Hacia la 20 edición del Festival Internacional de Teatro de La Habana: Gilda Hernández. Fundamento y vuelo del Teatro Escambray.


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Hacia la 20 edición del Festival Internacional de Teatro de La Habana: Gilda Hernández. Fundamento y vuelo del Teatro Escambray.

Debutó en el teatro profesional – paradójicamente sin paga para quienes lo hacían— con 53 años cumplidos (nació en agosto de 1913). Lo hizo con Francisco Morín, en Prometeo, una de las agrupaciones icónicas de la escena cubana del siglo XX, en Sangre verde, de Silvio Giovaninetti, acompañada por un reparto que encabezaba Berta Martínez y donde figuraban Helmo Hernández, Miguel Navarro, Lilliam Llerena. Poco antes tuvo que sustituir a Berta en Un tal judas sobre el mismo escenario. El teatro era cosa de grupo, de comunidad. Se hacía lo que fuese necesario con tal de no perder el encuentro pactado con el público.

En diciembre del 57 integró el elenco de Medea la encantadora, del español José Bergamín, junto a la sin par Ernestina Linares y a su hijo Sergio de 18 años de edad.

Poco después Sergio sería uno de los fundadores de Teatro Estudio, la agrupación que surgía liderada por Vicente Revuelta donde, tras el triunfo de enero del 59, Gilda actuaría en El alma buena de Se Chuán, que abriría el camino hacia el conocimiento de Brecht.

A la par colaboró en el diseño organizacional del sistema teatral desde el Teatro Nacional, donde se instaló inicialmente un grupo de intelectuales y artistas a quienes se pidió colaboración para estructurar la actividad teatral y danzaria en la Revolución triunfante. Al lado de Isabel Monal y de Mirta Aguirre, Gilda y Fermín Borges proceden del medio teatral y cuentan con el conocimiento específico y el diálogo directo con sus colegas. Pronto serán sumados otros intérpretes y conocedores de la danza, la música y la etnología.

Sobre la base de alternar labores y tareas pudo integrar el pequeño equipo que pasó el curso breve de dirección teatral que impartió Vicente en Teatro Estudio en el afán de comenzar a formar directores para la escena. Como parte del entrenamiento realizó la puesta de Corazón ardiente, de John Patrick, y El aniversario, de Antón Chéjov, ambos durante 1960.

En julio de 1961 se fundó el Conjunto Dramático Nacional (CDN), con actores reconocidos, en el anhelo de tener una agrupación que representara a la nación, a la usanza de algunos otros países. Fue previsto un grupo de artistas nacionales y extranjeros como profesores y directores con el propósito de adiestrar al colectivo y llevarlo al más alto nivel posible. Gilda fue parte del proyecto. Realizó las puestas en escena de La santa (Eduardo Manet) y Misa de gallo (Peter Karvas, ambas en 1964); Réquiem por Yarini (Carlos Felipe, 1965.)

En febrero de 1966 se creó el grupo Taller Dramático con Gilda, Roberto Blanco y Modesto Centeno como directores. Allí levantó sobre el escenario La soga al cuello, de Manuel Reguera Saumell (1966) y Las brujas de Salem, de Arthur Miller (1968).

Colaboró codo a codo con Sergio en la preparación de la aventura del Escambray que finalmente comenzó el 6 de noviembre de ese año con la llegada del núcleo fundador (trece personas) a la región.

Fue la Sub directora del grupo teatral. Se encargó de organizar y garantizar toda la vida práctica desde el inicio, pero desempeñó, además, funciones como consejera, asesora, maestra, enfermera, relacionista pública, lideró también la labor de investigación en los primeros tiempos y organizó la conservación de la memoria, es decir, los archivos. En ausencia de Sergio, comandaba el proyecto. Ambos eran uno.

Por supuesto que también actuaba (inolvidable su Hermana Sara de El Paraíso recobra’o, de Albio Paz con dirección de Elio Martín), dirigía y escribía. A Gilda debemos lo que para mí es el momento más alto de la experiencia en el plano de la dramaturgia: El juicio (1973), una obra que elimina – a partir de su estructura-- la separación entre intérpretes y espectadores y consiguió, desde lo lúdico, la comprensión y el consenso en torno a un problema social que parecía insalvable[i].

Más tarde su liderazgo y magisterio resultaron imprescindibles para la creación del Teatro Juvenil Pinos Nuevos (1978) con estudiantes que egresaban de la ENA, una nueva agrupación que seguía los propósitos definidos originalmente por el Teatro Escambray y se establecía dentro de la vertiente de trabajo teatral que se denominó en esa época “teatro nuevo” y que conformaban varios otros grupos en el país.

De esa etapa atesoro valiosos intercambios y el recuerdo de su constante ajetreo, que podía incluir, en sus manos expertas, la remodelación de un vestido para asistir a un cónclave teatral en alguna zona del planeta u hornear una panetela en la espaciosa y vieja cocina de La Sacra, en la Isla de la Juventud, durante la madrugada, para que los muchachos la encontraran fresca a la hora del desayuno.

Era exigente, severa, directa, ágil en la réplica. También divertida, amorosa y encantadora. “Tota” era el nombre de guerra, con el que la llamaban los realmente cercanos: la reducida familia consanguínea y la familia teatral que conformaban los integrantes del Grupo Escambray y los jóvenes de Pinos Nuevos. “Gilda” quedaba para el trato oficial, ortodoxo o infrecuente.

Por fortuna, nuestra cinematografía conserva su imagen de actriz en la tercera jornada de Historias de la Revolución (Tomás Gutiérrez Alea, 1960) y en la segunda historia de Lucía (Humberto Solás, 1968).

Su ingente labor la hizo merecedora de la Orden Félix Varela en 1988, la cual recibió con emoción genuina.

Solamente la enfermedad la pudo alejar del campamento de La Macagua, en el Escambray, donde pensó morir.

Fue tan responsable como Sergio de que hayamos tenido en nuestra historia teatral una aventura y un experimento de tal envergadura, solo que sin ella hubiese sido aún más difícil y complejo todo o, tal vez, ni siquiera hubiese sido pues una experiencia similar presenta asuntos tan peliagudos como la convivencia, la disciplina y la colaboración, las relaciones con el entorno, que implican a los habitantes de la zona y sus autoridades, por solo citar algunos. Sin embargo, poco se habla de esta mujer infinita e inefable.

El 9 de noviembre de 1989, a sus setenta y seis años, nos dejó la responsabilidad de ser fieles a su memoria y enaltecer el arte donde su vida halló diáfano sentido.

 

[i] Las montañas del Escambray fueron el escenario de la lucha de las milicias revolucionarias contra las bandas de alzados en contra de la Revolución que operaban en el lugar. Las familias de la zona sufrieron significativas pérdidas a manos de estas bandas. Una vez terminada la lucha contra estos bandidos e impartida la justicia por las instituciones correspondientes del Estado varios de los integrantes de estos grupos de alzados volvían a habitar la zona son la consiguiente tensión entre los pobladores. Ni el exmiembro de las bandas redimido ni quienes habían sido víctimas en cualquier sentido podían desarrollar una vida plena en tal cercanía. El Gobierno Revolucionario decidió, entonces, dar la oportunidad a estos individuos de asentarse en otra zona del país con sus familias. La medida no era totalmente comprendida por los diversos grupos poblacionales con independencia de la posición que hubiesen ocupado o asumido durante la contienda.


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