José Martí: “La América lo quiere por fino y por sincero”


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“(…) El verso, hijo de la emoción, ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa. Y ese verso, con aplauso y cariño de los americanos, era el que trabajaba Julián del Casal (…) Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran”.

Según algunos críticos literarios entre José Martí y Julián del Casal, figuras sin lugar a dudas prominentes del Modernismo literario existieron diferencias. En el caso de Martí el hecho del destierro durante tantos años no sólo sería un factor determinante en su formación política, sino también un importante elemento de tensión entre su vocación literaria y su sentido del deber como líder de un movimiento revolucionario independentista.

 

Sin embargo, Casal representó al individuo completamente evadido, retirado del mundo que le rodeaba. Esto explica la lectura que muchos críticos, investigadores y académicos han hecho (dentro y fuera de la Isla) de su obra. Realmente, entre los dos existen diferencias que han sido destacadas en detrimento de lo esencial: el ser ambos también las dos caras de una misma moneda: la Cubanidad.  

Es así cómo y tomando como referencia al recordado escritor y crítico Enrique Anderson Imbert, “lo que diferencia en su sentido más radical las escrituras de Martí y de Casal de la de los demás poetas modernistas (y de Darío, en primer lugar) es que en aquellos el discurso literario se erige como diseño de la identidad nacional, de lo cubano, de la Cubanidad (…) Los poetas modernistas podían proclamar su afrancesamiento con más libertad y sin ambages, puesto que ya eran nicaragüenses, mexicanos, colombianos, etc. Para ellos la identidad política había dejado de ser un problema (o al menos era lo que sentían) y creyeron entonces que el momento de escoger libremente la identidad estética, a que como artistas tenían derecho, había llegado. No hay que olvidar que los hispanoamericanos que llegaron a la vida pública alrededor de 1880 —es decir, cuando ya sus patrias habían pasado lo peor de la anarquía— admiraban, todavía románticamente, los héroes de la acción política; pero presentían que, cambiadas las circunstancias, su papel no iba a ser heroico”.

El problema fundamental en todo ello radicaba—y sin lugar a dudas--, en el reconocido afrancesamiento de Casal traducido por sus críticos en un total desapego, desarraigo y apatía manifiesta hacia los intereses de la patria. En ese sentido algunos críticos de renombre, como Justo de Lara, llegó a afirmar que Casal “viviendo en la Habana, vivía mentalmente en un París formado por su fantasía, mezcla del París de Gauthier ó de Baudelaire y del París de Verlaine y los poetas que hoy llaman decadentistas”. Y añade: “De seguro que, si a él se le preguntaba, siendo un joven de a lo sumo de 27 ó 28 años, por las inclinaciones de cualquier mujer de belleza generalmente aplaudida en la Habana, no hubiera podido facilitar muchas noticias. En cambio, de París conocía por sus lecturas, casi tanto como si las hubiera tratado a todas las demimondaines (…)”.

Asimismo, existen algunos críticos literarios quienes opinan que tanto Martí como Casal tienen como estrategia esencial en su obra la construcción de la Cubanidad. A esto habría que añadir la contradicción o paradoja que para muchos isleños representó “casi un hechizo” la obra poética de Casal, incluidos todos aquellos que cuestionaron su Cubanía. Sin embargo, la desaparición física de Casal conmocionó a los cubanos de dentro y fuera de la Isla. Y ese impacto, —cuya onda alcanzó de inmediato a Martí— constituyó la prueba más fehaciente de la Cubanidad de Casal.

Y es el propio Apóstol de nuestra Independencia, nuestro José Martí, quien ante tantos argumentos referidos a Casal decide escribir y publicar en Patria el 31 de octubre de 1893, una maravillosa crónica acerca del joven poeta en la que le magnifica, al igual que tanto a los cubanos de la Isla como a los del destierro. En ese escrito Martí llega a compartir con Casal la distancia, el desasosiego y preocupación de vivir “sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio”, y su innata aspiración a la unidad entre todos los cubanos, a una identidad propia sin reservas, sincera y solidaria. ¡A elevar la Cubanidad de todos los hijos de este pueblo!

Por su excelencia, decidimos traer a los lectores el trabajo periodístico que, sobre Julián del Casal, dedicó nuestro Héroe Nacional José Martí, en las páginas del periódico Patria el 31 de octubre de 1893.

“Aquel nombre tan bello que al pie de los versos tristes y joyantes parecía invención romántica más que realidad, no es ya el nombre de un vivo. Aquel fino espíritu, aquel cariño medroso y tierno, aquella ideal peregrinación, aquel melancólico amor a la hermosura ausente de su tierra nativa, porque las letras sólo pueden ser enlutadas o hetairas en un país sin libertad, ya no son hoy más que un puñado de versos, impresos en papel infeliz, como dicen que fue la vida del poeta.

“De la beldad vivía prendida su alma; del cristal tallado y de la levedad japonesa; del color del ajenjo y de las rosas del jardín; de mujeres de perla, con ornamentos de plata labrada; y él, como Cellini, ponía en un salero a Júpiter. Aborrecía lo falso y pomposo. Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme. De él se puede decir que, pagado del arte, por gustar del de Francia tan de cerca, le tomó la poesía nula, y de desgano falso e innecesario, con que los orífices del verso parisiense entretuvieron estos años últimos el vacío ideal de su época transitoria. En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay aún poesía para mucho; todo es el valor moral con que se encare y dome la injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia. El sello de la grandeza es ese triunfo. De Antonio Pérez es esta verdad: “Sólo los grandes estómagos digieren veneno”:

“Por toda nuestra América era Julián del Casal muy conocido y amado, y ya se oirán los elogios y las tristezas. Y es que en América está ya en flor la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso, y quiere trabajo y realidad en la política y en la literatura. Lo hinchado cansó, y la política hueca y rudimentaria, y aquella falsa lozanía de las letras que recuerda los perros aventados del loco de Cervantes. Es como una familia en América esta generación literaria, que principió por el rebusco imitado, y está ya en la elegancia suelta y concisa, y en la expresión artística y sincera, breve y tallada, del sentimiento personal y del juicio criollo y directo. El verso, para estos trabajadores, ha de ir sonando y volando. El verso, hijo de la emoción, ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa. Y ese verso, con aplauso y cariño de los americanos, era el que trabajaba Julián del Casal. Y luego, había otra razón para que lo amasen; y fue que la poesía doliente y caprichosa que le vino de Francia con la rima excelsa, paró por ser en él la expresión natural del poco apego que artista tan delicado había de sentir por aquel país de sus entrañas, donde la conciencia oculta o confesa de la general humillación trae a todo el mundo como acorralado, o como con antifaz, sin gusto ni poder para la franqueza y las gracias del alma. La poesía vive de honra.

“Murió el pobre poeta, y no lo llegamos a conocer. ¡Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Nos agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. ¡En verdad que es tiempo de acabar! Ya Julián del Casal acabó, joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran”. Patria, 31 de octubre de 1893.

 


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