“Publiquen, publiquen a Cuba en caminos de papeles”, escribió José Martí, en su lucha propagandística por lograr la independencia. Hace 16 años Fidel fundó El Sistema Nacional de Ediciones Territoriales, más conocido por Riso, por la marca de las impresoras italianas que formaban el módulo entregado originalmente a cada editorial provincial, incluía una presilladora, una moto piaggio, computadoras, impresoras, cortadora y papel, mucho papel, entre otros elementos que sirvieran para cumplir lo que muchos consideraron una utopía, la posibilidad de que publicaran sus primeros libros: la ama de casa, el soldado, el historiador, todos aquellos a los que se les limitaba la posibilidad de hacerlo en las Editoriales Nacionales que ya no daban abasto. Comenzó una lucha por masificar la cultura. Allí donde había una historia que contar, un poema que decir, un cuento que narrar.
Era el año 2000, yo venía de Letras Cubanas, estuve allí por más de 15 años y había tenido la posibilidad de editar y conocer a lo mejor de la intelectualidad cubana: Dulce María Loynaz, Eliseo Diego, Nancy Morejón, Dora Alonso, et al. Se escribe fácil, pero yo era una negra, criada en un solar del Cerro, hija de una costurera y sin padre.
Me gradué de Filología por la Universidad de La Habana, en 1986 y por razones ajenas a mi voluntad, después de ser ubicada en la editorial antes mencionada, un grupo de egresados fuimos trasladados a otro sitio como obreros calificados. Era el fin de todo, tanto sacrificio en vano, tanta literatura acumulada. La imagen de un editor, para algunos, poco tenía que ver con un grupo de jóvenes hijos de obreros que gracias a la Revolución se habían convertido en profesionales. Era el año de la Rectificación de errores y comenzamos una batalla que nos llevó al Comité estatal del trabajo, Partido Comunista, UJC, Periódico Granma y finalmente a Fidel. No pude verlo, no estaba en aquel congreso de la FEU del año 1986 cuando bastante molesto preguntó qué pasaba con las muchachitas de filología y parando a todos los involucrados inició allí mismo una investigación que concluiría con el regreso a la plaza que nos habían otorgado en la universidad. En ese proceso recuerdo que el viceministro Maragoto me preguntó. ¿Por qué quieres ser editora? Y yo no supe qué contestarle.
Llegué al Centro Provincial del Libro junto a la Riso, pero ya existía allí un colectivo encabezado por Roberto Casanueva y liderados por Elizeth Godínez, que acompañaban a Fidel en la idea de publicar libros, casi no sabían nada de edición ni diseño de libros, pero verlos a todos trabajando junto a los nuevos autores era algo digno de resaltar, las jornadas de trabajo se alargaban hasta el amanecer, los escritores participaban junto a otros trabajadores, ajenos al proceso editorial, del corte y pega de libros que salían calentitos como panes acabados de hacer.
Anécdotas hay miles, la confusión en la ilustración de una cubierta, al poner a Amaya la cantante de Mocedades junto a Rita Montaner y Lecuona, como músicos de una villa, el confundir el símbolo del copyright con una cruz negra, ponerle a un tal Rafael, Rafaela en los créditos y así sucesivamente. Era un maratón, había que cumplir un plan, los 15 municipios tenían que estar representados, los libros de poesía llovían, todos los cubanos eran poetas o historiadores o querían escribir la historia de sus vidas, se sumaron al barco de la locura, escritores como Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, que a todos les recomendaba la editorial Extramuros y hasta el mismísimo Abel Prieto, al que “amenacé” un día con ponerlo a evaluar textos. Para colmo también por culpa de Fidel y Eduardo Heras León, se dio un curso por televisión de técnicas narrativas, del que se graduaron amas de casa como Nieves Cárdenas, médicos especialistas como María del Carmen Sanabria y Reynaldo Duret, y hasta muchachos marginales o un poco extraviados que cambiaron su estilo de vida y hoy son miembros de la UNEAC. En el año 2001 se le envió una caja al comandante con los primeros libros de la Riso.
Han pasado 16 años, en el 2015 recibí con orgullo mi diploma de fundadora en el que estaba la imagen de Fidel. El catálogo de la Riso es extraordinario, cada provincia publicó su historia, escrita allí desde el barrio por sus propios protagonistas, la Pelota ganó con la publicación de títulos sobre la vida de peloteros como Omar Linares, Víctor Mesa, Agustín Marquetti, Antonio Muñoz, un jonronazo literario con el que no solo se homenajeaban estas figuras sino que se sumaban lectores y presentaciones multitudinarias. A los poetas hubo que ponerle pausa y la literatura infantil enriqueció su catálogo con nombres como los de Mildred Fernández, Rafael Espino, Reinaldo Álvarez Lemus, et al. Todos querían publicar en la Riso, hasta los Premios Nacionales que confesaron algunos de ellos haber publicado su mejor obra por este sistema. Yo le respondí al viceministro Maragoto cuando participé en la edición de su primer libro de poesía: El sueño de Fidel se ha convertido en realidad al contar el país con una tropa de escritores, imposible de igualar en otro lugar del mundo.
Hoy las Riso casi funcionan por el milagro de los inventores y personal de la imprenta, las computadoras se rompen frecuentemente y qué decir de las piaggio que ya no transportan a escritores y papeles —la de Extramuros podría estar en el Museo, allí montó Teresita Fernández con sus canciones y hasta Rafaela Chacón Nardi—, los escritores que surgieron con la Riso se han convertido en muchos casos en verdugos de los que empiezan y no pueden cumplir sus sueños por el burocratismo e incapacidad de los que no ven más allá de sus espejuelos oscuros y aún piensan que el arte de escribir es de una minoría privilegiada.
Fidel partió en un barco de papel que navega en un mar de letras después de cumplir con el legado martiano. No sé si supo de José Antonio Laudet, el cuadrapléjico poeta o de los esquizofrénicos, ancianos, soldados, viceministros, todos escritores gracias a la Riso. Yo cumplo 30 años y aún me siento en deuda con él, no sé si un día tuvo en sus manos uno de los cientos de libros que ayudé a publicar como editora y mi novela sobre José Martí No me hables del cielo, o mi libro de árboles mambises, o mi antología Nosotras dos para luchar contra la homofobia; valió la pena, gracias a él, dedicarme a este oficio. Hoy que comenzó otra larga travesía de sueños mágicos solo me queda decirle: Gracias.
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