Hacia la 20 edición del Festival Internacional de Teatro de La Habana


hacia-la-20-edicion-del-festival-internacional-de-teatro-de-la-habana

Hacia la 20 edición del Festival Internacional de Teatro de La Habana

Unas notas sobre Sergio Corrieri. Regresar al Escambray

Sergio vivía su adolescencia cuando se inició en el teatro. Matriculó en los cursos del Teatro Universitario y se presentó ante el público por vez primera en 1954, en El nieto de Dios[i], del dramaturgo y periodista brasileño Joracy Camargo, bajo la dirección de Luis Alejandro Baralt, director a la sazón de la institución, fundador años atrás de La Cueva, la institución que a mitad de los treinta instaló la escena cubana en la modernidad y quien en 1951 se había hecho cargo de un espectáculo imponente en la Plaza de la Catedral donde doña Adela Escartín mostraba sus cartas credenciales en Cuba interpretando a Juana de Arco.

Con Baralt hará todavía en Teatro Universitario La zorra y las uvas, de Guilheme Figueiredo, una puesta de la cual nos trae significativa información la crítica e investigadora Rosa Ileana Boudet en su magnífico libro El teatro perdido de los 50 cuando glosa un fragmento de la reseña hecha en el momento por Francisco Ichaso[ii]

Se ha dicho que su fuerte mensaje político, “un grito de desesperación para ser escuchado por un dictador”, ocasiona el cierre del teatro con la intervención de la policía. La tensión política es muy aguda en la Universidad, pese a que las funciones no son en la escalinata, sino en el Aula Magna, pero el incidente lo coloco entre corchetes –la Universidad está todavía amparada por la autonomía– la obra se repone en Atelier…

Más tarde, entre 1956 y 1957, adelantada un poco la etapa de las pequeñas salas teatrales que nos fue garantizando un público para el teatro, Sergio trabajó bajo la conducción de otros directores como Francisco Morín y Paco Alfonso.

Sobre el mes de octubre de 1957, encabezados por Vicente Revuelta, un pequeño grupo de teatristas comenzó a reunirse con sistematicidad para intercambiar preocupaciones sociales, ideopolíticas y estéticas. Leían y comentaban sobre filosofía marxista, historia con el fin de adquirir un instrumental que les permitiera analizar y comprender mejor la realidad y su relación con el arte. Estudiaron el llamado Método de Stanislavski, lo hicieron al estilo de Vicente, primero con algunos ejercicios y luego aplicándolo al montaje concreto de una obra que, en este caso, sería Viaje de un largo día hacia la noche (1956), de Eugene O’Neill. Sergio formó parte del pequeño grupo. El mismo que en febrero del año siguiente fundaría Teatro Estudio[iii].

En noviembre inició sus jornadas la Academia de Artes Dramáticas de Teatro Estudio en los altos de una casa situada en Neptuno número 510, entre Campanario y Perseverancia, en el actual municipio de Centro Habana. Para la mayoría significó su bautizo como docentes.

En enero de 1959 Vicente impartió un cursillo de dirección con el propósito de ayudar a formar nuevos directores entre quienes tenían interés en la especialidad. Sus primeros alumnos fueron Roberto Blanco, Gilda Hernández y Sergio Corrieri.

A partir de aquí alternaron la actuación con la dirección teatral. Como actor, Sergio tomó parte en los elencos de Petición de mano (Chéjov, 1960); Tupac Amaru (Osvaldo Dragún, 1960); Corazón ardiente (John Patrick, 1960); Madre Coraje y El círculo de tiza caucasiano (Brecht, 1961); Fuenteovejuna y El perro del hortelano (Lope de Vega, 1963 y 1964); El baño (Maiakovski, 1963); La muerte de Besie Smith (Albee, 1964); La ronda (Arthur Schnitzler, 1967.)

