Hace cinco años, a la edad de 81 años, partió hacia la eternidad una de las más prominentes personalidades del teatro, el cine y la televisión cubanos: José Antonio Rodríguez Ferrer (19.03.1935-7.09.2016), cuyo memorable desempeño como actor, director escénico y locutor se inscribió con fuerza imborrable en los anales de la cultura insular.
Este extraordinario artífice trascendió dentro del mundo de las tablas, la producción dramática televisual y del séptimo arte, tan interrelacionadas entre sí, por su singular expresividad en la que ponía en funcionamiento toda su integridad física e intelectual para sacarle a cada personaje que asumía el mayor provecho representativo y creíble.
Asumió con total entereza interpretativa diversas figuras, tanto del teatro clásico, como del experimental y contemporáneo.
Otra faceta reconocida de José Antonio fue su exitosa labor como narrador de documentales y audiovisuales, en los que impactaba con su enérgica voz; en tanto reverenció a la escena cuando en los años 80 del pasado siglo fundó el prestigioso Grupo Buscón, a través del cual dio riendas sueltas a sus potencialidades como director escénico y a su capacidad como actor.
De esa época se recuerdan sus memorables puestas de Los asombrosos Benedetti, Buscón busca un Otelo y Cómicos para Hamlet, en las cuales dirigió y actuó.
EN EL CINE DEJÓ TAMBIÉN SU IMPRONTA
Igualmente, su impronta queda en la historia fundacional del cine cubano, el cual comienza su verdadero desarrollo en 1960 a partir de la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.
En tal sentido vale destacar su actuación en la película Cuba 58, de Jorge Fraga (1962); carrera que posteriormente se consolidaría y elevaría su prestigio internacional a través de importantes producciones como El otro Cristóbal (1963), de Armand Gatti; Tránsito (1964), de Eduardo Manet; El robo (1965), de Jorge Fraga; Tulipa (1967), de Manuel Octavio Gómez; La odisea del General José (1968), de Jorge Fraga; y Hombres de Mal Tiempo (documental,1968), de Alejandro Saderman.
También en La primera carga al machete (1968), de Manuel Octavio Gómez; Una pelea cubana contra los demonios (1971), de Tomás Gutiérrez Alea; La última cena (1976), de Tomás Gutiérrez Alea; Cecilia (1981), de Humberto Solás; Polvo Rojo (1981), de Jesús Díaz; La rosa de los vientos (1983), de Patricio Guzmán; Baraguá (1985), de José Massip; Bajo presión (1989), de Víctor Casaus; María Antonia (1990), de Sergio Giral y Pon tu pensamiento en mí(1995), de Arturo Sotto; entre otras.
FUE DESTACADO SU DESEMPEÑO EN EL TEATRO
Nacido en La Habana el 19 de marzo de 1935, José Antonio Rodríguez se introdujo en el universo de la actuación en Radio Progreso, donde hizo sus primeras presentaciones. Luego estuvo durante un breve tiempo en Teatro Universitario, hasta que en 1961 descolló dentro de las tablas con su incorporación al Conjunto Dramático Nacional, y luego, en 1967 y 1968 formó parte de La Rueda.
De aquellas primeras experiencias sobresalen sus desempeños en numerosas obras teatrales, entre estas La fierecilla domada, dirigida por Néstor Raimondi; Romeo y Julieta, de Shakespeare y bajo la conducción del checo Otomar Kreycha; El rey Christophe, de Aimé Cesaire, dirigido por Nelson Dorr, y ¿Quién la teme a Virginia Woolf?, dirigida por Rolando Ferrer y con Verónica Lynn, así como participa en De Película!, un texto teatral de Carlos Felipe dirigido por Pierre Chausap en que José Antonio encarnaba a Chaplin.
Unos años después, exactamente en 1968, se trasladó para el Grupo Los Doce, bajo la dirección de Vicente Revuelta donde encarnó el protagonista de Peer Gynt, de Ibsen; y en 1979 pasó a Teatro Estudio, en el cual desempeñó papeles inolvidables que le ganaron amplia popularidad y prestigio, entre ellos el Anselmo, de Contigo pan y cebolla, de Héctor Quintero; el Macbeth, dirigido por Bertha Martínez; y Galileo Galilei, en la puesta de Vicente Revuelta, con quien compartió el rol protagónico. También trabajó en Santa Juana de América, junto a Raquel Revuelta.
ELIGIÓ SER ACTOR Y NO MÉDICO
Aunque su padre aspiraba a que estudiara medicina, José Antonio sintió vocación por la actuación desde sus años de infancia, tal vez motivado por su recurrente visita a los cines del barrio donde vivía. Luego imitaba los pistoleros de las películas norteamericanas del Oeste, en simpáticas representaciones que causaban la risa de familiares y amigos. Contaba que cuando estudiaba en la escuela de curas Hermanos Maristas, tenía que viajar en guagua a ese centro, circunstancia que aprovechaba para relatar a sus compañeros de clases simpáticas historias creadas en su imaginación.
Su paso por la pequeña pantalla dejó memorables huellas, de las que jamás se han olvidado sus populares roles de Melquiades, en la Doña Bárbara que protagonizó Raquel Revuelta, y el Rigoletto de Las impuras, ambas dirigidas por Roberto Garriga.
Acreedor del Premio Nacional de Teatro 2003, compartido con la actriz Verónica Lynn; y de dos Premios Coral de actuación en ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana; así como de la Medalla Alejo Carpentier y la Distinción por la Cultura Nacional, una de las últimas presentaciones de José Antonio ante el público, ya enfermo, se produjo durante el homenaje que le fue organizado en el Centro Cultural Bertolt Bretch, por su cumpleaños 80, ocasión en que fue ovacionado por una multitud de admiradores.
La cultura cubana evoca a esta gran figura, cuya ejemplar entrega al arte es motivo de inspiración para las actuales y futuras generaciones de artistas escénicos.
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