Internet de las cosas


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Desde hace dos años toma fuerzas este nuevo escalón en el desarrollo de los sistemas de comunicación, pero ahora dirigido, como lo indica su nombre, precisamente a mantener comunicados los objetos que nos rodean, incluido cada uno de los adminículos que podemos utilizar en nuestro quehacer diario.

Conocido por sus siglas en inglés IoT (Internet of Things), el concepto fue sugerido en fecha tan temprana como 1999 por el investigador Kevin Ashton del MIT (Massachusetts Institute of Technology). La idea en sí es llevar a los extremos este mundo de conectividad ubicua que ya estamos viviendo. También es conocida como la comunicación D2D (Device to Device).

En tiempos pasados se comenzó a hablar del IPv6, esa forma de identificar los recursos en Internet que está sustituyendo los recursos numéricos del tipo nnn.nnn.nnn.nnn, ubicados dentro de la norma actual IPv4. Precisamente, uno de los temas más recurrentes, imprescindible para el mundo de IoT, era que con este nuevo protocolo sería tan grande la disponibilidad de números, o direcciones, como mejor se desee entender, que incluso cada componente de un equipo tecnológico, fuera un televisor, una grabadora o un automóvil, tendría asignada una cifra única.

Por ese camino se planteaba que los seres humanos también tendríamos nuestra filiación única, la cual nos haría singularmente identificables con respecto a nuestros congéneres. Algo así como el estadounidense Social Security Number o el cubano Carné de Identidad, pero a nivel global. Entre otras “ventajas” estaría la de ser identificado e individualizado, sin lugar a dudas, cada vez que navegáramos por Internet y fuéramos dejando nuestra huella digital, no ya de la máquina que utilizamos o de lo que solicitamos, sino la de nosotros mismos.

A nivel simplista, cualquier variante que nos ayude será bienvenida. Así, los tejidos inteligentes de nuestras ropas pudieran alterarse en función del intercambio de información que refleje un cambio desmesurado de la temperatura. También, mientras realizamos ejercicios, un equipo de seguimiento nos mantendrá conectados a registros médicos, atentos al llamado de atención si sobrepasáramos los niveles aceptados de fatiga.

Previo a la llegada a la casa, esta se acomodaría a las condiciones que más nos gusten, incluida la actualización del refrigerador en relación con el mercado más cercano, el nivel de las luces, cambios en las decoraciones de las paredes, sugerencias para no olvidar el cumpleaños de nuestra pareja, mientras la florería o la joyería entrega el regalo que reservamos con veinte meses de antelación. Hasta los equipos de audio y video (ya integrados) hubieran ido captando solo lo que esos artefactos tienen en su memoria sobre nuestros gustos.

Los guarismos son llamativos, pues se aduce que los humanos estamos rodeados de unos 1000 a 5000 objetos, por lo que el monto total pudiera acercarse a los 100 mil millones de objetos conectados. A tal punto, que la conocida firma Gartner se refiere a unos 26 mil millones de objetos en conexión para el año 2020.

Hasta aquí, todo pudiera parecer color de rosas tecnológicas.

La realización no está muy alejada para aquellos países que cuentan con la infraestructura básica imprescindible. Los potentes centros de datos dispondrán de toda la información necesaria. Los grandes canales de comunicación serán los encargados de llevarla y traerla. El resto de los países y de sus correspondientes seres humanos, una vez más quedarán relegados, pero eso, dirán algunos, es peccata minuta, que se sale de los estándares tecnológicos.

Pero vamos un poquito más allá. ¿Qué hay de la privacidad o sobre las violaciones y desvíos de esos datos?

La omnipresente e incomprendida conciencia sobre la seguridad y sus violaciones, ofrece también cifras alarmantes. Por ese camino, el equipo de hemodiálisis, el marcapasos, los electrocardiógrafos portátiles o el más sencillo dispositivo de control de salud, cada día estaría intercambiando información con los centros de control, pero a expensas de los inescrupulosos ladrones de datos, con las previsibles fatales consecuencias, cuyo análisis no puede faltar en este entorno.

Muchos dirán que Cuba, dados sus niveles reales de desarrollo tecnológico, todavía se encuentra muy distante de estos escenarios; pero siempre es bueno recordar que esa distancia no necesariamente hay que recorrerla completa, y que en menos tiempo del que otros necesitaron, pudiéramos estar abocados, si no a la opción completa, al menos a algunas de sus variantes. Entonces, que venga IoT, pero un poco de conocimiento, nunca está de más.


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