Juana Borrero y su ráfaga de luz


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Para nuestro Julián del Casal, aquella niña llevaba en sí los resplandores de las estrellas. Fue un 18 de mayo, pero de 1877, cuando nació Juana, en el seno del hogar de Don Esteban Borrero Echeverría, que vivía en una vieja casona de Puentes Grandes.

En una ocasión, Casal le escribió estos versos:

¡Ah! Yo siempre te adoro como un hermano, /no sólo porque todo lo juzgas vano / y la expresión celeste de tu belleza, / sino porque en ti veo ya la tristeza / de los seres que deben morir temprano/.

Y así fue. No se equivocó el gran poeta. Tres años después de la muerte de Casal, que por cierto, fue un golpe brutal para la familia Borrero, la joven  soñadora muere el 9 de marzo de 1896, lejos de la patria.

A veces, como hermano, otras, como amigo y más intensamente, con un amor hechizado, fugaz y platónico, Julián del Casal la amaba, y ella lo sabía. Era aquella niña, para él, un alma bella de artista, una virgen, con una expresión celeste y tristemente desolada; había percibido que nada existencial animaba a la pequeña, hermosa joven. Y decía, “que sin tener fragancia como las dalias, tenía más resplandores que las estrellas”.

Esteban Borrero era un gran hombre. Desde los primeros momentos de la Guerra del 68, se había ido a la manigua, le había prestado un buen servicio a la lucha independentista en Cuba y fuera de Cuba. En uno de sus viajes a Nueva York, en 1892, lo acompañó Juana. En aquella oportunidad, la prodigiosa joven conoció a José Martí.

Era Don Esteban, poeta, narrador y demostraba una gran inclinación por la ciencia moderna que lo había decidido a escribir importantes trabajos en este campo. Había ejercido como maestro, trabajado muy duro en distintos oficios y estudiado, entre otras cosas, la Licenciatura en Medicina y Cirugía. Fue tal su compromiso con la Patria, que perseguido, tuvo que emigrar a Cayo Hueso con su esposa e hijas, después de pasar por tristes penalidades, abusos y desafueros de las autoridades coloniales. Regresó a Cuba, en 1902. Ya había muerto de fiebre tifoidea su querida hija Juana, con solo diecinueve años. Después, como comentara Cintio, “abrumado Esteban, de memorias amargas y perturbado de su razón”, se suicidó en 1906.

Fue Juana Borrero, desde muy niña, una pintora extraordinaria, capaz de retratar a personajes comunes con una habilidad no muy común en los años de infancia. Una adolescente que  amaba la naturaleza y la reflejaba en sus dibujos. Fue una de las pocas mujeres que en aquellos años estudió en la Academia San Alejandro.

Desde muy pequeña, también escribía versos, con una desenvoltura  que impresionaba:

/Cuando agoniza el sol reverberante/ y extiende por el cielo su arrebol /sobre mi frente pensativa siento /bajar la inspiración/.

Increíble, solo siete años, fragmento de una  composición que su hermana Dulce María, también poetisa, mostró en un Conferencia que tituló: “Evocación de Juana Borrero”.

A los catorce años, ya era capaz de expresar:

¿Por qué tan pronto mundo me brindaste/ tu veneno amarguísimo y letal?.../¿Por qué de mi niñez el lirio abierto/ te gozas en tronchar?

Para la joven cantora, Casal era un modelo poético insuperable sobre las cuerdas del modernismo hispanoamericano. Se nota en sus versos la influencia del gran lírico, sobre todo, en sus estupendos sonetos, de la misma manera, que encontramos la huella de Julián en la obra de los hermanos Federico y Carlos Pío Uhrbach, que se sentían sus discípulos.

Aquellos dos jóvenes, después de la muerte de Casal, siguen visitando la casa de Puentes Grandes; aunque don Esteban le temía un poco a estos acercamientos. Federico se enamora de Elena, una de las hermanas. Carlos Pío, de Juana. Surge el amor entre hermanos. Federico se casa con Elena, marcha al destierro y crea familia en la distancia.

Juana, en principio, es feliz, es dichosa y confiesa que “una ráfaga de poesía la envuelve”. Se entrecruzan los enamorados cartas, mensajes de amor y esperanzas.

¡Yo salvaré mi nombre del olvido! / ¡Yo lucharé por conquistar un lauro!/.

La vida de esta joven habanera es un gran misterio. Rodeaba a esta singular criatura un enjambre de febriles quimeras, “un ideal que la entusiasma y un desaliento que la enerva.”

Carlos Pío, cubanísimo y nervioso, comprometido con la causa de la liberación de la Patria se va a la manigua redentora y Juana marcha con la familia al exilio. La soledad, la lejanía, la Patria que extraña y no olvida, el amado y su ausencia, llenan de sombras y nostalgias su vida.

Cuando enferma gravemente en Cayo Hueso, lo llama insistentemente: “Ven te lo suplico, ven de lo ruego, te lo grito”, y su última rima —de la que presentamos dos fragmentos—, que dicta a una de sus hermanas porque ya el pulso no le permite escribirla, es realmente conmovedora:

/Yo he soñado en mis lóbregas noches/en mis noches tristes de penas y lágrimas/con un beso de amor imposible, / sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias/.

¡Oh amado!, ¡mi amado  imposible!, mi novio soñado de dulce mirada, / cuando tú con tus labios me beses / bésame sin fuego, sin fiebre, sin ansias/.

Quería encontrar, ya moribunda, ese beso que le dejara “una estrella en los labios y un tenue perfume de nardo en el alma”.

Ángel Augier la  llamó, “adolescente atormentada”; Dulce María, su hermana, también escritora, la recordaba, “con la tez encendida y los labios jadeantes de música”; Rubén Darío la distinguía como  “pobre y adorable soñadora” y  afirmaba, “ya son célebres sus libros de versos en su Isla y en gran parte de América”.

Interesante es su Bibliografía pasiva: textos de Casal, Carlos Pío Uhrbach, Rubén Darío, Dulce María Borrero, Fina García Marruz y Cintio Vitier muestran páginas insuperables sobre la vida y obra de Juana Borrero, estos últimos, apoyados en acuciosas investigaciones.

Hoy, cuando La Habana vive en poesía al acercarnos a la Bienal Internacional de Poesía de la Habana, una ciudad que arribará al  500 aniversario de su fundación, y cuando creadores de distintas partes de  Nuestra América y de otras latitudes nos visitarán, recordar la vida de esta poeta habanera Juana Borrero Pierra es deber ineludible.

El epistolario que se atesora es prueba fehaciente de lo que expresara nuestra poeta Fina García Marruz: “Era una niña intensa, lúcida y apasionadísima”.

En una carta íntima, Juana Borrero expresó: “A pesar que algunos me juzgan venturosa, hay en mi alma abismos tan profundos de tristeza y sinsabores tan ocultos, que muchas veces anhelo la muerte, consoladora de las amarguras”.


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