Como director presentó Recuerdo de dos lunes, de Miller, donde también interpretaba el personaje de Larry, en 1961, en la sala Ñico López, sede original de Teatro Estudio; Contigo pan y cebolla, de Héctor Quintero, 1964, en la sala Hubert de Blanck, entregada al grupo desde diciembre de 1963; Risotadas ante el patíbulo, de Jack Richardson, 1965.

Desde 1962 el cine lo reclamó como actor y a partir de este momento su desempeño en la filmografía cubana acompañó su labor teatral. Entre las producciones en los cuales participó se cuentan Crónica cubana, de Ugo Ulive, 1962;  Cuba 58 , de Jorge Fraga y José Miguel García Ascott, en el mismo año; Soy Cuba, de Mijail Kalatozov, 1964; Desarraigo y Papeles son papeles, de Fausto Canel , 1965 y 1966 respectivamente; La ausencia, de Alberto Roldán y Memorias del subdesarollo, de Tomás Gutiérrez Alea, ambas en 1968; El hombre de Maisinicú  (que le vale el Premio de Actuación Masculina en el Festival de Cine de Moscú) y Rio Negro, de Manuel Pérez Paredes, en 1973 y 1977; Mella, de Enrique Pineda Barnet, 1975; Mina viento de libertad, de Antonio Eceiza, 1976; Como la vida misma, de Víctor Casaus, 1985; Baraguá, de José Massip, 1986.

El Seminario Nacional de Teatro que se realizó en 1967 dejó en claro la insatisfacción de un grupo de teatristas con la práctica teatral que se realizaba, que también incluyó la inconformidad con el crecimiento desmesurado del aparato burocrático que atendía el teatro desde el Consejo Nacional de Cultura y que no se avenía con el desarrollo real de este arte en el país.

Algunos teatristas deseaban y necesitaban una mayor participación del arte teatral en las transformaciones sociales que se estaban produciendo como consecuencia de la Revolución. En particular se interesaban por la relación entre el teatro y el espectador. Cómo y qué tanto puede interesar y actuar el teatro como arte sobre el espectador. No se trataba de realizar trabajo de extensión teatral y presentar obras previamente hechas en los barrios, zonas rurales o centros de estudio o de trabajo, sino de ir más allá. De darle al teatro un lugar en el gran cambio social que se estaba produciendo por doquier en el país.

Teatro Estudio no escapó de estos anhelos ni de las insatisfacciones ya expresadas. Antes bien, y como sería lógico esperar, resultó el espacio de más alta elaboración de lo que se pretendía. El otoño del 68 será el escenario donde las disensiones existentes con la práctica teatral al uso se concreten en dos proyectos diferentes: el Grupo Los 12, encabezado por Vicente Revuelta, y el Grupo Teatro Escambray liderado por Sergio Corrieri. Un grupo de actores de Teatro Estudio formó parte de cada una de estas recién nacidas instituciones que se complementaron con artistas procedentes de otras agrupaciones artísticas.

En noviembre 6 comenzó la saga del Grupo Teatro Escambray que tenía por premisa de su experimento un espectador virgen para el teatro y una zona donde coincidiesen riqueza histórica, palpables contradicciones sociales y relevancia para la economía del país. Son esas las razones que encaminaron al grupo de artistas hacia el centro montañoso de la isla.

En el Escambray Sergio versionó Los fusiles de la Madre Carrar, de Bertolt Brecht, en un texto que tuvo por título Y si fuera así… (1970), donde también se desempeñó como actor. Dirigió tres títulos fundamentales: Unos hombres y otros (Jesús Díaz, 1969); El juicio (Gilda Hernández, 1973); La emboscada (Roberto Orihuela, 1977). Dada la filosofía de trabajo del grupo-- traducida en métodos y estrategias de organización, creación y producción--, las tareas y responsabilidades bien delimitadas no eran obstáculo al compromiso colectivo con todo lo que se llevaba a cabo, por lo tanto, había mucho de cada cual en casi todo lo que se realizaba.

