En su ejercicio pictórico, ella trata de descubrir el secreto de la naturaleza. Flora –haciendo gala a su nombre- crece, se multiplica en flores, árboles o bosques, y se mueve al compás del viento... Porque el aire devenido huracán, ciclón, tifón o simplemente brisa puede verse caminar por entre las líneas, manchas y colores gestuales. O mece, con extraordinaria maestría el agua del mar, los ríos o lagos que riegan sus fértiles superficies. Esos paisajes donde se reúne la esencia con caligrafía oriental (ahí se suma Fong), pero rozados con sentimientos caribeños que llegan en tonos brillantes donde la luz enfoca la creatividad de sus sueños casi reales.
Flora es, como Wifredo Lam, descendiente de chinos, por parte de padre. De ahí su apellido Fong, de ahí también sus ojos oblicuos, que acercan las distancias, como en la tradicional pintura y grabado asiáticos (cuando quieren dar la ilusión de la lejanía de los planos, recurren a un procedimiento muy particular, colocan muy alto el punto de vista de su composición y escalonan, superponiéndolos, los personajes u objetos que en ellos están situados).
No cabe dudas de que, con el decursar del tiempo, el ángulo visual de la artista se ha enriquecido, mezclando lo sensual y maravilloso de su región natal (el Caribe) con la herencia oriental integrada al oficio que puede estar en una pincelada suya, que al cruzar por el vacío de la tela, le imprime al lienzo esa extraña sensación lírica, que se multiplica en el conjunto de manchas, rasgos y líneas que llenan el cuadro.
Copiar la naturaleza, para Flora Fong, nacida un día como hoy, 8 de noviembre, en Camagüey (1949) resulta algo sin sentido. De ahí que busque la expresión inmaterial por medios simples, utilizando sólo lo indispensable, que a veces pudiera dar la apariencia de un boceto. Algo muy semejante a lo realizado por los pintores del Oriente que le llega también por sus ancestros. Pero ella es caribeña, vive, crea y se inspira aquí. Los tonos tropicales, esa manera de sentir las imágenes y manejar el lenguaje de las materias adquieren connotación especial en sus obras.
El paisaje es una constante en su obra
La naturaleza, que más que sugerida en sus piezas, llega convertida en obra de arte, donde la interpretación se sobrepone a la verdad natural. Porque el paisaje es una constante en la obra de la destacada artista cubana quien selecciona este tema para discursar sobre una geografía común.
Mirando atrás, el camino recorrido, Flora ha tocado con tino las más diversas disciplinas artísticas: pintura, dibujo, cerámica, escultura, y por supuesto también esa antigua técnica de grabar que guarda entre sus más caros recuerdos... Con añoranza/alegría mira atrás y rescata del olvido aquella primera pieza (litografía), casi abstracta, cuando estudiaba en la ENA (1969) y vino a su mente el profesor peruano, Espinosa Dueñas quien le enseñó el antiguo arte del grabado. Algo que en sus distintas especialidades ha tocado siempre en el tiempo. No lo ha podido abandonar. En él ha dejado gran parte de su historia en la plástica, pues, muchas de sus series se han fundido en piedras litográficas, metales (calcografías o esculturas), en seda (serigrafías) y otras. Así comienza este viaje por el universo creativo de la artista como regalo de cumpleaños...
Incansable, tenaz artista
Dentro de la pintura cubana, las creaciones de Flora Fong ocupan un espacio simbólico. En ella aparecen de manera armoniosa, como una fiesta de colores y trazos ágiles, tres elementos de la vida, la naturaleza y la cultura del país: el paisaje con sus violencias atmosféricas, la vida doméstica de las gentes con su poesía apacible e intrascendente, y el componente étnico chino, integrado indudablemente al tejido de la nación.
