escribió un proyecto para la creación de escuelas públicas gratuitas financiadas, entre otros planes de beneficio público.

Otro sacerdote muy importante que contribuyó al contexto de la vida de Varela en Cuba fue José Díaz de Espada y Fernández de Landa, conocido como el obispo Espada ―1756-1832―, quien nacido en España se formó en la cultura de la Ilustración y resultó designado obispo de La Habana por el Papa, después de que el rey se lo presentara. Una vez en Cuba demostró ideas antiesclavistas y antifeudales, y se reunió con los más destacados representantes del pensamiento liberal y radical entre los cubanos. Su prédica y obra en la Isla contribuyeron a construir un pensamiento propio y un proyecto de cultura moderna, que llevó a iniciar la formación de la conciencia nacional cubana. Miembro honorario de la Sociedad Económica de Amigos del País, presidió la propia institución y desarrolló ideas y acciones encaminadas a renovar la educación, la ciencia y el arte. Aunque no llegó a postular ideas separatistas, defendió un régimen constitucional para Cuba, con libertades públicas, y gracias a sus ideas liberales y su proyección a favor del autonomismo, se convirtió en enemigo de España y de su propia Iglesia. El rey ordenó apresarlo y después decidió dejarlo en paz. El Vaticano continuó con la decisión de castigarlo hasta poco antes de morir. Espada fue una de las figuras cimeras en el nacimiento de la cultura y la nacionalidad cubanas a inicios del siglo xix y solo recientemente ha sido destacado su papel en nuestra historia.

A la altura de 1820 los criollos, inspirados por los influjos ideológicos y políticos de las revoluciones, e influidos por la práctica de los patriotas del continente americano, comenzaron a valorar la conveniencia de independizarse de la metrópoli. A estas iniciales manifestaciones y convicciones se les llamó separatismo, y para los españoles tales ideas constituían una traición. El ideario separatista comenzó expresándose por sus aspectos culturales: la manera de vivir, comer, vestirse, actuar, gesticular, hablar..., así como hábitos, costumbres, psicología social y otras particularidades que contribuyeron a construir la cultura cubana, caracterizaron a la sociedad de la Isla, distinta a la de la metrópoli española, y sirvieron para comenzar a pensar a Cuba desde formas culturales diferentes. Constituían, en resumen, el germen de una nacionalidad cada vez más distante de España. El primer cubano que expuso y sintetizó estas características diferenciadas de lo español fue el sacerdote Félix Varela ―1787-1853―, un habanero que de niño había vivido en La Florida.

Varela se graduó en el Seminario de San Carlos, donde impartió luego Latín, Filosofía y Humanidades, y renovó los altos estudios en Cuba. Para llevar sus prédicas a la sociedad criolla debía organizarlas en normas y regulaciones, y explicarlas de forma que las entendieran todos, no solo los letrados; por ello cuando fue continuador de la cátedra de Caballero, fundó los estudios de Constitución Española en Cuba y propuso la abolición del latín de la Cátedra de Leyes. Elegido diputado a Cortes, fue acusado en España de “conducta traidora” por defender la independencia hispanoamericana, y tuvo que huir a Estados Unidos, sin tiempo para presentar un documento a favor de la extinción de la esclavitud y la trata. En Norteamérica vivió desterrado hasta su muerte, convertido en el conspirador cubano más peligroso para España, debido a la influyente propaganda y agitación política que desplegó desde allí a favor de la causa separatista. Defensor del catolicismo y de la vida austera basada en el amor al prójimo, fue ejemplo de sacerdote consecuente, maestro querido, orador reflexivo, polemista célebre y escritor sobrio: uno de los fundadores más fecundos de la cubanidad.

