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La ciencia mundial hacia el 2030: expectativas y conflictos


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La comunidad internacional de naciones acaba de aprobar, al menos en lo conceptual, la ruta a seguir en el desarrollo mundial hacia el año 2030, concretada en los que se han identificado como Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) hacia el 2030.

El Informe del Secretario General de ONU sobre el seguimiento de los resultados de la llamada Cumbre del Milenio del año 2000, con el que se introdujo la propuesta formal para la adopción por la Asamblea General de los nuevos ODS, muestra un título que revela el alcance y los plausibles propósitos que animan la nueva proyección: “El camino hacia la dignidad para 2030: acabar con la pobreza y transformar vidas protegiendo el planeta”.

En términos formales, la nueva proyección intenta dar continuidad y ajustar en su perfil y alcances la etapa concluida en el presente año en la consecución (en mayor o menor medida) de los que al comienzo del siglo fueron proclamados como “Objetivos de Desarrollo del Milenio”.

En esta oportunidad, se enfatiza la dimensión de la sostenibilidad en la formulación de las metas que alcanzar, con lo que de hecho se admite que el crecimiento económico por sí mismo no es la solución, si no está enmarcado en los límites racionales de explotación de los recursos naturales, en especial de aquellos no renovables y de la preservación de la calidad del entorno, de modo de hacer viable la continuidad de la vida en el Planeta.

Entre los objetivos propuestos, expresado en términos muy resumidos, se encuentran poner fin a la pobreza y el hambre, asegurar salud y bienestar generales, dar a todos una educación de calidad, lograr la igualdad de género y proteger y manejar y hacer accesibles para todos recursos vitales como el agua, la energía y los recursos marinos.

De especial importancia es la aspiración de lograr modalidades de consumo y producción sostenibles, así como el acometer medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos. No menos importante es el objetivo de proteger, restablecer y propiciar el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, así como el de promover sociedades pacíficas, equitativas e inclusivas para del desarrollo sostenible.

Al examinar estos nuevos ODS, salta a la vista la necesidad de impulsar de modo consecuente la ciencia, la tecnología y la innovación para lograr su materialización. Se hace obvio, además, que existen un conjunto de interrogantes abiertas que necesitan de la búsqueda activa de nuevas soluciones de base científica para poder asumirlos con éxito. 

Al decir de la Directora General de la UNESCO, “tras la reciente adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para el período 2015-2030 por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Informe sobre la Ciencia de la UNESCO pone de manifiesto que la investigación es un factor de aceleración del desarrollo económico y, a la vez, un elemento determinante en la construcción de sociedades más sostenibles y susceptibles de preservar mejor los recursos naturales del planeta”. Este informe se elabora y emite cada cinco años y su última versión acaba de ser lanzada en París.

Es indudable que asiste mucha razón a la alta funcionaria en su aseveración. Sin embargo, cuando se trata de profundizar en la manera en que la potencialidad de la ciencia puede ser aprovechada con tan nobles fines, se tropieza no solo con promisorias potencialidades sino también con importantes conflictos, de cuya solución o no puede depender el éxito final.

Uno de esos conflictos tiene que ver con la accesibilidad al conocimiento científico. Ya en la Declaración Final de la Conferencia Mundial sobre la Ciencia de 1999 quedó palmariamente esclarecido que “lo que distingue a los pobres (sean personas o países) de los ricos no es sólo que poseen menos bienes, sino que la gran mayoría de ellos está excluida de la creación y de los beneficios del saber científico.”

En el contexto actual, la inversión pública en el sostén de investigaciones de interés general y perspectivo constituye obviamente una cuestión crucial. Un selecto grupo de científicos, representativos de las más importantes organizaciones científicas internacionales, lo han puesto así de relieve en términos categóricos.

En opinión de los citados expertos, el rol fundamental de la investigación financiada por fondos públicos es contribuir al cúmulo de conocimientos y capacidad de entendimiento que resulta esencial para los discernimientos humanos, para la innovación y para el bienestar social y personal. Las tecnologías y procesos de la revolución digital, señalan también en su informe, aportan un poderoso instrumento capaz de robustecer la productividad y creatividad científicas, al hacer posible que los datos e ideas fluyan de forma abierta, rápida y penetrante a través de la interacción en red de muchas mentes.

Es preciso, no obstante, dar pasos decididos para hacer efectiva esta luminosa posibilidad. Para llevar adelante esta revolución social en la ciencia es vital que se asuma una posición de principio, en cuanto a que los datos obtenidos mediante la utilización de fondos públicos deben ser accesibles y reutilizables de manera también pública, una vez que se haya completado el proyecto de investigación mediante el cual fueron obtenidos.

Según el ya citado Informe de Unesco, el Gasto Interior Bruto en Investigación y Desarrollo (I +D) a nivel global aumentó un 31% en el período desde 2007 (más que el propio Producto Interno Bruto de los países del mundo, que creció en un 20%).  Ese aumento se debe en su mayor parte a inversiones del sector privado, que han compensado la suspensión o los recortes efectuados por el sector público en importantes países industrializados. No hace falta una suspicacia especial para poner en duda la accesibilidad de los países pobres y retrasados al conocimiento y las tecnologías producto de tales investigaciones financiadas por fuentes privadas.

