La noche del 25 de noviembre, sesenta años después de aquella en que salió de Tuxpan al frente de la expedición liberadora, partió otra vez de viaje Fidel Castro.
Tres años antes del Granma había encabezado una acción revolucionaria que sorprendió al país por la audacia, valentía y espíritu de sacrificio de los participantes, y provocó el rechazo a la orgía de crímenes con la que respondió la dictadura que se había implantado en 1952. Pero aquel hecho parecía ir contra lo que se consideraba posible, y ninguna fuerza política lo apoyó.
En la soledad de su celda, más solitaria porque Fidel y sus compañeros estaban prácticamente solos, escribió: “Las masas están listas, solo necesitan que se les muestre el camino verdadero”. Parecía un iluso, pero era un visionario.
Al iniciar la guerra revolucionaria, Fidel abrió la brecha para que lo imposible dejara de serlo y el pueblo se levantara. y le brindó un lugar donde pelear a todo el que quisiera convertir sus ideales en actuación. En junio de 1958, cuando era de vida o muerte que la gran ofensiva enemiga no aplastara a la vanguardia de la Sierra Maestra, le escribió a Celia Sánchez que luchar contra el imperialismo norteamericano iba a convertirse en su destino verdadero.
Otra vez Fidel veía más lejos que nadie, avizoraba, pero ahora con un arma en la mano y una revolución andando.
Honró cumplidamente la promesa implícita en aquellas palabras. La vida entera combatió al imperialismo norteamericano, y supo vencerlo, mantenerlo a raya, obligarlo a reconocer el poder y la grandeza moral de la patria cubana. Pero, sobre todo, enseñó a todos los cubanos a ser antimperialistas, a saber que esa es una condición necesaria para ser cubano, que contra el imperialismo la orden de combatir siempre está dada, que como dijo un día el Che –su compañero del alma—, no se le puede conceder ni un tantito así. Que esa es una constante permanente de la política revolucionaria.
La soberanía nacional es intangible, nos enseñó Fidel, y no se negocia.
A partir del triunfo, la vanguardia se fue convirtiendo en millones, y la explotación del trabajo ajeno, las humillaciones, discriminaciones y desprecios dejaron de ser hechos naturales para convertirse en crímenes. Fidel fue el principal protagonista de la gran revolución socialista, que cambió las vidas, las relaciones sociales, los sueños de la gente y de las familias, las comunidades y la nación. Para lograrlo se convirtió, como para todo lo importante, en el conductor, el educador popular, el líder amado, la pieza maestra del tablero intrincado de la unidad de los revolucionarios y del pueblo.
Hubo que unir en una sola revolución al socialismo y la liberación nacional. Ahora, para todos, la actuación tuvo que consistir, al mismo tiempo, en estudio, trabajo y fusil. Ahora los individuos de vanguardia se elegían en asambleas y el trabajo realizado era el mayor timbre de honor. En las grandes jornadas nos unimos todos. Fidel fue –como cantara el poeta—la mira del fusil, y el pueblo todo –como dijera el Che—se volvió un Maceo. Y a diferencia de los vehículos corrientes, el carro de la Revolución no tiene marcha atrás. Fidel dijo de manera tajante, hace más de veinte años, que en este país no volverá a mandar nunca una nueva clase de ricos.
La nueva y mayor victoria de Fidel fue que el pueblo entero se cambiara a sí mismo y se armara con nuevas cualidades suyas, y la conciencia social confundiera sin temor los nombres de comunista y fidelista. A su sombra, las conquistas se convirtieron en leyes, y las leyes en costumbres.
Un gran historiador peruano, un compañero mariateguista, estaba preocupado por un posible culto a la personalidad de Fidel, pero después que hizo un recorrido por el país me dijo: “Ahora lo he comprendido todo. Fidel es un seudónimo colectivo.”
Fidel fue el mayor impulsor y dirigente del internacionalismo, ese brusco y hermoso crecimiento de las cualidades humanas que le brinda más a quien lo presta que a quien lo recibe. Más allá de las grandes frases –“por Vietnam estamos dispuestos a dar nuestra propia sangre” o “no queremos construir un paraíso en la falda de un volcán”—Fidel amplió y desarrolló en muy alto grado el contenido y el alcance de las prácticas y las ideas revolucionarias mundiales mediante el internacionalismo cubano. Apoyo solidario sin exigencias, combatientes, médicos, maestros, técnicos, ejemplo impar de quienes jamás dieron lo que les sobraba, paradigma revolucionario, con Fidel siempre al frente, audaz y fraterno,
En 2006, ante una enfermedad muy grave, tomó decisiones que nadie le pedía ni quería. Fue más grande aún cuan dejó ser, por voluntad propia, el dirigente máximo del Estado y del Partido, la posición mediante la cual había servido al pueblo durante tantos años. Ya hacía mucho tiempo que su inmenso prestigio había trascendido todas las fronteras.
Entonces Fidel se concedió un poco de lo que se había privado conscientemente desde el inicio de su acción revolucionaria: reflexionar tranquilamente, sin la urgencia y la responsabilidad de decidir y actuar de inmediato. El hombre que tuvo que ser soldado para que hubiera libertad y justicia para todos, y ejercer un poder enorme para que el poder estuviera al servicio del proyecto liberador, ahora se convirtió en soldado de las ideas, mientras seguía entregándole al pueblo el poder de su inconmensurable fuerza moral.
Ahora parece, de momento, que ya no está, porque se ha ido en una expedición más larga, más lejos. Pero me atrevo a afirmar que no se sintió preocupado al partir. Seguramente, afincado en su prodigioso optimismo histórico, Fidel sabía que su pueblo lo tendrá siempre por maestro, junto al maestro suyo, José Martí. Y sabe que, para seguir siempre su magisterio, las hijas y los hijos de este pueblo crearán, como hacía él, arbitrarán soluciones y encontrarán y plantearán bien los nuevos problemas, como hacía él, derrotarán los imposibles, como hacía él, defenderán la justicia y la libertad a cualquier costo, como hacía él, se sentirán parte de la Humanidad que resiste y lucha, como él, y soñarán, como el, el futuro luminoso.
Fidel no ha muerto. No muere, porque lo mantenemos vivo.
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