Harry Belafonte, los 95 de un gladiador


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Harold George Belafonte no es un hombre cualquiera. ¿Músico, cantante? Por algo fue bautizado como el Rey del calipso. ¿Actor? De primerísimo orden. Le habrían bastado sus interpretaciones en las películas Carmen Jones (1954) u Odio en las praderas (1972) —el admirable western en el que compartió protagonismo con su amigo Sydney Poitier— para  ser recordado en la historia del cine.

En el filme Carmen Jones, un clásico del musical, Harry Belafonte interpreta a un joven soldado en período de instrucción en un campamento militar para afroamericanos.

Otros con similares desempeños en la música, el teatro y el cine han conquistado cumbres por la versatilidad de sus grandes talentos. Pero lo que ha hecho Harry Belafonte trasciende el arte. La vocación social, el  activismo en favor de los derechos humanos, la lucha contra la discriminación racial, la defensa de causas nobles y la integridad de principios éticos entrañablemente incorporados a su modo de ser y actuar perfilan su actitud ante la vida.

A los 95 años de edad —nació el primer día de marzo de 1922 en Nueva York; hijo de un cocinero y una empleada doméstica jamaicanos—, Harry puede decir que ha cumplido, aun cuando confiesa que tiene mucho que ofrecer pese a la avanzada edad y las secuelas del padecimiento maligno que padeció.

¿Cómo se formó ese carácter? Ahí está su origen humildísimo en una sociedad fracturada por grandes brechas sociales determinadas por la riqueza de unos a costa de la explotación de las mayorías; el odio racial heredado de un sistema levantado sobre el sufrimiento de esclavos negros, y la toma de conciencia social de personas que le sirvieron de guía en su desarrollo intelectual y profesional. No es casual que entre estos últimos figuren Paul Robeson, el extraordinario cantante afroestadounidense que se enroló en defensa de la república española, y el reverendo Martin Luther King Jr., abanderado de la lucha por los derechos civiles de los ciudadanos de piel negra. Después de haberse inspirado en sus lecciones, secundó a este último, valiéndose del temprano reconocimiento artístico alcanzado, en la organización de la marcha por el centro de Washington el 28 de agosto de 1963; movilización decisiva en el enfrentamiento a la discriminación racial que forzó a que el establishment adoptara medidas legales —insuficientes y muchas veces incumplidas, como se sabe— favorables a la igualdad de derechos. Ese día el pastor, merecedor del Premio Nobel de la Paz y posteriormente asesinado, pronunció su célebre discurso conocido como “Yo tuve un sueño”, en el que cifró la esperanza de unos Estados Unidos donde reinara la fraternidad.

Otra experiencia que lo marcó para siempre fue su enrolamiento militar en las postrimerías de la segunda guerra mundial. Los negros normalmente no eran asignados a unidades de combate de primera línea. Más bien, eran asignados principalmente a especialidades de apoyo. Su trabajo consistía en cargar barcos militares con destino al Pacífico. Justo antes de que Belafonte llegara a Port Chicago, California, se produjo una enorme explosión de barcos militares cargados de municiones. Murieron 320 personas; dos tercios de ellos eran marineros negros. “Fue el peor desastre doméstico de la segunda guerra mundial, pero casi nadie lo sabe”, expresó Belafonte en una entrevista concedida a Ted Turner para la CNN original.

“Otra experiencia que lo marcó para siempre fue su enrolamiento militar en las postrimerías de la segunda guerra mundial”.

Después de la tragedia, los marineros negros se negaron a cargar municiones en las mismas condiciones segregadas e inseguras que provocaron la explosión. Aquello se conoció como el motín de Port Chicago. Cincuenta de los marineros fueron declarados culpables de sedición y condenados a prisión. La mayoría no fueron liberados hasta meses después de que terminó la guerra. “La causa del motín de Port Chicago —comentó Belafonte en la citada entrevista— fue uno de los errores judiciales más feos de Estados Unidos; el juicio masivo más grande en la historia naval y una desgracia nacional”.

La reivindicación de las culturas populares de su entorno fue asumida consecuentemente por Belafonte. No se trata únicamente del calipso, si bien al género caribeño debió en buena medida su popularidad en la escena musical. Sobre todo por “Mathilda”, tema que se remonta al menos a la década de 1930, cuando el pionero del calipso, el trinitario King Radio (realmente llamado Norman Span) grabó la canción. Belafonte lo grabó por primera vez en 1953 y se convirtió en un éxito inmediato, reforzado por su inclusión en su segundo disco de larga duración con la RCA Victor y lanzado en 1955.

De algún modo convenció a los directivos de la compañía discográfica acerca de cuánto podrían beneficiarse al promover las músicas folclóricas de Estados Unidos y el Caribe, arropadas por una adecuada actualización. Belafonte había descubierto fuentes inagotables en la biblioteca del Congreso y ponía oído a las tradiciones orales de la gente del barrio. Llegó incluso a grabar piezas de un compositor nombrado Paul Campbell, en realidad el seudónimo de Los Weavers (Pete Seeger, Fred Hellerman, Lee Hays y Ronnie Gilbert), a la sazón incluidos en la lista negra del Buró Federal de Investigaciones por supuesta afiliación comunista.

Con Cuba, Belafonte tuvo una relación muy especial. Visitó más de una vez la Isla, convencido de que la política del gobierno de su país era abusiva y errada. Condenó reiteradamente el bloqueo de las autoridades de Washington contra Cuba.

El 27 de septiembre de 2003 transmitió un mensaje a sus conciudadanos a propósito de un mitin de solidaridad con Cuba, efectuado en la Iglesia de la Intercesión, en Nueva York. Allí se solidarizó con los Cinco Héroes antiterroristas cubanos, por entonces encarcelados injustamente.

La labor del músico y actor Harry Belafonte en la esfera social y en favor de los derechos humanos es igualmente reconocida.

Años después, en una entrevista concedida en La Habana en ocasión de su asistencia al Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, respondió a la pregunta de por qué seguía apoyando invariablemente al pueblo cubano con las siguientes palabras: “No lo veo como un esfuerzo supremo, es una forma de vida: si crees en la libertad, si crees en la justicia, si crees en la democracia, si crees en los derechos de las personas, si crees en la armonía de toda la humanidad”.  

La relación fue intensa y cordial con Fidel Castro. “Es único para su tiempo, su presencia en el mundo mejoró la vida de millones de personas”, comentó en 1992 acerca del Líder de la Revolución. En su autobiografía My song, publicada en 2011, describió su último encuentro con Fidel, cuando este se hallaba enfermo: “Estaba al tanto de todos los temas, y, a pesar de los problemas de Cuba, a pesar de la recesión mundial, estaba lleno de entusiasmo por lo que podría suceder. Fidel era tan carismático, su energía tan poderosa, su legado en algunos aspectos tan admirable. (…) Realmente me gustaba”.

En julio de 2020 el Estado cubano confirió a Harry Belafonte la Medalla de la Amistad, justo reconocimiento a un gladiador por la solidaridad y un futuro mejor.

 

 


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