Todas esas dimensiones conforman un lenguaje que comenzó con gamas oscuras y se fue abriendo paso, cada vez más, hacia claridades sorprendentes y una fuerza solar, en la que los colores explotan en la morfología del cielo huracanado, del fruto y la flor. Vista desde una perspectiva metafórica, Flora se convierte en su propia modalidad creativa: el rasgo caligráfico asiático que revela el peso de sus ancestros, la tesitura de cada línea, donde aparece esa mezcla de personalidad entre frágil y dominante que la caracteriza, y su evidente elección de los valores sensoriales y habituales del escenario circundante de nuestra existencia, que le permiten mostrarnos una visión diferente de los motivos que han sido asumidos por muchas firmas de la plástica nacional del siglo XX.
Flora sale a flote con sus palabras. Cuando desde esta altura del tiempo mira atrás, regresa con una frase eufórica "! Nunca he dejado de pintar, cómo he trabajado!". Y lo más interesante –retoma las riendas del diálogo- es cómo voy a seguir a partir de aquí. Pues esto te permite hacer una mirada retrospectiva, es un placer disfrutar, comparar las diferentes etapas...
Con sus palabras –salidas de lo más profundo de su ser- nos toma de la mano para pasear por el tiempo. Disfruta recordando cómo apareció un día la figura humana, precisamente plasmada en el cuadro La boda (Museo Nacional de Bellas Artes),"algunos me han querido dejar en aquella época y no han podido. Ese no es el final de mi trabajo, todo lo contrario"... Es una etapa que quedó atrás y que luego siguió en 1984, cuando aparecen Remolinos y Ciclones. Constituían como ventanas al exterior donde hay como un cambio, Flora Fong se cuestiona estéticamente, empieza a mirar la pintura china del paisaje a entenderla desde la filosofía oriental, muchas de las técnicas utilizadas por chinos o japoneses que le fascinaban tanto. Es la época que estudia el idioma chino un poco, porque quería conocer la historia de la caligrafía, los pictogramas, y la manera de trabajar los conceptos tan diferentes a Occidente. Eso le atrapó. Durante diez años estudió la incorporación de elementos/conceptos "que hablan de mis ancestros chinos que están presentes en mi obra". Los ejemplos pululan entre sus creaciones. La palma que ella pinta no es la que vemos en nuestro horizonte caribeño. Es la que nace del carácter de bosque en China. De él se apropia y le añade el penacho en esos trazos e hizo su propia palma...
Tenía necesidad, por su temperamento, que se hiciera sentir, tanto el aire como la lluvia (el agua), en su obra. Es así, quien se acerca a sus trabajos siente la atmósfera, la humedad, el calor. Se trasmite, muy especialmente en esos ambientes de ciclón, con los contrastes de coloración/fuerza expresiva. En ellos hace de un tema como este, tan tropical, algo fuerte y constante en su obra.
El inmenso azul en Flora Fong
Podría decirse que en su pintura actual presenta muy diversas maneras. Hay dos grandes núcleos que se diferencian por la evidencia estructural, de una parte, y la desaparición de la estructura, o su evidencia, de otra.
En las primeras, el juego de los planos, sus penetraciones y superposiciones, sus transparencias, facilitan la lectura y establecimiento por parte del espectador de las acertadas relaciones internas que tensan cada obra. Mientras que en el otro núcleo están las que se pudieran denominar composiciones invertebradas. En ellas, la artista parece entregarse a ese habitual ejercicio caligráfico, a una búsqueda de texturas y estudio de espacios entre pinceladas.
Hay en estas una cierta estructura y el componente sígnico que vela, y enriquece, la superficie del cuadro; que rodea y hace vibrar por recursos cromáticos. Pues, es este apartado, el cromático, uno de los más interesantes en la obra de Flora Fong. El empleo de colores de gran intensidad y brillantez, las vecindades peligrosas que establece entre ellos, el juego de espacios entre pinceladas, la mayor o menor densidad de la materia pictórica, se revelan de la mayor importancia dentro del ser de cada pieza. Crea un espacio para cada color, espacio que es el color el que lo construye al ocuparlo.
