Fidel ante Martí


fidel-ante-marti

No caben dudas de que el ideario de José Martí es la fuente ideológica más significativa en la formación y desarrollo del pensamiento de Fidel Castro, como se evidencia en numerosos escritos y discursos del líder de la Revolución cubana. 

Al igual que su generación, Fidel vivió su infancia y juventud en una sociedad que hizo de Martí paradigma de la nación, y que durante los años del frustrado proceso revolucionario del 30 sometió a crítica el sistema neocolonial desde los enjuiciamientos del Maestro. Las batallas por la Constitución de 1940, los afanes renovadores incumplidos por los gobiernos del Partido Auténtico y las esperanzas de adecentamiento y dignificación moral representadas por Eduardo Chibás tuvieron como punta de lanza el verbo martiano.

La escuela y la Universidad habanera, a su vez, dieron coherencia y sistematicidad a Fidel en la lectura y asimilación de la prédica del Maestro. El líder estudiantil y el joven abogado que se introdujo en las lides políticas demostró disponer de un sólido conocimiento de la historia patriótica cubana y de un extenso manejo de la obra martiana.

Muchos años después, Fidel recordaba esa adscripción suya: «De lo primero que yo me empapo mucho, profundamente, es de la literatura martiana, de las obras de Martí, de los escritos de Martí; es difícil que exista algo de lo escrito por Martí, de sus proclamas políticas, sus discursos, que constituyen dos gruesos volúmenes, deben ser unas dos mil páginas o algo más, que no haya leído cuando estudiaba en el bachillerato o estaba en la Universidad».

Y precisaba Fidel la doble influencia que desde entonces le guiara: «Yo en ese momento tenía una doble influencia, que la sigo teniendo hoy: una influencia de la historia de nuestra Patria, de sus tradiciones, del pensamiento de Martí, y de la formación marxista-leninista que habíamos adquirido ya en nuestra vida universitaria.»

Los grupos de revolucionarios que fueron reunidos por Fidel para afrontar con las armas a la tiranía batistiana compartían semejante culto patriótico e interés por las ideas del Apóstol, al punto de que ellos mismos se denominaron la Generación del Centenario ante aquel aniversario de su natalicio. Fidel no fue una excepción: basta recordar a Raúl Gómez García, Abel Santamaría, a Armando Hart, a Frank País, a los hermanos Saíz Montes de Oca, quienes mostraron repetidas veces por escrito la sólida inscripción martiana en su pensamiento. Fueron decenas y centenares los jóvenes combatientes de entonces, en la Sierra y en el Llano, quienes se sintieron convocados por la palabra del Maestro a combatir a una sangrienta y corrupta tiranía, y a construir una república con todos y para el bien de todos y libre de la dependencia de los amos del norte.

«TRAIGO EN EL CORAZÓN LA DOCTRINA DEL MAESTRO»

Así, como sabemos, dijo Fidel durante su alegato de defensa en el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953. No era propaganda hueca la frase sino profunda convicción, como lo patentiza el programa revolucionario expuesto en La historia me absolverá, una verdadera guía de incuestionable impronta martiana para alcanzar la república diseñada desde el siglo XIX y para cumplir la verdadera liberación nacional del país.

Por eso durante los preparativos en la Isla y en el extranjero para reanudar la luchar armada, la amplia campaña en busca de apoyo político y material no sólo se asentó en la palabra del Maestro sino que, de hecho, siguió su estrategia unitaria contra el colonialismo. Demostraba así Fidel nuevamente que no era un mero repetidor de sus frases sino que ellas calaban tanto en su propia doctrina como en su acción.

Como prueba de su adscripción plena a la ética martiana, al referirse al martirologio del Moncada y describir los crímenes de la tiranía contra sus compañeros prisioneros y asesinados, afirma Fidel también en 1955: “Eduqué mi mente en el pensamiento martiano que predica el amor y no el odio.”

Desde luego, que tras el triunfo del primero de enero y comenzar la obra de transformaciones revolucionarias y hacia el socialismo, el desarrollo y la maduración del pensamiento de Fidel nunca dejaron de lado las enseñanzas martianas.

«¡Al fin, Maestro, tu Cuba que soñaste, está siendo convertida en realidad!»

Así señalaba en un discurso de 1960 al fundamentar cómo se cumplía el deseo martiano, frustrado en 1898, mediante la obra de cambios que emprendía la Revolución: esta no era algo impostado sino expresión de las tradiciones y las necesidades insatisfechas del pueblo cubano. Raíz nacional y popular, raíz martiana tenía y tiene el proceso que rescató las riquezas y la soberanía nacionales, que abolió los privilegios y la explotación, que elevó las condiciones de vida y abrió amplio espacio al desarrollo de las capacidades de todos los cubanos.

El gran combate contra el imperialismo de Estados Unidos fue siempre entendido por Fidel como la continuación del que en silencio ‒quizás no tan en silencio, como sabemos sus estudiosos— emprendiera Martí, quien además, a su juicio, es la fuente esencial de los sentimientos latinoamericanistas y de las muestras de solidaridad e internacionalismo expresadas durante todos estos años por los cubanos. De ese modo, y dado el objetivo antillanista de Martí, la Revolución cubana no ha cejado en su apoyo manifiesto a la independencia de la hermana isla de Puerto Rico.

De igual manera, al crearse el Partido Comunista de Cuba como elemento culminante del proceso unitario de las fuerzas revolucionarias, Fidel ha insistido siempre en su fundamentación martiana junto a la marxista-leninista. En 1973 dijo: “El partido de la unidad. Como el Partido Revolucionario Cubano de la independencia, hoy dirige nuestro Partido la Revolución. Militar en él no es fuente de privilegios sino de sacrificios y de consagración total a la causa revolucionaria”.   

Estas consideraciones éticas que Fidel coloca en primer plano para el Partido, siguen desde luego las enseñanzas quizás más importantes de Martí: su sentido de la moral, de la dignidad humana, del camino de servicio que se ha de emprender en la vida frente a los apetitos materiales, de poder y las vanidades de la gloria.

Hace casi treinta años Fidel manifestaba una idea que no sólo hoy es imprescindible tomarla en cuenta sino que constituye un basamento eterno para nuestro acercamiento y nuestra  comprensión del mayor de los cubanos: «Podemos decirle a Martí que hoy más que nunca necesitamos de sus pensamientos, que hoy más que nunca necesitamos de sus ideas, que hoy más que nunca necesitamos de sus virtudes».

Ese papel de guía eterno, de ejemplo de conducta y de alineamiento con los pobres de la tierra, frente a toda acción de injusticia, de preocupación por el decoro y la dignidad son probablemente los elementos esenciales asumidos de Martí por Fidel, quien se ha encargado de trasmitir esos valores una y otra vez.

Quizás más allá de todos sus aportes al pensamiento revolucionario, de su extraordinaria comprensión de la política, de su dedicación a su pueblo y a las causas populares, Fidel quedará para la historia como un líder moral, continuador de esa gran fuerza que proclamara Martí que es el amor, el amor a los seres humanos y a su vida digna. Cuánta verdad, pues, en su declaración pública de 1955: «Es el Apóstol el guía de mi vida».

Continuemos, pues, la obra de Fidel, con el Apóstol como el guía de nuestras vidas y seremos mejores y más plenos cubanos.

*Palabras en el Centro de Estudios Martianos el 25 de noviembre de 2019 con motivo del tercer aniversario del fallecimiento de Fidel Castro.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte