Fidel Alejandro Castro Ruz era su nombre, había nacido el 13 de agosto de 1926 en un sitio de la provincia de Oriente llamado Birán, junto al Camino General de la isla de Cuba, principal camino real desde La Habana hasta Santiago de Cuba en la etapa colonial y las primeras décadas republicanas pero, al construirse la carretera central por otro lugar, precisamente en la época en que nació Fidel Alejandro, quedaría Birán como un punto perdido de la geografía nacional.
Matriculó en la Universidad de La Habana en 1945 a los diecinueve años de edad. Estudió tres carreras universitarias al unísono, una en lo que hoy llamamos Curso regular diurno y dos en lo que era enseñanza libre y que en la actualidad se le denomina Educación a distancia recibiéndose de Doctor en Derecho, Doctor en Ciencias Sociales y Licenciado en Derecho Diplomático. Matriculó una cuarta carrera por enseñanza libre pero era para, estratégicamente, mantenerse vinculado a la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y tener libre acceso al recinto universitario pues fue la Universidad de La Habana el lugar y las circunstancias que lo hicieron un verdadero revolucionario, según su propia confesión.
Como cualquier otro recién graduado, soñó alguna vez, hacer una maestría en la Sorbona, de París, pero pronto comprendió que a la lucha revolucionaria le urgía su participación. En 1950 se graduó y era presidente de la república el doctor Carlos Prío Socarrás, abogado, profesor universitario y exluchador de la Revolución del 30, devenido en uno de los más corruptos presidentes de la historia republicana. El joven doctor Fidel Castro comprendió que contra ese mal de cosas había que luchar pero cuando tras penumbras, el 10 de marzo de 1952, el general retirado Fulgencio Batista Zaldívar, da un golpe de estado, se dio cuenta que la forma de lucha entonces sería mediante las armas. ¡Si entró por la fuerza, por la fuerza deberá salir!
Batista había entrado en la historia de Cuba diecinueve años antes, el 4 de septiembre de 1933, cuando el movimiento reivindicador de clases y soldados del Ejército Constitucional contra los exoficiales que habían servido a la tiranía de Gerardo Machado, lo exaltaron a jefe de aquél movimiento y de un porrazo ascendió de sargento a coronel y promovió de taquígrafo del estado mayor a Jefe del Ejército.
A Batista se le debía la represión sanguinaria de la manifestación de recepción de las cenizas de Julio Antonio Mella traídas desde México; la masacre a los partidarios de la organización ABC en el castillo de Atarés; otra masacre, la de generales y coroneles machadistas acantonados en el Hotel Nacional; el golpe de estado para el derrocamiento del gobierno revolucionario provisional de los cien días; la muerte de Antonio Guiteras y Carlos Aponte en el Morrillo; la represión de la huelga de marzo de 1935, el golpe de estado parlamentario al presidente Miguel Mariano Gómez en favor de Federico Laredo Bru… Batista había ensangrentado al país y jugando a “poner y quitar presidentes” entre 1933 y 1940 cuando fue electo presidente constitucional hasta 1944 y después quedaría como senador durante los gobiernos del Partido Revolucionario Cubano “Auténtico”, con la particularidad que era senador de la república residiendo en Daytona Beach, en la Florida, algo que era ilegal.
Nada bueno podía esperarse de un gobierno de facto iniciado con una entrada por la posta 3 del cuartel de Columbia y el envío de tanques y transportes militares al Palacio Presidencial para desalojar al presidente Prío, un mal gobierno pero en definitiva constitucional. Lo interesante del “justiciero” Batista era que había sido retranquero de ferrocarriles en su natal Banes antes de alistarse en el ejército y ahora nos llegaba de empresario millonario.
En mi opinión, hay un Fidel antes del 10 de marzo y otro posterior en lo referente a la estrategia política pero es el mismo en sus principios. En su infancia, regalaba ropas y juguetes a los niños campesinos pobres en las tierras del padre y confraternizaba con los harapientos inmigrantes haitianos asentados en aquél feudo.
En la universidad se enfrentó valientemente a los “bonchistas”, especie de mafia estudiantil que ejercía cierto dominio en aquella época en las aulas de la alta casa de estudios. Fue dirigente estudiantil y militó en cuantos comités se crearon en apoyo a las más justas causas latinoamericanas: la independencia de Puerto Rico, la devolución de las Malvinas a la Argentina, la soberanía de Panamá sobre el canal, el derrocamiento de la tiranía de Trujillo en República Dominicana y se enroló en la expedición de Cayo Confites para luchar en este último país.
Su liderazgo quedó demostrado en el “Bogotazo” cuando de repente, en medio de un desenfreno atroz de las masas, varias personas sin conocerlo ni saber quién era comienzan a obedecerle y pedirle órdenes tal cual jefe de escuadra o de pelotón en una revuelta desorganizada pero que él supo organizar a su alrededor y a su manera.
Como abogado en ejercicio defendió a los humildes habitantes del barrio “La Peluza”, llamado despectivamente “barrio de indigentes”, ubicado junto a la loma de los catalanes, los cuales fueron desalojados por la fuerza para construir la Plaza Cívica de la república.
Fidel no fue líder formal de la Juventud del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos) en la que militó, sin embargo emergió como líder real de cuántos jóvenes ortodoxos conoció. Al conocerlo, los jóvenes reconocían en él un hombre al cual seguir.
No militó en la Juventud Socialista ni en el Partido Socialista Popular, el partido marxista-leninista tradicional, sin embargo –y también según su propio testimonio- tenía un pensamiento marxista formado antes del 10 de marzo.
Aspiraba a representante a la cámara en las elecciones de junio de 1952 que el golpe no permitió realizar, se postulaba por el Partido Ortodoxo, por el municipio de La Habana aclamado por el barrio de Cayo Hueso, barriada habanera donde estaba vinculado desde sus años estudiantiles. Una victoria ortodoxa en aquellas elecciones era a lo más que aspiraba el pueblo cubano traicionado por el Partido Auténtico en el cual había confiado en “la jornada gloriosa” del 1ro. de junio de 1944 eligiendo presidente al líder partidista Ramón Grau San Martín y nuevamente apoyando a ese partido en junio de 1948 y a la altura de 1952 no sólo estaba el pueblo disgustado y defraudado sino se sentía también traicionado.
Con sólo 25 años Fidel asombró a la opinión pública nacional presentando un memorándum ante el tribunal de Urgencias sobre todas las violaciones a la constitución y leyes que cometía Batista con su golpe de estado y le solicitaba cien años de cárcel al tirano. Un año después, asombraba nuevamente con el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, de Santiago de Cuba y Bayamo y con el formidable alegato de autodefensa y denuncia que pasó a la posteridad por sus palabras finales: La historia me absolverá.
Si de asombros seguimos hablando, tenemos que en veinticinco meses, con unos cientos de hombres y mujeres la mayoría jóvenes y no pocos adolescentes derrotó a unas fuerzas armadas cuantitativamente mucho más numerosas, bien armadas y entrenadas que ya describí en un reciente trabajo de este rotativo (26 de julio de 1953: el ejército, la república y la revolución).
Fidel es un hombre en el que hay que creer, confiar y seguir. Hasta sus enemigos han reconocido su grandeza. Después del 1ro de enero de 1959 se convirtió en líder indiscutible de la América Latina y el Caribe, en el más querido líder de África no africano y también en el más seguido de todo el mal llamado Tercer Mundo.
Llevó a Cuba al mapa mundi. Transformó a esta isla y este archipiélago de los folclóricos “azúcar, tabaco. café, música, baile, ron, bohío y mulatas” a una potencia educacional, artística y literaria, médica, deportiva, biotecnológica, turística –de turismo sano y no en el que se pretendió convertirnos en la década del 50– y sobre todo, en una potencia moral cuyos combatientes voluntariamente cumplimos misiones militares internacionalistas en varios países y nuestros colaboradores de la salud, la educación, el arte, las construcciones o el deporte, están por doquier.
Sigue siendo Cuba “la isla de la música” pero también se le reconoce mundialmente como “la isla de libertad” –aunque en Washington y Miami algunos traten de negarlo.
Sólo dos momentos de esa potencia moral: Angola conservó su independencia, Namibia obtuvo la suya y el Apartheid no existe hoy porque junto a los partidarios del Congreso Nacional Africano (ANC) de Sudáfrica y los combatientes de la SWAPO (Organización del Pueblo del África Sudoccidental, de Namibia) y del MPLA (Movimiento Popular para la liberación de Angola) estuvieron las tropas cubanas voluntarias y desinteresadas entre 1975 y 1991 para lograr ese objetivo.
Y el segundo momento es actual: la Brigada Henry Reeve, de médicos, enfermeros y tecnólogos de la salud cubanos están en cualquier punto de la geografía mundial incluyendo ya no sólo países del llamado Tercer Mundo sino también europeos salvando vidas y arrebatándoselas a la muerte de la Covid-19.
Esos momentos tienen la enormidad de la obra de un hombre que tiene un nombre y nunca nos hizo falta apellidos ni títulos: simplemente Fidel.
Deje un comentario