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La Habana del siglo XIX: La introducción del hielo y Francisco de Arango y Parreño


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Entre las iniciativas y los aportes del ilustre estadista y abogado habanero Francisco de Arango y Parreño (1765-1837), aparece uno dedicado al mejoramiento de la vida cotidiana en la ciudad capital de la Isla de Cuba, este consta en su “Informe sobre la introducción del hielo” (1), presentado al Real Consulado de La Habana el 23 de septiembre de 1801.

Como es sabido, Arango pertenecía a la clase esclavista conformada por españoles peninsulares y americanos (criollos blancos y ricos) y lideraba un selecto grupo interesado en las ideas económicas liberales. Había compartido durante su estancia en Madrid, para completar su formación profesional y representar a su ciudad como Apoderado (1787-1795), el interés de otros habaneros por el avance en todas las direcciones entonces posibles bajo el gobierno colonial. Fue un activo promotor de la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, y propuso la creación de instituciones para lograr el fomento de la Isla, tales como la Junta de Comercio, el Tribunal Mercantil y el Real Consulado de La Habana, entre otros.

Además de defender el incremento e intensificación de la esclavitud con mira a dinamizar la industria azucarera y aumentar su capacidad para ocupar un lugar cimero en el mercado internacional —en la posición abandonada por Saint Domingue, a causa de la revolución social que estalló (1791-1804) en la vecina colonia francesa—, Arango  se dedicó a un profundo análisis crítico de la estructura económica colonial en sus rubros principales, como eran el tabaco y, en general, el comercio de exportación e importación.

Dentro de la importación de productos que hicieran más factible y agradable la vida en el país, especialmente en La Habana, se ubica su pequeño estudio alrededor de la posibilidad de importar hielo o “nieve”, hacer pozos para la conservación de tal producto y dar vida a una nueva actividad comercial para su distribución y venta, a través de la “nevería” (depósito o fábrica de hielo), que posteriormente otorgaría denominación al oficio de “nevero”.

El Informe de Arango, ante todo, introdujo la propuesta con una apelación o enfoque en torno al clima: “Nada más agradable que las bebidas heladas en los tiempos de calor (…)” y a continuación destaca la capacidad económica que existe para hacer realidad el deseo antes apuntado, “(…) y nada quizás más fácil para la opulenta Habana que gozar de este consuelo en su riguroso estío”.

Recordaremos que nueve años después, según el censo de 1810, ya se contaban 98 000 habitantes entre las zonas intramuros, extramuros y arrabales habaneros. (2)

La argumentación que presenta Arango como fundamento del Informe responderá a las siguientes tres preguntas formuladas por él: “Primera. ¿Es posible que La Habana tenga hielo en el estío? Segunda. ¿Su uso sería conveniente o perjudicial para la salud? Y Tercera. ¿Ganaríamos o perderíamos con la introducción de un artículo que fuese a aumentar nuestros gastos?” (Arango: ídem.)

Es evidente que en La Habana de entonces no existían aun las fábricas de hielo, de manera que habría que importarlo de donde este se producía; el lugar de posible abasto no era otro que el relativamente cercano mercado estadounidense.

Si es verdad, que la plaza de Charleston, (ciudad del sur de los Estados Unidos) recibe de Nueva York la mayor parte del hielo que consume, es claro, que no hay inconveniente para que del mismo paraje y de algunos más cercanos, pueda conducirse a La Habana el que necesitamos, y solo (…) se construyan aquí y conserve el hielo. (Arango: ídem)

Hay un precedente que menciona Arango, ya se había traído hielo de Veracruz y Boston, “algunas porciones” bajo el mando del marqués de La Torre (Felipe Fondesviela y Ondeano, gobernador y capitán general de la Isla de Cuba, 1771-1777).

El aspecto de la salud pública es el segundo en importancia de los que interesa a Arango. En este caso, para respaldar su opinión positiva cita al “respetable (¿?) Rosier” y su criterio sobre los pozos de hielo:

(…) considero estos pozos como un objeto esencial y de primera necesidad, especialmente en las provincias meridionales donde el viento sur que llaman los italianos siroco, y que de seguido reina muchos días produce calores vivos e insoportables a veces. De aquí resulta un estupor en todos los miembros y una dificultad en el estómago para hacer la digestión y muchas otras enfermedades que llegan hasta el punto de hacerse epidemias. El hielo y las bebidas frescas entonan el estómago, y todo el sistema nervioso y musculoso participa de buen estado de aquella oficina… (Arango: [315] - 316).

El tercer y último aspecto indagado por Arango es el económico. Aquí destaca el beneficio del hielo como una mercancía que puede ser importada sin perjuicio “a la industria de la Metrópoli”. Por otra parte, aludiendo al intercambio comercial con los Estados Unidos afirma:

Él sólo bastará quizás para extraer en la paz nuestras estancadas mieles, aguardiente, cucuruchos, etc., y he aquí un motivo nuevo y poderoso para que la Junta (de gobierno) se ocupe de animar su introducción y la buena construcción de pozos para recibirlo… (Arango: p. 316.)

