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Ivette Vian en la cocina


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Quien la conozca de cerca no me dejará mentir. Ivette Vian (Sor Vittorina como ahora se da en llamar jocosamente para su interlocutor de hoy), aunque a veces lo niegue, es una entusiasta cocinera a la que le encanta preparar improvisados platillos para sus amigos, pues ella es de las auténticas chefs, que disfruta “comiendo en compañía”, aunque las más de las veces quien la siga con sus ojos muy implorantes sea su fiel perrita Maní-Totó, su mayor compañera de aventuras culinarias. Pero como Ivette es una gran escritora, su inmensa cocina —en la cual he probado deliciosas pastas, arroces con “qué se yo qué”, sopones, dulces, bocadillos y cuanto elíxir bendito es capaz de destilar una buena amistad—, se traslada a veces a sus muy imaginativos libros para “niños sin edad” y es por esa razón que nuevamente conversaremos hoy a partir de su libro más reciente, que sigue una tradición ya establecida por ella hace años en otros aceptados volúmenes anteriores. Esta entrevista se inicia cuando me recibe con un: — ¡Fray Kikito, alamareño! Pase y sírvase, usted siempre tiene un plato en mi mesa:

¡Es un placer —y un honor inmerecido— entrevistarla para mi columna!

Oh, boss Kikito, gracias. Aunque mucho se comentan sus bondades, ¡ay!, aún no conozco esa columna suya; así que para mí también será un placer.

Voy con la primera, la pregunta aperitiva. Últimamente hemos visto la afluencia de numerosos libros de cocina en los catálogos de las editoriales cubanas: ¿qué piensas de esta tendencia?

No pienso nada. Es que últimamente no tengo ojos para catálogos, sólo veo mi cocina; y ahí ya no hay mucha afluencia ni otra cosa que resulte numerosa.

En la literatura hay algunos ejemplos destacables de novelas que toman la cocina como pretexto para sus argumentos. Me viene a la mente Como agua para chocolate, de Laura Esquivel. ¿Alguna vez te ha asaltado la idea de hacer una novela donde un personaje tenga esta especie de filiación amorosa con los calderos, las especias, las recetas?

¡Oh, sí, Laurita! Casualmente, para el libro que me publican ahora seleccioné un fragmento de esa novela que dices; no podía faltar. Pero lo que me viene a la mente —siempre lo tengo ahí— es el Manual de la Buena Mesa Encanto del hogar (1), uno de mis libros de infancia; regalo de Enrique Vian Ruiz a su amante, Anita, que poco después me traería al mundo. ¿Ves? más que pretexto la cocina —como el sexo— resulta centro de casi todos los argumentos, hasta de los literarios. Pero no, nunca me ha asaltado semejante idea. ¿Por qué supones, Kikitonadacome, que me debía suceder un “asalto” de esa índole a mí precisamente? Y, por ejemplo, ¿no se te ocurre el asalto (abordaje o embestida) de algún famoso chef francés o —digamos, al menos— de un monje cocinero de Bután, que anduviera por La Habana buscando una antigua receta del Tivolí santiaguero, di tú…?

Revisando tu amplia obra publicada, veo que eres reincidente en el tema de escribir libros para niños sobre la cocina. Por ejemplo, me viene a la mente aquel memorable El cocinaíto (Ediciones Unión), luego Marcolina en la cocina (Editorial Gente Nueva) y ahora el anuncio de Comiendo con los ojos que sale por Cauce para la FIL 2017. Entonces se me ocurren varias preguntas: ¿Qué significó cada uno en tu vida como autora?

Bueno, no puedo separar eso de ser autora, bisabuela, madre superiora, favorita de un harén… Como Yvette (2), El cocinaíto fue una solución para escribir algo suave, fácil, que ya lo tenía en la cabeza, y no quedarme echada, solamente con la “actuación secundaria” en el papelito de viejita convaleciente, post-intervenida (3) (¿viste?). Marcolina en la cocina, bueno, es uno de los libros que se desprenden de los guiones (inéditos: tengo otro con Enrique Chiquito y sus enseñanzas, otro con Juan Andarín y sus viajes en patineta; Gente Nueva publicó dos libros con guiones y tengo otro en la gaveta con los guiones escritos, pagados y que se quedaron sin realizar). Son libros que, como dicen, se caen de la mata. El de cocina lo armé con todas las recetas —incluyendo diálogos de los personajes secundarios fijos, consejos de la protagonista Marcolina, etc. — que aparecieron en La Sombrilla Amarilla (programa televisivo del siglo pasado que congelaron en pleno éxito; no añado “inexplicablemente” porque parece que ya es un hábito nacional, solo acoto “lamentablemente”, eso sí).

Ahora, luego de tres años en cola, aparecerá Comiendo con los ojos. Cuentos y golosinas. Es como un libro-revista monotemático —parecido a Los perros de mi vida (4), con variedad de secciones alrededor de un tema, todo breve. Investigar y armar este tipo de cosas me resulta muy entretenido; además aprendo e intento comunicar. Expreso mucho de ese runrún que suena y conversa solo en mi cabeza-corazón; siento que hago contacto hablando con el lenguaje del espíritu infantil y a través de temas universales, como el de las comidas (con sorprendentes fans, sobre todo entre niños y viejos, la gente que vive infancias…).

¿Qué valor le encuentras a este tipo de libro, además de —por supuesto— el ciertamente utilitario de ofrecer iniciativas para quienes entran en su casa y se enfrentan al intríngulis de que cocinarán cada día?

