Intelectuales y Tartufos


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Una vez más no podemos dejar de rememorar la intervención del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, a través del arte de su palabra, de su imponente personalidad, cuando presidió y participó en las reuniones históricas que acontecieron los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional José Martí, entre la dirección de la joven Revolución y un grupo de escritores, artistas e intelectuales. Reuniones que marcarían el espíritu y destino de la política cultural de un nuevo país. Como toda Revolución que llega al poder por vez primera, ésta se hallaba enfrascada en un arduo proceso de unidad entre todas las fuerzas dirigentes de aquel entonces –Movimiento Revolucionario 26 de Julio, Partido Socialista Popular y Directorio Revolucionario 13 de Marzo–, y el pueblo revolucionario.

Momento urgente para hacer extensivo también dicho proceso a los escritores y artistas cubanos, a la intelectualidad en general, cuando el país acababa de propinar su primera gran derrota en América al imperialismo norteamericano en las arenas de Playa Girón, y cuando al mismo tiempo se intensificaban los planes subversivos contra la Mayor de las Antillas desde Washington, entre otras muchas acciones, como fueron a la vez las llamadas guerras psicológicas.

En esa primera etapa, en los días en que los cambios se precipitaban en una escalada de golpes y contragolpes, cuando se imponían las respuestas rápidas a las agresiones del enemigo, Fidel concurría a la televisión. Entraba en los hogares en una conversación para todos y, simultáneamente, individualizada, clara, abierta, de una honestidad ilimitada.

Fue en medio de ese contexto de guerra abierta en pleno apogeo que el Líder de la Revolución cubana decidió reunirse con los intelectuales de la Isla para abordar los problemas relacionados con la cultura del país, de su pueblo creador y militante, consciente que lo primero que había que salvar era la Cultura.

Durante tres días la máxima dirección dialogó y profundizó en diversos problemas concernientes a los cambios que se avecinaban y demostrando que la Revolución para poder sobrevivir y avanzar tenía que ser, ante todo, un hecho cultural. Como bien lo demostró la virtuosa carga de intelectuales –escritores, artistas, poetas, músicos…héroes y mártires en su mayoría–, durante los tres períodos de guerras independentistas, y durante los primeros años de República Neocolonial.

Y, durante esos primeros años de República neocolonial, ¡qué mejor ejemplo que el del joven universitario comunista Julio Antonio Mella!, quien también —y al igual que Fidel—, tuvo momentos de palabra y de pluma aleccionadora y de denuncia contra los elementos/sujetos más espurios de la llamada intelectualidad de su época.

Un escrito de la autoría de Mella poco divulgado por nuestros medios y que merece ser estudiado a profundidad por su gran carga de dignidad, exhortación a la verdad y la necesidad –ya histórica—, de reflexionar cómo combatir todo lo execrable en estos tiempos en que la unidad entre todos los intelectuales, entre todos los cubanos honestos y dignos de serlo, se hace cada vez más imperiosa.

Intelectuales y Tartufos.

Por: Julio Antonio Mella.

 

“Con el tiempo, las grandes palabras que expresaban grandes ideas, se han ido corrompiendo como ríos que encontraron cerrados sus desagües propios. El torrente se convierte en pantano; la verdad en mentira, porque el torrente como la verdad necesita del movimiento constante, de la agitación fecunda.

“Libertad, Igualdad, Fraternidad, Patria, Derecho. Son bellas palabras, aunque fueron grandes ideas ayer. Hoy, Libertad es el permiso de una casta a esclavizar a otras. Igualdad, el abrazo que se dan al asesinarse mutuamente los hombres en las luchas fratricidas. Fraternidad, la camaradería de los miserables esclavizados por un mismo amo. Patria, el huerto donde los pocos comen los frutos que los más cultivan. Derecho, la defensa de los más fuertes al saciar sus apetitos.

“Una nueva palabra va entrando en la clasificación anteriormente expuesta, en el rango de las palabras-tambor, diríamos así, por tener mucha sonoridad y estar vacía como los parches guerreros.

