La imprenta del Partido, un instrumento especial


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En este mes de agosto del 2015, cuando se están cumpliendo 90 años de la fundación del primer Partido Comunista de Cuba, vale evocar el momento en que los comunistas cubanos tuvieron su primera “imprenta”, cuya ausencia, hasta entonces, no pudo impedir que, desde los años precedentes, vieran la luz, aunque de manera efímera, publicaciones como Lucha de clases y Justicia, circularan volantes de diverso tipo y hasta se divulgara el Mensaje Lírico Civil, de Rubén Martínez Villena, con su carga de patriotismo, antimperialismo y revolución.

La dirección partidista, segura de la importancia de la información y la preparación cultural de las masas para el fortalecimiento y avance de las luchas políticas transformadoras, buscó, desde su propio nacimiento, los más diversos medios para llegar con su propaganda política y educativa revolucionaria a los sectores populares, en medio de la clandestinidad y la más brutal represión que significó el régimen de Gerardo Machado, para las fuerzas de izquierda y especialmente para los comunistas, que en ocasiones costó la vida a militantes destacados como Claudio Bouzón y Noske Yalob, y estuvo entre las causas del asesinato de Julio Antonio Mella.

El año 1933 y especialmente el mes de agosto, fueron muy duros para el movimiento revolucionario en lucha contra el machadato y justamente en medio de esas circunstancias y en ese propio mes, nace la imprenta, gracias al esfuerzo ilimitado de Ramón Nicolau González, Juan Blanco Grandío y su esposa, María Regla Hernández.

En medio de la dictadura cada vez más agresiva y estentórea, el CC del PCC asignó a Nicolau la tarea de instalar la imprenta del Partido en un lugar seguro y responsabilizar a un militante con su funcionamiento. Sin vacilaciones, se dio la tarea a Juan Blanco, con todos los sacrificios que eso conllevaba y que él aceptó de inmediato.

Luego de varios días de búsqueda, alquilaron dos habitaciones de las 3 que habían libres en los altos de una bodega, propiedad de una ciudadana española, conocida por La Gallega, en Lamparilla 115 e/ Compostela y Aguacate. Eran 8 pesos mensuales, suma que implicaba un enorme sacrificio para el Partido. En una de las habitaciones colocaron los pocos muebles del matrimonio; en la otra, el mimeógrafo y unas repisas para el papel, la tinta y los materiales que se fueran imprimiendo, hasta su distribución. Poco después, preocupados porque la tercera habitación fuera ocupada por alguien, Juan la alquiló por otros 4 pesos que, con mucho esfuerzo, también pagaba el Partido.

De inmediato les surgió la preocupación de cómo garantizar la invulnerabilidad del local de impresiones ante la policía, y decidieron levantar un tabique para crear un doble fondo en la habitación de impresión. A la vista quedaba una pequeña cocina y tras ella, el referido espacio. Para su construcción Juan fue subiendo los materiales en cartuchos que contenían dos ladrillos, o arena, o cemento, hasta completarlos. El albañil hizo un hueco de aproximadamente 21 pulgadas cuadradas en la cocina, con una puertecita de madera como entrada, camuflada con enseres de cocina, convirtiéndose, a su vez, en el único medio de ventilación del local. Juan y su esposa entraban a gatas al lugar y pasaban muchas horas encerrados allí para imprimir los materiales. Cuando estaban listos, Juan salía a entregarlos a la persona indicada, metidos en un cartucho y encima diversas verduras.

En aquel encierro voluntario pasó el matrimonio sus años juveniles, teniendo, como única salida juntos, la que hicieron el 12 de agosto tras sentir los gritos de la muchedumbre enardecida que celebraba la huida de Gerardo Machado.

Unos días después, Nicolau los sorprendió con una pequeña imprenta de 80 cms de largo por 50 de ancho y 40 de alto, que Juan bautizó de inmediato como “La pequeña rotativa”, que colocaron sobre una plancha de goma, pudiendo ser accionada con electricidad o manualmente, con una tirada de 1 200 ejemplares por hora.

No se sentía ruido alguno en la calle porque lograron sincronizar el trabajo con los horarios de mayor circulación de transporte y transeúntes.