Aunque ya alguien me ha llamado Ivette Villapol (y que conste, es un honor, pues tuve el gusto de entrevistar a Nitza, en vivo, y sin duda sigue siendo una querida maestra para todo cubano); Comiendo con los ojos no es sólo un libro de recetas útiles y fáciles de hacer. Me atrevo a un poquito más, como un asomarse al mundo de las comidas, ¿eh? Empiezo con cuentos originales de La Anfitriona (yo, claro), le siguen sus invitados (que empiezan llegando desde China antigua y el visiteo acaba con un autor jovencito de Guantánamo). Así, los cuentos son el plato fuerte, luego vienen las golosinas: poemas, canciones, juegos, proverbios, curiosidades, chistes… Bueno, eso. ¿Mi nuevo libro? Un divertimento, sabroso, bien sazonado, siempre educativo (¿televisivo? todavía). Además, ojo: ilustrado por Valerio, guajirito pero artista premiado y tan niño, que llenó las páginas de dibujos a todo color. Comiendo con los ojos también es su libro, y de nuestro editor-diseñador, Carlos Fuentes (5). Nada, se trata de una gran cena —o comilona— organizada desde Pinar del Río.

¿Hay otro proyecto de ese estilo?

Ah sí monográficos, enfocados en un tema, sin tiempo ni espacio fijos, ¿abiertos? Tengo una docena, llevo años engordándolos, escribiendo a mi aire. Pero en punta, casi terminados: uno sobre la música, y otro de los oficios. Lo difícil es publicarlos; de cualquier modo, yo hablo bien de ellos y los pongo en cola… Hacerlos me mantiene atenta, y creyéndome que marco tarjeta y todo para sentarme a trabajar, jijiji… Vivo ilusionada con esa bobería. Mientras, escribo memorias y diarios infinitos, impublicables, que no voy a terminar nunca; y en momentos iluminados, de vez en cuando me sale un cuentecito genial, jiji, como los de antes, y así…

¿Eres una cocinera apasionada?

¿Apasionada?, para nada. Ahora soy ritualista para comer. Limpio la cocina, friego, ordeno, me baño y me pongo perfume caro, música clásica y entonces es que me concentro a cocinar. Sólo para mí; para Maní-Totó y para los gatos negros de la ventana. Preparo pequeñas raciones, en vasijitas de plástico guardadas en el congelador; una para cada día de la semana.

Aunque todavía soy adicta a los accesorios de la cocina y de la mesa; como mis padres, disfruto con los utensilios bellos, cuencos y mil platicos como la emperatriz china Tzu Hsi (jiji), servilletas bordadas, necesito los cubiertos que lleva cada cosa… En fin, muchos prefieren comer con cuchara, todo junto (un buque o mangaña, le dicen allá en Oriente) y con el plato en la mano. Explico que adoro jugar a las casitas, que me inspiro en la liebre marceña de La merienda de locos, pero en vano.

Y, bueno, ya me resigné a comer en bandeja de beca (de lata no, claro, una de plástico verde-piscina (que me regaló Marcos, el fotógrafo de Comiendo con los ojos), en la cama, sentada en una almohada-sillón de flores azules (regalo de mi hijo) y viendo la tele con Maní-Totó al lado, observándome (siempre le doy a probar un pedacito, sí, la malcrío).

¿Qué tipo de comida prefieres hacer?

Minimalista. Lo más natural y sano posible. Cuasi vegetariana. Muchos jugos naturales y gazpachos. Mucho picoteo de vegetales con cebolla, ajo, aceite de oliva. Pollo casi hervido, sin ninguna grasa añadida; guisos de pescado. Puré y cremas. A todo lo espolvoreo con cúrcuma, con moringa. Pastas con atún o con picadillo de pavo. Bueno, claro, cada quince días hago potaje —me gustan todos los granos— y hago congrí, moros y cristianos, arroz con pollo. Me encantan, pero no hago frituras (salvo los plátanos maduros fritos para comer con pescado), ni croquetas, nada complicado.

¿Cuáles son tus comidas preferidas?

Platos ya imposibles. Mojarras fritas acompañadas de fufú, un recuerdo exquisito; un sabor de cuando yo tenía dos o tres años y vivía sola con mi mamá, en una casita del Tívoli, un barrio de Santiago de Cuba. Otro sueño es el pastel de limón que hacía mi mamá con galleticas de María y mantequilla pastelera (Limon´ pie, el que mi papá aprendió en Boston y luego le enseñó a ella). Cada vez que lo hallo en un menú, lo pido, pero qué va, nunca me sabe igual.

¿Hay algún otro proyecto culinario?

¿Culinarios? Oh, sí, siempre. Hay varios, pero están ahí, como una música de fondo. De vez en cuando los trabajo; en eso estoy, sin prisa pero sin pausa.

 

 

Notas:

(1) Carmen González Pérez. Encanto del Hogar. Manual de la Buena Mesa. Cocina y Repostería. Imprenta ROS, Bartolomé Masó no. 254, Santiago de Cuba, 1940.

(2) Aprovecho esta oportunidad que me da la columna de Kikitonadacome, para avisar a “mi público” que he regresado al nombre que aparece en mi certificado de nacimiento: Yvette, con Y. Nada, que me estoy “rescatando”. Asuntos de identidad “terminal”.

(3) Yes, el chisme completo: intervenida por el inolvidable Dr. Miguel Ascue, de un carcinoma de baja malignidad (no digo la mala palabra), sublingual (sólo por beber y fumar, menos mal). Quince años de sobrevivencia. ¡Santa palabra!

(4) Los perros de mi vida. Ivette Vian Altarriba, editorial Gente Nueva, La Habana, 2013/ Los perros de mi vida. Ivette Vian Altarriba, ediciones Bagua, Madrid, 2014.

(5) Carlos Fuentes también editó y diseñó otro libro mío: Planeta Girasol. Cuentos y palabras de fantaciencia, ediciones Cauce, Pinar del Río, 2013.

 


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