“Esta palabra es Intelectual.

“Al patricio, inculto; al señor feroz; al clérigo taimado; al noble vanidoso; al militar fatuo ha venido a sustituir en el momento presente el intelectual rastrero. Pretende bajo un nombre que encierra una gran idea, establecer una nueva forma de tiranía tan odiosa como la del patricio, la del señor, la del clérigo, la de noble, la del militar. Concentra en sí todos los vicios capitales de los antiguos amos, más el refinamiento de la cultura que le permite con gran hipocresía aparentar que no los tiene formando así sus legiones de prosélitos.

“Ha triunfado y ocupa todos los puestos altos de la vida, no los puestos cumbres.

“Están en las academias, en las universidades, lo mismo entre los profesores y rectores que entre los alumnos, y en los puestos del gobierno han encontrado su mejor habitación. Son como las pulgas en el órgano auditivo de los perros.

“Intelectual es trabajador del pensamiento. ¡El trabajador!, o sea, el único hombre que a juicio de Rodó merece la vida; es aquel que empuña la pluma para combatir las iniquidades, como otros empuñan el arado para fecundizar la tierra, o la espada para liberar a los pueblos, o los puñales para ajusticiar a los tiranos.

“A los que denigran su pensamiento esclavizándolos a la ignorancia convencional, o a la tiranía oprobiosa no debe llamársele jamás intelectual. Guardemos las bellas palabras, que son pocas, para las cosas grandes que son más pocas todavía.

“A los que venden las ideas como las hijas de la alegría sus cuerpos impuros no les llamemos intelectuales, si fuesen del sexo femenino ya habríamos entrado el epíteto, llamémosles Tartufos, pero nunca Intelectuales.

“Intelectual fue Prometeo, tartufo, Hermes; intelectual Demóstenes, tartufo Alejandro. Intelectuales, los poetas, filósofos e historiadores y tribunos de la Revolución francesa. Tartufos, los poetas, filósofos e historiadores (tribunos no podían existir), en la época del llamado Rey Sol.

“En el mes pasado dos figuras simbolizaron a los intelectuales y tartufos. A los últimos, Benavente, el arlequín comediógrafo. A los primeros, Unamuno, el gladiador de la pluma.

“El autor de Los Intereses Creados, al recibir la condecoración con que el gobierno premia su mediocridad servil, exclama: “¡No sé cómo a quien diga que en España no hay libertad!”…Mientras tanto el ex Rector de Salamanca grita su palabra, a nadie se doblega, a todos ataca, se diría que su pluma quiere convertir a España en un nuevo Judío Errante; quiere hacerla caminar, para ver si de esa manera la hace vivir. Y el gobierno lo condecora con el laurel del destierro, como premio a su actividad sublime.

“Uno, se arrodilla al recibir la condecoración palatina; el otro, se dispone a rifar su cruz de latón como quien rifase un buen ejemplar de la raza canina en una feria.

“En la América, también en los últimos días, hemos visto a los intelectuales en funciones de su sacerdocio. Vasconcelos, al dirigirse a los estudiantes peruanos, ridiculiza y conmueve el solio del trono capitalista del más rastacuero y sanguinario de los tiranos americanos, Leguía.

“Ingenieros llama a éste simio y el bisonte de Venezuela: “los dos ascos de la náusea continental”.

“Varona, el Maestro de la juventud universitaria de Cuba, lanza su palabra condenatoria desde las páginas de nuestra revista Juventud. Palabras que podrán ser anuladas en estos momentos, pero la juventud sabe oír y guardar, como quien guarda un puñal en el pecho, para “el tiempo futuro que será mejor”. Tiempo, en que la juventud de hoy gozará el triunfo “por haber perseverado en un propósito noble y levantado”.

(Julio Antonio Mella. Marzo de 1924. Editorial de revista Juventud, La Habana, T.1. Año 1. No. VI, pp. 9 y 10).

 

 


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