Fidel y la AHS, los derroteros del debate intelectual


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Presentado durante las intensas jornadas del 3er Congreso de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y, más recientemente, en el programa de la 28 Feria Internacional del Libro de La Habana, en la subsede del Pabellón Cuba; Fidel y la AHS, Casa Editora Abril 2018, es un libro que viene muy a tono con los incesantes debates actuales de la cultura cubana. El texto reproduce por primera vez las transcripciones de dos alocuciones medulares del Comandante en Jefe en sus encuentros con los jóvenes artistas: «Esta Revolución tiene que ser buena en todo», versión ampliada del discurso pronunciado en la clausura del Consejo Nacional de la AHS el 12 de marzo de 1988; y «Sin cultura no hay libertad posible», fragmentos de sus intervenciones durante la última sesión del Primer Congreso el 18 de octubre de 2001.

Fue el mismo Fidel quien autorizara a publicar las transcripciones recogidas aquí cuando, el 7 de noviembre de 2016, apenas dieciocho días antes de su partida física, enviara una nota de su puño y letra al historiador y compilador del texto, Elier Ramírez. Otra vez, como tantas veces, el líder histórico de la Revolución Cubana aportaba la luz e invitaba a seguir debatiendo con él el papel de la cultura como tejido espiritual de la nación. Además, señala Elier en su Introducción, estos dos momentos recogidos en el libro entroncan con el texto fundador de la política cultural cubana, Palabras a los intelectuales, del 30 de junio de 1961.

La primera e impactante magnitud que muestra este libro es la consabida capacidad de Fidel de dialogar con su entorno, de sintetizar —o más bien, condensar— el cúmulo de ideas que pueden caber en un discurso ante un público con inquietudes intelectuales diversas. Sus dotes de orador vuelven a brillar en momentos en que resultaba importante analizar el papel de la Cultura en la Revolución, y a la vez aprovechar el espacio para informar y debatir sobre otras realidades en construcción en la sociedad cubana (desde la guerra en Angola, hasta la edificación de nuevos espacios o la visita de encumbradas personalidades al país). Como señala en el prólogo el intelectual cubano Abel Prieto, durante la presencia frecuente de Fidel años después en los consejos nacionales y congresos de la Uneac, «[…] escuchaba atentamente los criterios de los participantes y, cuando un tema específico le interesaba, hacía preguntas, una tras otra, solicitaba más opiniones, pedía datos y terminaba hilvanando reflexiones de una hondura realmente deslumbrante». No por conocida esta capacidad de constante diálogo, dejará de provocar asombro al lector que se acerque a estas páginas.

Los ejemplos concretos de los valores de la Revolución se presentan una y otra vez, como señala Abel, «sin ningún tipo de paternalismo» para volver «[…] a realzar la importancia de la cultura y a prevenirnos sobre el descuido estratégico que implica subestimarla»:

Recuerdo lo que dije que significaba la cultura cuando había los criterios de que “esto cuesta tanto”, “esto es improductivo”, como si lo único productivo fuera aquello que produjera cemento, acero, cosas materiales […]. [Si el país] duplica, si triplica la calidad de los servicios culturales, eso incrementa la satisfacción, la felicidad, el nivel de vida.

Recalca Abel que no debemos olvidar (en el contexto del primer intercambio recogido en este libro) que:

[…] en la URSS se estimulaban procesos de “transparencia” y “restructuración” acompañados de una despiadada revisión, demoledora, de la historia soviética. No es casual que Fidel proponga a los jóvenes creadores un acercamiento objetivo a la obra revolucionaria, sin eludir una constante mirada crítica sobre cualquier distorsión que debamos rectificar.

[…] Sintetiza así —continúa Abel— la audacia y los principios que el creador de vanguardia debe hacer conscientemente suyos. Ahí, en esa fórmula, radica la garantía de que nuestros creadores abrirán a través del arte caminos inéditos y emancipadores para enfrentar la crisis del humanismo, el manejo de las conciencias, las lentejuelas que pretenden encubrir la barbarie capitalista.

En tiempos de ataques de toda índole, de decretos amplificados y tergiversados por parte de una «intelectualidad disidente», es necesario volver a estas palabras de Fidel de 1988 y entender en su justa medida varias de sus propuestas. El líder se pregunta autocríticamente «si hemos aprovechado bien estos treinta años de Revolución» para señalar los cambios, las diferencias, entre aquella reunión de 1961 y esta. Anuncia que ha venido «no a decir nuestras verdades» sino «a escuchar las verdades de ustedes». Al referirse a los artistas, intelectuales y escritores reunidos allí, los denomina como «el fruto dulce de la Revolución» con sus virtudes, defectos y diferencias. Resulta también llamativo cómo no pierde nunca la brújula del diálogo intergeneracional, lo que conforma un camino enjundioso que ilustra la relación de la Revolución con la cultura desde los primeros momentos de la clarinada de 1959, pasando por esos períodos en el que el propio Fidel señala «[…] nos invadió el mecanicismo, el tecnicismo, el tecnocratismo, el teoricismo y el mercachiflismo […]» Si de algo han servido los espacios de la cultura en estos sesenta años, es precisamente por la vocación crítica con la que se han analizados sus problemas más urgentes y los de la sociedad toda, acompañados por la máxima dirección de la Revolución.