En su obra sobresalen los artículos del periódico El Habanero, publicado desde Filadelfia (1824-1825) y Nueva York (1825-1826), en que demuestra un cabal conocimiento sociológico y antropológico de la realidad cubana; los números de la publicación, en la que, entre otros temas, se denunciaban personajillos de la política cubana, eran esperados ansiosamente por los jóvenes cubanos. En Lecciones de Filosofía (publicadas en Filadelfia y en Nueva York) y Miscelánea filosófica (editada en La Habana en 1819; en Madrid en 1921 y en Nueva York en 1927) se recogió la oratoria reflexiva, de gran valor para la pedagogía cubana; en los capítulos correspondientes a Física y Química, introdujo definitivamente los métodos de la enseñanza experimental que había postulado el padre Caballero. Varela dotó a la universidad de un pensamiento científico propio. La importancia del método de su pensamiento científico desplegado en estas obras, radica en que no solo fue un crítico del escolasticismo, sino que inauguró una proyección ideológica emancipadora. Apoyado en el empirismo del inglés John Locke y en las ideas del francés Étienne Bonot de Condillac, actualizó el estado de la filosofía en Cuba y la adaptó a la realidad de la Isla con un criterio moderno. Sus reflexiones sobre la lengua como sistema de signos coincidieron con las expuestas por el francés Ferdinand Saussure, padre de la lingüística, muchos años después. En las Cartas a Elpidio (Nueva York, 1835-1838) desarrolló su prédica moral y cívica, en la que elaboró el concepto de patriotismo, con una proyección ética que incidía en la acción pública: las cartas están dedicadas a criticar la impiedad, la superstición, el fanatismo… Predicador de la libertad de los pueblos sin intervención extranjera, mostró de manera visible una conciencia nacional a partir de la identidad cultural de los cubanos, y su obra constituyó un pilar del pensamiento para una nación independiente, sin esclavos ni esclavistas; su convicción separatista y antianexionista estimuló todas las formas de la conciencia social que tributaran al patriotismo.

El legado de Varela se apoyó firmemente en sus pilares éticos. Según Emilio Roig de Leuchsenring, fue “el primer intelectual revolucionario de Cuba”, no solamente por ser un ideólogo del separatismo sino por su condición de agitador político de ideas antiesclavistas, cuya prédica tuvo consecuencias decisivas en la propaganda a favor de la independencia. Deseaba una Iglesia católica que llevara a sus fieles hacia una vida eterna de felicidad, pero sin que la vida terrenal resultara un “valle de lágrimas” ni un sitio de castigos por el “pecado original”, pues los seres humanos tenían derecho a buscar también la felicidad en esta vida; esta perspectiva era contrapuesta a los criterios de la Iglesia española de la época y tomó posiciones a favor de una independencia nacional, semejantes a los pronunciamientos de algunos próceres americanos, como Hidalgo y Morelos en México, lo que le ganó el rechazo del alto clero español. Varela apreciaba las aspiraciones de libertad de los americanos sin ningún tipo de tutela extranjera para gobernarse.

José Martí catalogó a Félix Varela como “patriota entero”: “dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo, sin alocarse ni apresurarse, ni confundir el justo respeto a un pueblo de instituciones libres con la necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto” (Patria, Nueva York, 6 de agosto de 1892, en Obras Completas t. 2. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975). José Antonio Saco lo definió como “el primero de los cubanos” y José de la Luz y Caballero, como quien “nos enseñó primero en pensar”. Varela no poseía ingenios, ni cafetales, ni esclavos; rechazó el dogma para llegar a la verdad y su método tomó una actitud electiva, es decir, adquirir lo que más convenía de cada escuela para armar el camino propio. Cuando se iniciaron las polémicas filosóficas en América Latina a partir de las formulaciones del filósofo francés Víctor Cousin, se le cambió el sentido al concepto de “ecléctico” por otro que tendría consecuencias colonizadoras desde el punto de vista gnoseológico, educativo, artístico y político, pero lo fundamental del eclecticismo de Varela se centró en comprender la libertad de elegir, y de saber que “el que cede a una autoridad no tiene elección”.

El concepto de patria en Félix Varela, nada tiene que ver con el nacionalismo estrecho tan frecuente de su época, y mucho menos con la exclusión elitista. Fue el aliento fundamental en el que Martí se educó y predicó. Su legado filosófico se concentra en el deber ser de la cubanidad, de una sociedad que no existía y que solo estaba pensada por él. Su ética se basaba en un profundo y auténtico espíritu cristiano; uno de sus rechazos más persistentes fue a la pedantería intelectual, un narcisismo en el que se escudaban la vanidad y el individualismo, porque para él lo útil era el bien común real, que prefería sobre el privado; entendía que los servidores públicos debían cuidar la unidad del cuerpo social y hacer solamente lo que resultara posible a favor de la sociedad y siguiendo el fin de ella. Priorizaba dos cuestiones básicas: la unidad interna y un gobierno popular; estaba de acuerdo en romper el contrato social cuando el gobernante violaba el pacto de compromiso con el pueblo. Un principio de Varela demuestra su sabiduría política: “Hacer en cada momento lo que en cada momento es posible hacer”.

