José Martí, el manantial que no cesa


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Para Roberto Fabelo, martiano, 

también nacido un 28 de enero


 

Cada año, cuando se acerca la fecha del 28 de enero y comienza el ritual de las celebraciones por el aniversario del natalicio de José Martí, hay quienes se preguntan el porqué de la fascinación que esa figura central de la historia del país encierra para la mayoría de los cubanos.

Probablemente, de todas las posibles explicaciones, que seguramente serían muchas, hay una que resulta, al menos para quien esto escribe, como la más plausible o satisfactoria de todas: por lo inagotable de su vida y obra, por la infinita sustancia ética de su conducta moral e intelectual que provee su pensamiento y por la indivisible ligazón entre su decir y hacer, en las duras circunstancias que le tocó vivir. Esa triple función de la respuesta que trato de precisar nos conduce a la certidumbre de un Martí que es un camino de ida y vuelta para sus compatriotas, una encrucijada en la que nos hemos detenido alguna vez en nuestras vidas.

Al apelar a uno de los grandes martianos de Cuba y del mundo, Cintio Vitier, veo que, a pesar de todos los escritos que dedicó al maestro, que fueron numerosos y enjundiosos, Cintio acudió a una expresión de José Lezama Lima, que consideró insuperable, cuando necesitó calificar sintéticamente el valor de Martí en nuestras vidas. Dijo Lezama: “Es cierto que su permanencia indescifrada ocupa todavía memoriales y abundantes mañanas del colibrí. Pero es una generosa ventaja y no la desventaja que alguno pudiera profetizar. Tener un manantial vivo en el patio, en la raíz, al fondo, es una delicia comparable a la de haber bebido sin saciarnos”.

En pocas palabras el enorme poeta expresó la esencia de la cuestión: la mañana del colibrí como el símil del día a día, lo indescifrable como signo martiano, el manantial para la sed que no cesa como la ventaja de su existencia, disponible al fondo de nuestras casas, el placer de la búsqueda en su legado como la sensación de lo insaciable, todo en un solo párrafo, resumido y a la vez abierto, como un pequeño gran libro: José Martí. 

Ese habanero inmortal que nació un 28 de enero, fue consciente de que los seres humanos provenimos del dolor y a él volvemos, generación tras generación, hombre tras hombre, en inacabable sucesión dolorosa que es lo que denominamos Historia o, con una palabra más fresca y sustantiva, Vida. El dolor como purificación del ciclo vital.

Para hablar de Martí es preciso hacerlo desde la honestidad más profunda y, si es posible, desde el arte, sea cual este sea, ya la poesía críptica de la trascendencia o las artes visuales inefables y simbólicas, o el teatro que representa el drama humano, o la música que se asienta en otro tipo de lírica más universal aún que la de las palabras, pero siempre con arte, pues así fue su mirada de interpretación e indagación de la vida. Como dijo Gabriela Mistral de Martí, “tuvo también el decoro de la cultura” y eso fue dicho porque el autor del Ismaelillo, habló siempre desde lo culto y desde la médula de las cosas. O de nuevo con la palabra lezamiana, “la forja del arte y su utilidad histórica”, en clara referencia la condición de esteta de Martí.

La unidad entre su hacer y su decir es otro de los elementos del embrujo que nimba sobre todo lo relativo a su persona. Hacer, porque fue consecuente con su credo, nunca se desmintió; decir, porque en él su voz fue enunciación de los actos, su prolongación o anticipación. Cuando creyó que había llegado la hora de la acción riesgosa, del peligro de dar la vida por sus ideas, no dudó en bordear la muerte, como tantos miles de mambises en la primera guerra, en la Revolución de su amado y respetado Céspedes. Consiguió así, alimentar el caudal sacrificial de nuestras luchas independentistas, ese que se inició un 10 de octubre de 1868 en un batey perdido en la geografía del Oriente cubano.

Es impresionante apreciar en la distancia cómo los curtidos guerreros del 68 siguieron la prédica martiana y dejando comodidades y hogares regresaron al monte agreste en 1895, a pelear por la patria. Martí fue entonces la voz de la patria, su sentido encarnado. Generales y soldados de mil batallas, con los cuerpos tatuados por balas y sablazos, siguieron la voz del intelectual que hablaba por todos ellos. Fue la pasión lúcida que lo dominaba la que convenció a los guerreros de la Guerra Grande, no otra cosa; un hombre de pasión encendida y razón aguda, que a todos persuadía. Defendió métodos republicanos dentro de la dinámica militar para ejercer el contrapeso necesario, lo que le granjeó incomprensiones entre los jefes de la guerra. En el primer combate entregó su valiosa vida. Se aproximó entonces al abismo de la existencia y lo hizo sin temor o mejor, doblegó el miedo, que es el coraje. Se convirtió así en símbolo y siguió ordenando.