Deja por primera vez muy claro la revisión constante de la política cultural cubana y su carácter dialéctico:

No son los mismos problemas de 1961, hay problemas nuevos y problemas viejos, y tenemos que aplicar ese principio de rectificación, de buscar soluciones nuevas a los viejos y a los nuevos. Tenemos que ser valientes, tenemos que ser abanderados de la libertad, porque esas fueron siempre nuestras banderas; abanderados de la verdad, porque ese fue siempre nuestro principio, nuestra lucha. Creo que tenemos que ser valientes y marchar, incluso, por caminos nuevos. […]

Yo me acuerdo que cuando planteé esta cuestión de buscar el máximo de espíritu crítico decíamos: es preferible los inconvenientes de los errores que se produzcan, a los inconvenientes de una situación de ausencia de crítica. Y podría decir: es preferible los errores de tener mucha libertad, a los inconvenientes de no tener ninguna libertad.

Hay aquí reminiscencias y reflexiones que después serán una constante en el actuar de Fidel y que se consolidarán en discursos posteriores y en definiciones sobre qué entendía por Revolución (ver, sobre todo, el Concepto de Revolución del año 2000). Hay también la vocación de libertad creadora que en estos momentos se intenta tergiversar y confundir.

En el segundo texto compilado en el libro, las circunstancias históricas han cambiado luego del colapso de la URSS. De ahí que Fidel dedique una parte sustancial del intercambio a repasar distintos momentos de la relación con la antigua Unión Soviética, incluso, rememorando etapas anteriores al proceso revolucionario y cuestionando el papel del antiguo Partido Socialista Popular y su aplicación errónea de la política de «frentes populares» que lo llevaron a aliarse con partidos fascistoides y hasta con el propio Batista. La lección de historia en este intercambio llega al momento actual en que reconoce: «[…] todos los errores que se puedan haber cometido, los cometimos nosotros».

Vuelve otra vez sobre el discurso de junio de 1961 y pone énfasis en que los jóvenes creadores conozcan sobre la trabajosa construcción de la unidad y de las discrepancias en el seno de las fuerzas de izquierda que repercutieron (como hoy) en tergiversaciones de la política cultural unitaria, antidogmática, trazada en Palabras a los intelectuales. No hay aquí barreras intergeneracionales, sino un clima de confianza que sigue siendo asidero para entender el papel del intelectual dentro de la Revolución. La compenetración entre el líder y los jóvenes artistas e intelectuales, permitió en este cónclave (como ha sido tradición en eventos posteriores de este tipo) que las ideas fluyeran con franqueza. Su jovialidad y lenguaje llano, le permiten jaranear con algunos de los presentes y sugerir un divertido paralelo entre la apropiación creadora que hizo del marxismo el grupo más radical de la Generación del Centenario y aquella que en ese momento practicaban los jóvenes músicos cubanos al nutrirse del rock, el rap y otros géneros «nacionalizados».

Otra vez sorprende la capacidad precursora de Fidel y el gran sentido de actualidad de sus palabras. Se detiene en el papel de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en las transformaciones educacionales y culturales, y señala su utilidad para la batalla interna y para hacer llegar «el mensaje de Cuba a todas partes». Parece estar mirando con sus palabras, en el contexto de los desafíos actuales, la realidad cubana más contemporánea. Su capacidad de síntesis otra vez permite condensar, en un solo intercambio, aquellas ideas medulares trazadas en los noventa sobre la significación de la cultura: «lo primero que hay que salvar» y «el escudo y la espada de la nación».

Estos y otros temas se presentan en esta interesante compilación que también celebra los treinta años de una organización de vanguardia como la AHS. Se completa con el aporte fotográfico de algunos de los momentos trascendentales del intercambio del líder histórico de la Revolución cubana con los jóvenes intelectuales y artistas; labor de búsqueda exhaustiva que realizara también Elier Ramírez Cañedo en los archivos del Consejo de Estado.

Una vez más, Fidel y la AHS, muestra la manera en que la Revolución se ha mantenido, de manera activa y novedosa, en el debate intelectual.  


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