“Ismaelillo”, lección de ética


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La poesía de José Martí ha sido valorada como una de las más significativas de este género en las letras en lengua española. El Maestro conoció en vida del destaque a esa zona de su creación, tanto por los poemas que publicó desde muy joven en periódicos de Cuba y México como por sus dos cuadernos, Ismaelillo y Versos sencillos,  impresos respectivamente en 1882 y 1891.

Al parecer, el segundo libro tuvo mayor resonancia pública al ocurrir su salida, probablemente porque en ese momento ya Martí era escritor reconocido por buena parte de la ciudad letrada hispanoamericana gracias a su sistemática colaboración con los diarios del continente mediante sus maravillosas crónicas acerca de Estados Unidos que él llamara “Escenas norteamericanas”. No obstante, ese mismo  alcance de Versos sencillos ayudó a extender el interés sobre Ismaelillo, publicado también con los propios recursos económicos del autor, y que, más que vendido, circuló por el regalo de sus ejemplares.   

La justa estimativa lograda por el tercer libro de poemas, Versos libres desde su publicación en el siglo XX, no ha opacado los valores de los cuadernos anteriores, pues ambos se han seguido admitiendo como dos preciosos joyeros.

Ismaelillo ha sido convertido por padres y maestros en lectura para niños. Seguramente han influido en ello tanto el ritmo como la ternura de estas poesías en que Martí habla a su hijo y entrega la hermosura de su amor filial. Es, sin dudas, un libro encantador, que se disfruta y que hace recordar al adulto aquella infancia feliz junto a sus padres, si es que la pudo tener así.

Es cierto que el tono y el ritmo, y en más de un caso el hecho de que el poeta se dirija directamente al hijo, abonan en favor de aseverar que el padre escribió pensando en que aquel fuese el lector de estos poemas. Mas, aparte de que entonces su hijo José Francisco solo tenía tres años de edad, es indiscutible que Ismaelillo es un poemario que sitúa al lector adulto ante la seria responsabilidad de criar a su prole, de formar personas útiles por sus valores morales, por su sentido de la entrega al bien del hombre.

Por eso este cuaderno no da consejos prácticos acerca de cómo tratar a los hijos, de cómo desarrollarles habilidades físicas y psicológicas, ni siquiera de los conocimientos imprescindibles que debe aportar la vida familiar, sino que es una lección de ética para el hijo y también para el padre: su gran tema, a mi juicio, es la eticidad, ya sea para el padre, ya sea para el hijo.

Desde luego, todo el que se acerca a la escritura martiana comprende enseguida que toda ella está sustentada en basamento ético, que es rasgo calificador de su pensar. Y por ello, además de la frecuente cita de la prosa que destinó a la imprenta, más sus cuadernos de apuntes y de su epistolario, la poesía ha de considerarse no solo otra expresión de su ética, sino, a mi parecer, el medio  esencial de brindarnos su eticidad.

Es sabido que la poesía ha sido siempre en toda época y en cualquier cultura vehículo para analizar la conducta humana y los códigos éticos que la rigen. En el caso de Martí, todo poema tiene una marcada intención moral, un juicio de valor, un llamado a la conciencia del lector. Sus letras fieras, como él las calificó, son una lucha permanente por moldear un mejor ser humano, por abrir los caminos eternos hacia la perfección.    

Puede ser el rechazo a dejarse ganar por el afán desmedido por la riqueza material, el dinerismo, como él dijo. Así, en “Mi reyecillo” señala al hijo “Mas si amar piensas/ El amarilllo/Rey de los hombres,/ ¡Muere comigo!/ ¿Vivir impuro?/ ¡No vivas hijo!”   

La terriblemente dramática disyuntiva es directamente asumida por Martí. Si te pliegas al amor por el oro, prefiero, hijo, tu muerte. El padre deseando, nada más y nada menos, que su hijo muera antes de que viva impuro. Luego ese amor al oro (el amarillo rey de los hombres) implica un mal vivir, ser impuro. Y esa frase exclamativa que nos deja pensando en el sacrificio del padre: “¡Muere conmigo!” ¿El padre está invitando o más bien mandando al hijo a que muera junto a él, cuando le toque morir al padre?, ¿O será que el poeta-padre, avergonzado, aceleraría a su muerte ante esa vida impura del hijo? O la más dura decisión: ¿el padre se mataría luego de dar muerte al hijo impuro?

Cualquiera de las interpretaciones es de un dolor extremo para el padre, quien no solo condena al hijo a desaparecer sino que él tampoco vería sentido de vivir compartiendo la impureza de su hijo. Estamos, pues, ante un gran drama, como los de Esquilo y Shakespeare, tan apreciados por Martí como poetas para la escena.

Obsérvese entonces, en este ejemplo, la hondura de la eticidad martiana, que nos pone a sus lectores adultos ante la severidad implicada en el inmenso deber de mantener la pureza. Deber que, además, enriquece al padre, que disfruta a su hijo, que en él halla —como dice en otros de los poemas de Ismaelillo— su “musilla traviesa”, cuyos pensamientos “rebosan vívidos” ante el hijo, quien “flota sobre todo” y es el “guardiancillo magnánimo” de la puerta del “hondo espíritu” del padre.  

Hay en este cuaderno martiano una filosofía, toda una concepción del mundo, de la vida y del ser humano, un pensamiento de servicio basado en una eticidad plena. Tal es el sustrato y el mensaje central de estos inolvidables versos.    

Hay que agradecer al Instituto Cubano del Libro por abrir con Ismaelillo el plan promocional de lectura al que ha llamado “El libro del mes”, y que se continuará por esos días con el segundo título, El principito, de Antoine de Saint Exupery, un relato de amor, solidaridad y fe en la humanidad. 

No sé si el francés leyó Ismaelillo u otro texto del cubano, pero hay una semejanza en su obra con la martiana, la de contribuir con su texto al mejoramiento humano.  


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