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La ciudad como puente recurrente


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Charles Anselmo

La ciudad retratada se ha vuelto una constante en cada una de las bienales de La Habana. Sea la nuestra o no, la imagen citadina como arquetipo, como figura retórica, regresa invariablemente; es un manifiesto inmutable de lo que somos. Esta vez, La Habana es motivo de inspiración para Charles Anselmo, quien no ha dejado de notar aquello que no nos gusta ver.

Las postales de viajeros evocan un recuerdo —al pasado o al presente—, a esa ciudad alegórica y constante. Siempre pulcras, bonitas, disfrazadas. Pero pocas han buscado lucir un rincón deshecho, acumulado de cosas, tirado y dejado. Esa otra ciudad no queremos verla ni recordarla, pero existe. Es dueña de una estética propia e irrenunciable. Es evocadora en sí misma y desafiante.

Para un buen fotógrafo, cada rincón del mundo es una obra. Más allá de todo lo que encierre, la imagen fotográfica es un vehículo por el cual se modela un estado de opinión. Las hay más tranquilas o más turbulentas, más atractivas o menos agradables; las hay atrayentes o no. Lo importante es capturarlas, porque una cosa es cierta: con el tiempo, cada imagen se convierte en un símbolo.

La Habana es un buen motivo y Charles se inspira en ella porque también la siente suya. La ha recorrido ciento de veces como un habanero más. De ella gusta construir historias, fabricarse sueños y compartirlos con todos. Charles es un acuciante buscador. Camina; camina mucho y no se cansa. Tiene una sensibilidad especial por el color y la forma contrastada. Sabe lo que hace. Conoce La Habana como pocos. No la turística sino la que se vive a diario, entre risas y sufrimientos, la del cubano de a pie. Esa en donde también hay cosas bellas pero que no todos sabemos encontrar.

En su obra hay dos aspectos que posicionan su discurso. Uno lo es la ciudad, como elemento protagónico; el otro, el andamiaje formal que la calza. Memoria eidética es una instalación fotográfica enviromental. Es una obra completamente retiniana e interactiva, que a ratos se torna barroca. Charles no es muy amigo de recurrir a los soportes tradicionales ni a la pared como respaldo pasivo de su obra. Le gusta más crear ambientes en donde los espectadores transiten, indaguen y dialoguen. Recurre a la fotografía impresa, pero no enmarcada. Sus impresiones sobre seda sorprenden al espectador con su movimiento y con sus transparencias. Él quiere que cada uno de nosotros se sienta dentro de la propia escena, como si la ciudad —su ciudad— lo acogiera. Son obras ligeras pero cargadas de lirismo.

Pesan de tiempo y de recuerdos. Lo demás es arte.

Charles ha creado un puente. Un puente que une muchas aguas.

 


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