La ética, la virtud y el decoro fueron algunos de sus nortes conductuales y sobre cada uno de ellos reflexionó para explicarse ante sus contemporáneos. La frase suya, “Urge devolver los hombres a sí mismos”, es todo un discurso filosófico y ético que él encarnó como rasero para los demás, pues siempre predicó con el ejemplo, otro de sus nortes. Como poeta elaboró una obra fundada en la identidad vida-poesía, armada en la belleza del lenguaje y en la exaltación de los más altos sentimientos.

Otra martiana notable, Caridad Atencio, expresó con acierto lo impactante que resulta la experiencia de seguir la aventura de los Cuadernos de apuntes de Martí y entrever en ellos “cómo se entreteje la elástica y concéntrica red de sus lecturas”. Porque las lecturas de Martí dan una guía infalible para poder aquilatar su pensamiento. En esos cuadernos, Martí permitió, intencionalmente, que su más profunda intimidad se expusiera y buscara los ojos del lector. Esos apuntes han funcionado como mensajes embotellados que han desafiado los más rudos oleajes buscando manos que los recogieran y pupilas que los desentrañaran. 

La estudiosa Mayra Beatriz Martínez, en reciente investigación, nos muestra al hombre enamorado y seductor de mujeres que, a pesar de ese irrefrenable don, respetó a las féminas como pocos. Amor por los cuerpos, las cabelleras y el rostro preñados de belleza de las hembras, de sus personas, lo que se correspondió en un erotismo sensual reflejado en sus versos y prosa. Fue un caballero donjuanesco y encantador nuestro José Martí, desde luego que sí, pero, por encima de todo, refrendó siempre el hondo respeto hacia las mujeres. Fue uno de sus contrapunteos existenciales el balance entre el amor y la amistad, con lo que abordó otro de los grandes temas del hombre desde que este existe sobre la tierra. Nos dice esta martiana infatigable que Martí exhibió una masculinidad avanzada para su época, distante y ajena del machismo reductor de su tiempo (que es casi el mismo del presente) y lleva mucha razón. Hasta en eso fue diferente su versatilidad como ser humano. No fue un santo.

Y es que sorprende, sobremanera, ver cómo, después de que centenares y miles de talentosos investigadores y pensadores de todos los confines durante décadas han desvalijado sus libros o escrito los propios sobre el Maestro, se vislumbra en el presente la nueva sed martiana de los más jóvenes, quienes se suman a esa tarea sin fin de encontrar sus verdades, lejos de las consignas y de las frases extraídas de contexto. Es ofensivo tratar de convertir sus ideas en una suerte de panacea universal y es lamentable encontrarse, a cada rato, diría que demasiado frecuentemente, con la manipulación ideológica de su legado, algo que irrita, que incomoda a la persona honesta y amante de la veracidad histórica. La esencia de la ideología de Martí fue la independencia de Cuba, crear la República inclusiva de las mayorías y defender a los más pobres y desvalidos. Con otras palabras, crear una República de hombres y mujeres verdaderamente libres. De cualquier forma, su contribución a enriquecer la cultura política cubana en lo adelante fue decisiva.

Poeta, ensayista, pensador de ribetes filosóficos, narrador, crítico de literatura y artes, escritor para niños y jóvenes, analista político, periodista nato, organizador y dirigente político y hombre de acción, entre otras facetas, su vida fue plural hasta lo inimaginable, repleta de experiencias que supo recoger en sus escritos y cuadernos. Su inagotable capacidad de ofrecer algunas respuestas y sugerir preguntas lo convierten en un interlocutor permanente. Hombre de su tiempo, bolivariano y cespediano confeso, Martí gestó un pensamiento libertario que fue mezcla del liberalismo más radical y del republicanismo más avanzado, tan eficaz, sugerente y expansivo como para inspirar a todos los revolucionarios cubanos que le sucedieron. 

Por lo demás, conociendo del porqué de la fascinación que la figura de José Martí ejerce sobre nosotros, ¿qué otras cosas pueden ser las que celebremos cada año el 28 de enero? ¿el final del primer mes del año? ¿la presencia del tímido inviernillo insular? ¿el cumpleaños de un buen amigo?, o ¿qué otra cosa pudiera significar? Bueno, pues todas ellas reunidas, desde luego, pero lo esencial creo que ya está dicho: el natalicio del cubano inagotable, del hombre que es manantial intelectual y moral al alcance de la mano, el manantial que no cesa.


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