Sin embargo, a la luz del nivel alcanzado por la ciencia y la tecnología, se abren para la humanidad, y en particular ante los propios científicos, posibilidades relevantes nunca antes conocidas en materia de interacción y cooperación. En el proyecto de acuerdo puesto a consideración de las organizaciones científicas mundiales, estas posibilidades alcanzan especial relieve en el manejo y procesamiento de información.

La revolución digital ocurrida en las últimas décadas, afirman los ponentes, es un evento histórico de tanta o mayor trascendencia que la introducción de la imprenta. Ella ha dado paso a una explosión sin precedentes en la capacidad de adquirir, almacenar, manipular y transmitir de manera instantánea volúmenes de datos considerables y complejos, con profundas implicaciones para la ciencia y —debemos añadir— para su utilización compartida.

Esa capacidad enormemente multiplicada para procesar e interpretar datos deberá expresarse en realizaciones científicas que hasta ahora no eran posibles. Entre las nuevas posibilidades que se abren está la de descubrir en los procesos y fenómenos naturales la presencia de patrones y regularidades que estaban hasta ahora fuera de nuestro alcance. Se hace posible también vincular y correlacionar diferentes aspectos de los sistemas naturales para mejor entender su funcionamiento así como, mediante la repetición intencional de descripciones y simulaciones, pronosticar su comportamiento.

Las áreas de investigación en las que se vislumbra de manera relevante la utilización de tales herramientas son varias y de particular importancia: modelaciones y pronósticos del tiempo y del clima, comprensión de la manera de funcionar del cerebro; comportamiento de la economía global; evaluación de la productividad agrícola, pronósticos demográficos; esclarecimiento de eventos históricos.

Estos instrumentos analíticos e interpretativos son de importante aplicación también en muchos retos globales contemporáneos tales como los relacionados con el cambio medioambiental, las enfermedades infecciosas y los movimientos migratorios masivos, campos todos ellos en los que se requiere de enfoques y datos combinados provenientes de muchas disciplinas.

La utilización de tan promisorios instrumentos para el conocimiento, así como la aplicación efectiva de tales avances, demandan premisas bien definidas, de las cuales la principal es disponer de un potencial humano calificado y capaz de renovar sistemáticamente sus conocimientos.

Así lo destacó el Panel de Personalidades Eminentes sobre la Agenda Post-2015, organizado por el Secretario General de las Naciones Unidas en el período preparatorio 2012-2013 y del cual formó parte, por cierto, una científica cubana. El Panel fue notablemente explícito en subrayar este aspecto en su Informe Final. Al decir de tan notable grupo, “lo que importa no es sólo contar con tecnología, sino saber cómo usarla bien y localmente. Esto requiere de universidades, institutos de formación profesional, escuelas de administración pública y de trabajadores bien capacitados y cualificados en todos los países”.

Retornando al ya varias veces mencionado Informe de la UNESCO, una buena noticia es que los investigadores científicos hoy en día suman en todo el planeta 7,8 millones, lo que supone un aumento del 20% con respecto a la cifra existente en 2007. La mayor parte de los investigadores se concentran en la Unión Europea, que totaliza el 22% del personal dedicado a la investigación en el mundo. A continuación vienen China (19%) y Estados Unidos (16,7%).

No obstante, destacan los autores del Informe, la elaboración de políticas nacionales fructíferas en materia de ciencia e innovación es una empresa sumamente difícil, debido a que es necesario actuar en varios ámbitos a la vez: la educación, la investigación fundamental, el desarrollo tecnológico y la inversión del sector privado en I+D. Además, la dificultad de ese empeño es mucho mayor aún como consecuencia del agotamiento de los presupuestos públicos, provocado por la crisis de 2008 en muchos países industrializados.

Nuestro país, que se enrumba con decisión al objetivo propio de construir un socialismo próspero y sustentable, tendrá que tomar muy en cuenta estas facetas y tendencias que se manifiestan en el progreso científico actual y su aplicación al desarrollo sostenible.

Para este propósito cuenta, como enorme ventaja de partida, con el resultado de más de medio siglo de una voluntad política, aplicada de manera consecuente, en el campo de la ciencia y su utilización como instrumento de transformación y progreso social y humano. Este constituye uno de los logros históricos de la Revolución cubana y una expresión singular de la visión de su líder histórico, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.

La labor desarrollada por Cuba en la formación de recursos humanos es sin lugar a dudas uno de sus activos más importantes y un motivo de amplio reconocimiento internacional. El Informe de Unesco resalta el prestigio del país en esa función, cuando reporta que “Cuba es un destino popular para los estudiantes de América Latina”.

En el país se llevan adelante varios programas científicos que están relacionados con los propósitos contenidos en los ODS: Baste citar como ejemplo los relacionados con la producción de alimentos, la atención a la salud, la eficiencia energética y las fuentes renovables, la diversidad biológica y el vínculo entre meteorología y desarrollo sostenible, entre otros.

Superar los retos que se avizoran hacia el 2030 supone un muy serio compromiso para los científicos cubanos y también para los responsables de organizar, apoyar y aprovechar su actividad. La mencionada obra de la Revolución en crear una considerable riqueza en términos de capital humano debiera ser una garantía de éxito en los desafíos que tenemos por delante. Luchemos porque así sea.


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