De las Sentencias morales y sociales para la juventud ―1818―, se destaca el concepto de justicia y el amor de los americanos a la independencia, pero son sus artículos en El Habanero los que llegan a calar más profundamente en la sociedad cubana; en “Reflexiones sobre los motivos que suelen alegarse para no intentar un cambio político en la Isla de Cuba”, considera que “es preciso no perder de vista que en la isla de Cuba no hay opinión política, no hay otra opinión que la mercantil. En los muelles y almacenes se resuelven todas las cuestiones. ¿Cuál es el precio de los frutos? ¿Qué derecho colectan las aduanas? ¿Alcanzan para pagar las tropas y empleados? […] Solo el ataque, de las bolsas, puede alterar el orden político de la Isla”.

En “Máscaras políticas”, denuncia: 

“Los que ya otra vez he llamado traficantes de patriotismo tienen tanta práctica en expender su mercancía, que por más defectuosa que sea, consiguen su venta con gran ganancia, porque siempre hay compradores incautos. La venta se hace siempre por empleos o por dinero, quiero decir, por cosa que lo valga; pues nadie es tan simple que pida una cantidad por ser patriota. Es cierto que algunas veces sólo se aspira a la opinión, mas es por lo que ella puede producir; pues tal especie de gente no aprecia sino lo que da autoridad, o dinero.

Hay muchos signos para conocer estos traficantes. Se observa un hombre que siempre habla de patriotismo, y para quien nadie es patriota, o solamente lo son los de cierta clase, o cierto partido. Recelemos de él, pues nadie afecta más fidelidad, ni habla más contra los robos que los ladrones. Si promete sin venir al caso derramar su sangre por la Patria, es más que probable que en ofreciéndose no sacrificará ni un cabello. […].

[…]

Para conseguir su venta con más ventaja suelen hacer algunos sacrificios, y distinguirse por algunas acciones verdaderamente patrióticas; pero muy pronto van por la paga, y procuran que ésta sea cuantiosa, y valga más que el bien que han hecho a la Patria. Ellos emprenden una especulación política lo mismo que una especulación mercantil; arriesgan cierta cantidad para sacar toda la ganancia posible. Nada hay en ellos de verdadero patriotismo; si el enemigo de la Patria les paga mejor, le servirán gustosos, y si pueden recibirán de ambas partes”.

También acabado de escribir aparece el artículo de El Habanero “Cambia colores”:  

“En todas las mutaciones políticas se observa que los hombres mudan de conducta porque mudan de intereses, pero sin embargo hay una gran diferencia entre los que cediendo a la imperiosa ley de la necesidad se conforman con obedecer, y aun aspiran a merecer por su buena conducta en el nuevo orden de cosas y los que van mudando de opinión según advierten que se mudan las cosas, y procuran ostentar que nunca pensaron como todo el mundo sabe que han pensado, o que por lo menos nunca se sabe cómo piensan, pues no consta cuándo fingen. […].

[…]

[…] Los hombres de honor cuando mudan de opinión es por un convencimiento, y presentan las razones que les han obligado a hacerlo; pero jamás niegan su antiguo modo de pensar, porque como su conciencia nada les acusa, y siempre han tenido por objeto el bien de su Patria, no creen que deben encubrirse”.

Además, alerta sobre las consecuencias del egoísmo y el individualismo, con el lastre de la indiferencia; en el mismo periódico escribe en “Tranquilidad de la Isla de Cuba”:

“Hasta ahora el pecado político casi universal en aquella Isla ha sido el de la indiferencia: todos han creído que con pensar en sus intereses y familias han hecho cuanto deben, sin acordarse de que estos mismos objetos de su aprecio siguen la suerte de la Patria, que será lamentable si no toman parte en ella los hombres que pueden mejorarla, y aun hacerla feliz. […].

[…]

[…] Sea cual fuere la opinión política de cada uno, todos deben convenir en un hecho, y es que si la revolución no se forma por los de la casa, se formará inevitablemente por los de fuera, y que el primer caso es mucho más ventajoso. […]”.

Las prédicas de Varela hoy nos siguen enseñando en pensar a Cuba.

 

Nota:

Todos los textos de Félix Varela han sido tomados de: Escritos políticos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977.


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