El proyecto,  novedoso y de verdadero interés público, fue evaluado por la Junta de gobierno del Real Consulado, celebrada el 23 de septiembre de 1801; allí se acordó trasladar al marqués de Someruelos (Salvador del Muro y Salazar, gobernador y capitán general de la Isla de Cuba, 1800-1812) su examen y aprobación superior.

A su vez, el mentado gobernante consultó con el Tribunal del Protomedicato la influencia del hielo en la salud pública recibiendo una respuesta que descartaba cualquier daño de las bebidas frías “si se usaban las reglas de moderación y a horas proporcionadas”,  y que también “serían útiles al uso medicinal para las enfermedades que se originan en la rarefacción y coliculación de la sangre”.  Por tales razones,  respondió Someruelos al Real Consulado,  en carta de 15 de octubre de 1801, que convenía en que se hiciera un ensayo de tal establecimiento, “conduciéndose el hielo del paraje más inmediato de donde lo hubiera, y fuera nacional o neutral”. (Arango: Obras, p. 316).

No tardaron en aparecer los establecimientos recomendados, las neverías, así como el uso y costumbre de las bebidas enfriadas gracias al hielo. Hemos verificado que en el censo de La Habana de 1828 (3), realizado por orden del gobernador y capitán general Francisco Dionisio Vives (1823-1832), se informa en el cuadro titulado “Casas públicas correspondientes á todo género de industria, colocadas por orden alfabético” (Censo 1828: p.26) que habían 5 neverías intramuros y 1 extramuros.

También, se informa en el cuadro titulado “Destinos y oficios en que están ocupados los 16520 varones blancos, comprendidos entre los 18 y 100 años, puestos por orden alfabético” que son 13 los neveros blancos correspondiendo estos a ¼ % del total de los ocupados censados (Censo: p. 27); mientras que, en el cuadro referido a “Destinos y oficios en que están ocupados los 6754 varones de color libres, comprendidos entre los 18 y 100 años” solamente hay 1 persona que se dedica al mismo oficio, sin embargo, esta representa el 1 ¼  % de los ocupados censados. 

La tradición de bebidas frías, incluyendo entre ellas a los helados de frutas —elaborados por los chinos y vendidos por ellos en muchos barrios de Centro Habana—, o los de crema, hechos con leche de vaca, continuó desarrollándose en la etapa de la república neocolonial (1902-1958), para placer de muchos. Posteriormente, en la nueva etapa que se inició en 1959, con el arribo al poder de la Revolución cubana, es ineludible recordar la importancia que tuvo en los años 60 la construcción de la “Heladería Coppelia” (llamada también la “Catedral del helado”), en la céntrica manzana que rodean las calles 23, L y 21, en El Vedado, La Habana.

Como se puede observar, las bebidas frías, a causa del hielo como ingrediente de estas, amén del propio hielo, constituyen un auténtico legado cultural del siglo XIX, cuyo origen habanero había sido poco recordado hasta ahora. Le debemos un justo reconocimiento al bien informado y culto Francisco de Arango y Parreño, que vio con amplitud y la necesaria cientificidad en algunos de los negocios de su tiempo, así fue que nos aportó un adelanto, tanto a la cultura industrial como a la gastronomía cubana, que hasta hoy continúa vigente.

 

 

NOTAS:

 

  1. Arango y Parreño, Francisco. Obras, Biblioteca de Clásicos Cubanos, Ediciones Imagen Contemporánea, Ciencias Sociales, La Habana, 2005, (Volumen I), pp. [315]-316.
  2. Junta Central de Planificación, Dirección de Estadísticas. Las estadísticas demográficas cubanas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. La información y su interpretación en el caso de las estadísticas de la época colonial fueron tomadas del informe “Los demógrafos de la dependencia” del profesor Juan Pérez de la Riva, según se afirma en la Nota Editorial de la obra.  
  3. Comité Estatal de Estadísticas, Instituto de Investigaciones Estadísticas: Año de 1828, Censo de la Siempre Fidelísima Ciudad de La Habana, Capital de la Siempre Fiel Isla de Cuba, Formado de orden del Excelentísimo Señor Don Francisco Dionisio Vives, actual Presidente, Gobernador y Capitán general de ella; por el Teniente Coronel de Infantería, Capitán del Real Cuerpo de Ingenieros Don Manuel Pastor, Habana, Imprenta del Gobierno y Capitanía General por S.M. Enero de 1829.  (Reproducción del original) La Habana, diciembre de 1988, Año 30 de la Revolución.

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