El mar, golpeando suavemente las costas y playas emerge en sus Bahías, donde el azul llena intensamente su paleta. En estas pinturas, permeadas de altos contrastes y bien definidas masas, de sólida estructura formada por amplias zonas curvas o triangulares, sobresalen las islas o cayos. Esos paisajes marinos donde la luz y el color se tornan más brillantes. Ellos son también una continuación, a otro nivel, y con nuevas intenciones plásticas, de lo que antes hacía. Porque de manera orgánica, Flora Fong estudia, analiza e incorpora aquello que puede servirle para transmitir mensajes de sus vivencias.
Ella está consciente del hecho de que el artista tiene mucho que decir, pero debe encontrar, en su carrera, la manera de hacerlo.
La espiritualidad de la pintura china
¿Los Girasoles? La pregunta abre espacios, toca puntos sensibles en la interlocutora... No me interesa pintar una flor por una flor (deja bien claro en la entonación, decidida y fuerte, como Escorpión que es). "Estudiando un poco la espiritualidad de la pintura china, y a esos artistas tan laboriosos, vi en esa flor (tan fuerte y que se mueve con el sol) que podía representar lo que quería representar, desde el punto de vista occidental y oriental". En este último podía entregar con el girasol –dijo- la espiritualidad, y entonces dar el mayor virtuosismo, en cuanto a las técnicas de la pintura, a la manera occidental. "Es decir que encontré en esta y no en otra flor, la forma de trabajar esa serie", donde impone una extraña sensación lírica multiplicada en el numeroso conjunto de manchas, rasgos y líneas.
Algo que sucedió con las frutas. En el tiempo, la artista ha "degustado" en sus "platos pictóricos" algunos ejemplos de esta serie que ella denominó La Fruta, en singular. Son pocas y aparecieron en su horizonte creativo por el 2000. Se suman guanábanas, cocos, chirimoyas, plátanos, fruta bomba. La fruta, subraya, "porque cuando uno dice: la fruta que a mí me gusta es la naranja, uno en su mente la magnifica". Ese pensamiento es el que se percibe al hacer la fruta, algo que se trasladó, al mismo tiempo con las hojas de tabaco. Estas son abarcadoras, casi abstractas, y la de frutas es así. "Son tan grandes que se llevan el espacio del cuadro... Se mantiene la espiritualidad con el concepto y las técnicas occidentales".
En ese instante de la conversación irrumpen con fuerza los Ciclones. Flora lo intercala recordando que en una obra suya alguien comenta: en este Ciclón hay una palma que iba en dirección contraria. "Precisamente respondí, porque en los opuestos está la fuerza, y esa palma es la que hace que uno sienta "¡la fuerza del viento...!" . Valga la frase del pintor/crítico Manuel López Oliva para subrayar este aspecto de su pintura: "Aunque Flora asume los paisajes de su país (con la serenidad campestre y la furia de los ciclones), fija más su interés en lo que éstos tienen de posibilidades para encarar lo específicamente pictórico... Un pretexto para la visualización sucesiva de un caudal de sensaciones, soluciones técnicas y variantes compositivas que la artista conserva y enriquece en su interior".
La observación de la naturaleza
Importante y veraz ha sido en sus creaciones la total y minuciosa observación de la naturaleza. Algo que se ha apoderado con fuerza en su serie denominada Manglares. Aquí su rostro vibra en todos sus músculos, una alegría la invade hasta los ojos. Con ellos busca en la memoria y "aterriza" de nuevo en Cayo Coro, en pleno contacto con el ambiente natural... Cuando empezó a pintar allí observó el cielo después de la lluvia, o las aves en su recorrido de este a oeste "dieron motivos a cuadros bien interesantes que hice en aquel momento, desde el 2010 acá". Surgieron en sus costas creativas los manglares, el mar, con todas sus cualidades y todos sus azules "desde mi país, desde mi entorno caribeño". De este momento rescata algunos cuadros: Cien pájaros volando; o Festín, una pieza donde aparecen aves sobre una mancha de peces, Aguas del Mariel "que tiene nuestras aguas, pero en un día luminoso, son paisajes propios de esa zona. Y otros como el que titulé Ilusión de pescadores, o Con uno me conformo". Este último, al describirlo sentenció que era: un pez grande que nace en el fondo del mar, llega al cielo y su cola se transforma en luna. A su lado están los botecitos con los pescadores en la noche...
Se detiene en uno específico que es parte intrínseca de su vida: Dos copas y una historia. Aquí habla del mar, las familias y las distancias (la emigración) o simplemente del desarraigo y memorias personales de cada uno, que están localizadas en las series Bahías y Manglares. En ese instante enfoca, con sus ojos oblicuos, con esos que escudriña el entorno y pinta, una obra colgada en su sala, de la serie Ancestros y que expuso en la muestra De China al Caribe. Una larga distancia que ha acortado en sus creaciones. Habló también de la filosofía china, de la primera vez que estuvo en el gigante asiático (1989), y de todo lo que lee de esa nación, su historia... que le enriquece indudablemente.
Donde aparece la figura humana
Serenamente, y con pausado decir trae a colación una obra: Sentirse en paz... Es de una serie de Sillas, que ya había realizado cuando estudiaba en la ENA ("¿qué artista no ha hecho sillas?"). En ella plasmo el cielo abajo, la tierra arriba, sentencia. Es una reflexión, porque a veces en la vida cotidiana no nos queda tiempo para mirar el cielo. "Aparece la figura humana en una pareja que está pescando con el Morro de fondo, muy monocroma esa parte. Es decir que en el tiempo he utilizado la figura, pero con una intención muy específica".
Está también en un cuadro que tituló Camino a mi bohío; es un colador de café con un caminito en la taza con un guajirito... Otro tiene que ver con los Fumadores en un borde la hoja de tabaco.
En este resumen de diferentes etapas incorporé –dice- las esculturas de bronce, ellas me siguen dando un pensamiento. Es como la arrancada en un tema. De esta labor comenta que es muy fuerte "me salieron dos hernias haciéndolas", sonríe. Cree que no podrá seguir en ese trabajo. Quizá continúe por otro camino.
De todas maneras, ahí está su hermosa colección de bronces donde perpetua formas que le han acompañado en este tiempo, imágenes extraídas de sus pinturas bidimensionales que ahora cobran volumen y respiran en otra dimensión como ídolos de sus aventuras en telas y cartulinas que regresan robustos y casi eternos.
La nasobuqueña tropical...
Ya con este subtítulo, el lector avezado puede reconocer este tiempo de pandemia, lo más reciente del quehacer de esta incansable artista. Y es que la covid-19 no hizo mella en su labor cotidiana. Ha trabajado sin descanso y creado esas maravillas pictóricas que nos atrapan. En esta etapa contó, pintó una obra para la Bienal de Beijing, expuso en la galería Carmen Montilla (La Habana Vieja) dos cuadros en una exposición colectiva de mujeres, donde mostró un retrato de su nieta, y otro de la niña con ella. En estas piezas retomó la figura humana que es insustituible, y por ese camino inició la más reciente serie de la creadora –que expondrá en este noviembre en el Museo de Arte Colonial (Plaza de la Catedral de La Habana) que ha titulado La nasobuqueña tropical. Es un conjunto de 13 piezas emblemáticas, inspiradas de una vajilla china, donde uno de sus platos muestra 2 mujeres, una llevando una sombrilla antigua que protege a la otra señora. En esta pieza, Flora, sustituye ese quitasol por el que ella creó para Artex –como un rejuego simpático de épocas-, y les pone a las mujeres nasobucos, abanicos. En la ambientación de estos cuadros, la artista recrea figuraciones tocadas por ella a lo largo del tiempo: caligrafías chinas, palmeras... Y estos rostros aparecen como resacas del drama de la pandemia en el que Flora Fong no ha dejado nunca de pintar...
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