La tarea de excelencia de Sergio, como escribió criollamente en las primeras páginas de su diario, apenas el día 8 de noviembre, era “empujar ese carro”, y cito: “que llegará a alguna parte, aunque ahora no sepamos exactamente adónde. Después de todo, ¿no están los otros caminos verdaderamente agotados?”[iv]

“Empujar el carro” era empresa magna. Se trataba de una obra fundadora que debía labrar su camino en todos los sentidos. Ello implicaba, al interior del grupo, mantener el equilibrio, siempre difícil, de la convivencia; abrir y sostener un diálogo permanente y en crecimiento hacia fuera, con todos los organismos e instancias relacionados con el proyecto e irse abriendo paso y ganando cada vez más aliados; emplear las estrategias correctas para comunicarse con aquel público, hasta ahí ajeno, y encontrar las vías que les permitieran cumplir, al respecto, los objetivos que se habían propuesto.

Otros textos, entre libros y artículos, han dado ferviente testimonio de la ingente experiencia artística y humana que tuvo lugar allí, particularmente desde 1968 y hasta finales de los ochenta.

No obstante, el examen de la experiencia del Grupo Teatro Escambray, incluso en esta etapa que parece lejana, es un tema no agotado que aún reserva muchísimo interés y al cual se acercan y se acercarán nuevos interesados y estudiosos con nuevo instrumental de análisis y valoración y perspectivas distintas.

Desde mi vivencia personal, entre 1978 y 1982 en que me tocó estar cerca del trabajo de los grupos llamados “de teatro nuevo” surgidos en diversos espacios de la Isla, a partir de la experiencia del Grupo Teatro Escambray, la politización extrema de esta vertiente por parte de la instancia administrativa de la actividad creó una distancia artificial entre las prácticas de dichas agrupaciones y las del resto de la especialidad que se tradujo, al menos en el imaginario colectivo de los colegas (el espacio más influyente), en la existencia de jerarquizaciones ociosas.

Hasta hoy ello ha funcionado como un elemento distorsionador que ha obstaculizado la evaluación serena e integral de la experiencia por parte del gremio, afectando también el justiprecio de sus protagonistas.

Como reconocimiento a sus logros, cualidades y capacidades a mediados de los ochenta Sergio fue invitado a desarrollar nuevas tareas en la esfera de la dirección política del país que, por razones obvias, lo alejaron de la escena teatral y cinematográfica.

En la memoria de buena parte de los cubanos quedará por un tiempo su desempeño en el personaje de David, de la exitosa serie televisiva En silencio ha tenido que ser.

Para los artistas escénicos que compartieron con él, Sergio es mucho más. Su contribución a la historia y al desarrollo del arte teatral, no solamente a nivel del país, está pendiente de ser evaluada con profundidad y detalle.

Además de la excelencia profesional, evidenció poseer las cualidades de un estratega y de un líder y como base de ello actuaron su inteligencia, sensibilidad, cultura y un pensamiento de alto nivel de elaboración.

En el año 2006 la escena cubana lo reconoció con el Premio Nacional de Teatro. En este 2023 el evento teatral más importante del país honra su memoria.

 

[i] No estoy segura si se trata en realidad de Dios se lo pague, la reconocida obra de este autor, una de las más representadas fuera de Brasil entre los títulos de su dramaturgia.

[ii]  Francisco Ichaso. “La zorra y las uvas, comedia brasileña en el Teatro Universitario”. Diario de la Marina”. 8 de febrero de 1956, citado por Rosa Ileana Boudet en El teatro perdido de los 50. Conversaciones con Francisco Morín (2014). Ediciones de la Flecha. Santa Mónica, California, p. 143.

[iii] Los fundadores de Teatro Estudio fueron: Vicente y Raquel Revuelta, Ernestina Linares, Pedro Álvarez, Rigoberto Águila, Antonio Jorge, Sergio Corrieri y Héctor García Mesa.

[iv] Laurette Sejourné. Teatro Escambray: una experiencia (1977). Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, p.66.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte