Galería La Nave. Exposición colectiva Paisaje, Retrato y Naturaleza Muerta


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Desde que el hombre sintió la necesidad de representar a través de imágenes, lógicamente los motivos recreados fueron aquellos que le circundaban: el propio hombre, animales y objetos con los que convivía, así como la apariencia del espacio que habitaba. Todo ello, en ocasiones de manera aislada y en otras, conformando composiciones de mayor complejidad, que narraban sucesos determinados, ya fueran reales o de su imaginación. Sin embargo, no fue hasta aproximadamente el siglo XVI, que quedaron definidos y reconocidos los géneros en las artes visuales, vinculados, fundamentalmente, a la pintura y a los cuales les fueron conferidas jerarquías asociadas a los temas que los mismos abordaban, siendo entonces la pintura de historia la de mayor reconocimiento, mientras el retrato, el paisaje, la naturaleza muerta, el desnudo y las escenas costumbristas, recibían el calificativo de géneros menores.
Con el advenimiento de la Modernidad y el cambio en el paradigma estético hasta entonces validado, la taxonomía de los géneros sufrió un proceso de subversión, mediante el cual emergieron aquellos considerados de menor envergadura, equiparándose en importancia. El contenido de las obras, la dimensión narrativa que les concedía categoría o nivel, dejó de constituir una problemática esencial, ocupando el centro de la discusión la cuestión de los límites en la obra de arte, en tanto éstos se ensancharon cada vez más. Para este momento, difícilmente existiera un elemento que no fuera digno de ser representado, y el “qué” dejó de ser la preocupación fundamental, dando prioridad al “cómo” -iconoclasta y anticanónico. En este escenario, la cuestión de los géneros, insoslayable en cualquiera de los estadios del arte y su historia, se convirtió en pretexto para la experimentación formal. Cuando la Postmodernidad puso en crisis los presupuestos modernistas y quedaron superados todos los límites imaginables, los géneros sobrevivieron en la ironía, el pastiche, la intertextualidad… La ruptura epistémica no supuso un abandono de la representación de estos motivos clásicos, inherentes a la condición humana, y sí una postura irreverente del artista a la hora de abordarlos.
Pareciera entonces que, avanzada la primera mitad del siglo XXI, hablar de géneros en las artes visuales careciera de sentido, sin embargo, resulta interesante encontrar vínculos directos entre la producción artística más contemporánea y estos motivos desarrollados a lo largo de la historia del arte bajo la evidencia de que continúan siendo utilizados desde nuevas operatorias artísticas.
Situándonos en el contexto nacional más inmediato, la presente exposición explora múltiples posibilidades en que los géneros tradicionales, históricamente asociados a la pintura, son abordados desde otras técnicas, soportes, e intencionalidades conceptuales. Se trata de trece artistas exponentes de las más recientes promociones de creadores, entre ellos Daniela Águila, Reinaldo Cid, Cristian Cuevas, Gabriel Fabelo, Elio Jesús Fonseca, Dania González Sanabria, Daniel Madruga, Lianet Martínez, Eliane Adela Padrón, César Saavedra Nande, Lázaro Saavedra Nande, Dayana Trigo y Ronald Vill, quienes han tenido la posibilidad de desarrollar su obra alejados de clasificaciones generacionales excluyentes y que participan de dinámicas culturales globales, y con acceso inmediato a información de toda índole, lo cual les permite niveles extraordinarios de creatividad, comunicación y sincronización con los escenarios, no solo artísticos y culturales, sino también políticos, económicos y sociales alrededor del mundo.
Gracias a ello es posible percibir en sus obras alusiones a fenómenos diversos -algunos muy distantes entre sí- cubriendo un espectro extenso de posibilidades, entre estas, la creación de un “retrato social” a partir de la superposición, en el plano digital, de múltiples retratos individuales, como en la obra Amasijo, de Ronald Vill. Asimismo, la exploración que desarrolla Daniela Águila en el ámbito de la psicología humana, exponiendo posibles contradicciones existentes entre sentimientos y emociones experimentados por los individuos y las maneras en que los exteriorizan. Mientras que en el video-arte Placebo, Cristian Cuevas realiza el retrato psicológico de un ser que habita el espacio de la virtualidad desde una dimensión morfológicamente humana.
De otra parte, tenemos las diferentes maneras de asumir el paisaje de Eliane Adela Padrón, Dayana Trigo, Lianet Martínez y Elio Jesús Fonseca. La primera desde la aproximación a teorías que estudian el comportamiento de la mente humana y la relación de los conceptos abstractos y concretos en el pensamiento, con su obra Teoría de la Mente Corpórea. La segunda, desde la indagación en las capacidades del hombre para transformar el espacio natural mediante sus creaciones arquitectónicas, que adquieren valores simbólicos, no solo por la imponencia física de las edificaciones, sino por los motivos que inducen a su realización y los diferentes usos de las mismas a lo largo de su historia. La tercera, desde la experimentación formal, y el establecimiento de vínculos semánticos entre material empleado (cerillas quemadas) y la propuesta paisajística, con visos sutiles de (auto)reafirmación de la condición femenina partiendo de una estructura compositiva que remite a símbolos sexuales de la mujer. El último, desde una postura lírica, que encara preocupaciones psicosociológicas ancladas en el contexto cubano actual, recuperando en las “zonas wi-fi” que visita, las tarjetas Nauta que permiten el acceso a Internet, y manipulándolas como gesto liberador de la ansiedad que le produce el consumo de su propio tiempo y el de aquellos que acuden al mismo sitio con idéntico propósito.
Desde el punto de vista de la naturaleza muerta, la propuesta de Reinaldo Cid aborda con la serie Deshielo, la historia tanto nacional como universal, y llama la atención sobre fenómenos que en un momento fueron epicentro de una colectividad y han sido sepultados por el peso del tiempo. Mediante distintas metodologías de la técnica del dibujo, Gabriel Fabelo nos ofrece una escena de carnicería en la que se entremezclan entrañas y puñal, imagen y texto, figuración y abstracción, en una madeja de imprecisa morfología. Dania González, en su conexión profunda con la naturaleza y los elementos que de ella provienen, materializa esa relación imperceptible entre vida y muerte, entre materia y espíritu. En la obra de Daniel Madruga, es posible percibir esa imbricación entre los géneros que dificulta la innecesaria clasificación. Madruga nos propone un tablero de ajedrez, escena simbólica y minimalista de un campo de batallas, en el que, en ausencia de ambos contrincantes, la cabeza ensangrentada de uno de los caballos del ejército blanco, reposa justamente en la posición que debía ocupar su rey. Las relaciones de poder y los mecanismos de “persuasión” dentro de una contienda, son puestos literalmente sobre el tablero, idea que viene a ser respaldada por su referente literario y cinematográfico en la obra El Padrino, donde tiene lugar una escena similar sobre las sábanas de un famoso director de cine.
En el video-arte Everything Has Beauty, los hermanos Lázaro y César Saavedra Nande, usan su propia imagen como modelos, el espacio en el que desarrollan su trabajo y el medio artificial que emplean para desarrollarlo, cual autorretrato, paisaje y naturaleza muerta, respectivamente; para indagar con ello, en la cuestión de los límites de la belleza en la contemporaneidad.
Es ineludible la relación de los géneros con el arsenal creativo, a través de la historia del arte hasta nuestros días. Aproximarnos, desde esta perspectiva, a la producción artística más reciente, implica una postura desprejuiciada que permita percibir las múltiples posibilidades en que éstos se manifiestan, aceptando sus capacidades transformadoras, las que le han permitido, mutar ante cada giro epistemológico, readecuándose y poniéndose en función de producir sentidos para cada ecosistema epocal.

Dayana Trigo. S/T Boldt Castle, 2019
Tinta sobre papel vegetal, madera, vidrio. 36.7 x 49 x 5 cm

Dayana Trigo. S/T Leeds Castle, 2019. 
Tinta sobre papel vegetal, madera, vidrio. 36.7 x 49 x 5 cm

Lianet Martínez. Naturaleza Muerta, 2020.
Fósforos quemados, pegados y acrílico sobre lienzo. 66 x 90 cm

Reinado Cid. De la serie Deshielo, 2020
Impresión digital. Archival pigment print. Edición 5 + 2 P/A. Edición actual 1/5
61 x 100 cm

Eliane Adela Padrón. Teoría de la Mente Corpórea, 2017.
Ilustración, tinta sobre papel.
Ilustración (1): 21 x 17 cm. Dibujos (4): 27.9 x 21.6 cm c/u
 

Gabriel Fabelo. Empuja, 2020.
 Técnica mixta sobre cartulina. 220 x 26 cm

Gabriel Fabelo. Aprieta, 2020.
Dibujo sobre cartulina. 220 x 26 cm

Dania González Sanabria. Hallazgo (Animal), 2017.
Huesos de animales, pedazo de madera, guata y algodón. 110 x 100 x 90 cm

Elio Jesús Fonseca. Las Horas, 2018-2020.
Obra en progreso. Instalación
Conjunto de tarjetas de recarga Nauta, recolectadas y manipuladas durante sesiones de Internet en el parque wi-fi. Dimensiones variables.


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