José Luis Posada: Un “gallego” trinchera de la cultura cubana


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   --Cuando yo entré al puerto de La Habana, siendo un niñito, y vi el anaranjado rabioso del atardecer, comprendí que había llegado a un país especial.

Desgarradora fue la historia del asunto. Porque había un padre, tanquista entre aquellos republicanos que, en balde, trataron de parar a la reacción interna y a sus aliados nazifascistas, reos de la mayor conspiración contra el hombre de que se tiene memoria.

El niño iba a escapar por los Pirineos, tras ver cómo caía bajo la metralla, a su lado, el pequeño primo que no sobrevivió a un raid de la aviación alemana.

Años le iba a llevar a la familia el reencuentro. Quizás, para resarcirse, volvieron a besarse en la comarca más bella del país, ésa que Cirilo Villaverde llamó  “jardín de Cuba”, en el condado de Montehermoso, bañado por el Ariguanabo.

Cuando llenaba tanques en una gasolinera, había iniciado sus pininos artísticos. A los trece años está exponiendo.

¿Ya entonces le decían El Gallego? (Paréntesis: Cómo te reías, cacho de camastrón, porque entre nosotros existen “gallegos” nacidos en Cádiz, Madrid o San Sebastián. A mí no hay quién me convenza de que en aquella noche malhadada del 2002 no te revolviste, carcajeándote en el sarcófago, cuando la TV anunció circunspecta el fallecimiento del artista, “natural de Galicia”, una Galicia que incluye a tu natal y muy asturiana Villaviciosa).

Para decir lo que hay que decir, “mal y rápido”, declárese que José Luis Posada plantó tiendas  --para siempre, amén--  en esta Antilla Mayor. No le tembló un músculo a la hora de defender a la Revolución, también arma en mano. “Me interesan especialmente la fantasía, la magia, el hombre, el hombre mágico; a mí el hombre no mágico no me dice nada, a mí me interesa la magia. Por eso me siento tan bien en Cuba, porque Cuba es un país que afortunadamente nunca saldrá de la magia. Porque vive con ella”, declaró alguna vez.

Se movió a lo largo del panorama de nuestra plástica: pintor, muralista, caricaturista, dibujante, grabador, diseñador gráfico, ceramista, escenógrafo…

Tuvo sus pros y sus contras. En este último rubro, la creación de una leyenda personal, “de forma y manera” que hoy ni en los centros espirituales se puede averiguar quién demonios fue realmente El Gallego.

Hablando en puridad: el primer delito imputado a José Luis fue el de “autosuficiente”, con toda la carga despectiva que el término adopta en Cuba. Pero... ¿respondía El Gallego a la clásica definición folklórica del sabelotodo?

 Una tarde me convocó por teléfono: “Argelito, corre, ven para acá, que me ha pasado una cosa tremenda”. En La Habana  --demencial, entre otras cosas, en cuanto a transporte--  inventé en el aire un auto para arrancar, “raudo y veloz”, hacia el palomar de mi amigo, en los altos del Palacio de los Marqueses de Aguas Claras. Yo con muchísima angustia por lo que hubiese acontecido con el puñetero asturiano, famoso por sus excesos. Pero no: ahí estaba, cariacontecido, farfullando algo así como “Eso sí era un artista, y no la porquería que somos nosotros”. Estaba hojeando originales de esos aguafuertes que Goya le robó al mundo de las pesadillas. (Al menos con el aragonés genial, El Gallego mucho distaba de la tipología que enmarca al “autosuficiente”). Agréguese que a nosotros, simples, plebeyísimos mortales, nos consultaba con ansiedad sobre cada obra, antes de exponerla.

Hay una prueba definitiva de humildad. La da el hombre que cada día quiere saber lo que ignora. (El alma de los tontos se edifica con atrevida “autosuficiencia”). El Gallego era polígloto, se sabía de memoria en sus respectivas lenguas a Shakespeare y a Molière. Pero con modestia de monje benedictino se cultivaba día a día –regístrese el ejemplo magno--, como eterno explorador de la cultura y de la vida.

 Y... ¿qué más en cuanto a la leyenda negra? Pues que El Gallego era puro ácido de acumulador, líquido corrosivo ante los gestos vacuos, agua regia disolvente del ceremonial que preside la misa de los mediocres.

 Un día, en medio de nuestras libaciones, alguien llevó un vaso más allá del equilibrio metaestable. Cuando se estrelló el recipiente contra el piso de granito, un cofrade comentaría: “No alarmarse. Perdió la forma. Pero todo el material está ahí”. Y El Gallego rio la ocurrencia.

Eso mismo sucedió con la partida de José Luis hacia otra dimensión. Sólo perdió la forma. Pero todo el material, esencia viva, palpita desde el trasmundo en la misma semillita de la cultura –la de verdad--  de mi gente.

También es cierto que El Gallego sólo se nos adelantó. “Camino que to´s llevamos”, dice el pueblo en su sabiduría. Por tanto, que nos guarde una cama en su  misma litera, para seguir desbarrando y que así las veladas celestiales no nos resulten tan aburridas, al ser iluminadas por el recuerdo del rabioso tinte anaranjado de un crepúsculo en la bahía habanera.


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