Juan se las agenció para trasladar los materiales impresos sin ser detenido por los uniformados.  La vivienda del matrimonio fue registrada varias veces por miembros de la Marina de Guerra y la Policía batistiana, pero nunca pudieron descubrir el local de impresión.

Aprovechando la invulnerabilidad del lugar, se guardaron allí armas de diverso tipo, hasta que, el 29 de septiembre del propio año 1933, aquel hueco recibe su tesoro mayor, la urna con las cenizas de Julio Antonio Mella.

Ramón Nicolau, designado máximo responsable del cuidado de las cenizas de Mella desde que bajaran del barco hasta su entierro en el Parque de la Fraternidad, se dirigió de inmediato a Juan Blanco, hombre alto y corpulento, quien también pertenecía a las brigadas de autodefensa del Partido, le entregó una pistola Colt 45 y le dijo que respondía con su vida por las cenizas de Mella, que serían traídas a Cuba por Juan Marinello; su esposa, Ma. Josefa Vidaurreta, y los hermanos Sergio y Mirta Aguirre.

Fue Juan quien colocó, aún en el muelle, la caja con las cenizas de Mella en la urna de mármol preparada para la ocasión, luego de que fuera sacada del barco por la ciudadana norteamericana que aceptó semejante misión. Fue el propio Juan quien iba abriendo el camino a la urna y los manifestantes, al frente de los cuales se encontraba Nicolau y el grupo de autodefensa del Partido, que por aquel entonces se denominaba Frente Rojo.

Ya Villena, en un esfuerzo supremo que fuera su última aparición en público, había pronunciado las palabras de despedida al hermano asesinado desde el balcón de la Liga Antimperialista (LAI), en Reina y Escobar, cuando la balacera se dirigió a la muchedumbre, asesinando al niño Paquito González, a Juan, un trabajador del Sindicato de Almacenes de Víveres y causó numerosos heridos de gravedad.

Pero en ese momento las cenizas de Mella ya estaban a salvo. Nicolau, junto a Manuel Porto Pena y otros compañeros habían logrado abrirse paso hasta el local de la LAI, y este le dijo a Juan que tenía que sacar inmediatamente las cenizas del lugar. Ya el edificio estaba rodeado por la soldadesca, y Juan, con el auxilio de su esposa María Regla y la hermana de esta, Caridad Hernández López. Esta última, fingiendo el inicio del trabajo de parto, sacó las cenizas en su vientre, acompañada por Juan y por su hermana. No obstante, en los alrededores del edificio, estaban apostados Nicolau, Porto Pena, Federico Chao, Daudinot, Perucho, Realito, Sanjurjo y otros miembros del Frente Rojo, para impedir que las cenizas de Mella pasaran a manos del enemigo.

Juan, su esposa y su cuñada, luego de entrar y salir por el Hospital de Emergencia, se dirigieron en ómnibus a la Habana Vieja y desde allí al local de “La pequeña rotativa”, donde permanecieron las cenizas de Mella hasta que, tiempo después, Marinello le encontró más segura ubicación.

Aquella imprenta sirvió al Partido y a otras organizaciones de izquierda hasta que la propia lucha, en las condiciones derivadas de la necesidad de detener el avance del fascismo a escala internacional modificó las condiciones políticas de la nación. Fueron legalizadas las organizaciones revolucionarias y en mayo de 1938 comenzó a publicarse el periódico HOY, hasta que fuera clausurado al día siguiente del Asalto al Cuartel Moncada.

A partir de ese momento, la dirección partidista volvió, con mayor experiencia, a la clandestinidad informativa. Nació entonces Carta Semanal, cuya salida no pudo ser interrumpida por el dictador Fulgencio Batista ni una sola semana hasta el 1º de Enero de 1959. La labor de divulgación ideológica y cultural, como uno de los centros del trabajo del Partido, no pudo ser impedida. Los dirigentes partidistas sabían de su importancia y su necesidad, sobre todo, para aunar voluntades contra el enemigo común a través del conocimiento, principio que fuera alzado por José Martí, en el siglo XIX, con el periódico Patria.

La intensa labor divulgativa y educacional desplegada por el primer Partido Comunista de Cuba a través de toda su existencia, forma parte indiscutible de la labor desplegada por los cubanos desde los tiempos de la colonia española, cuando sus figuras más preclaras iniciaron la construcción de un pensamiento contrahegemónico, que fortaleció las luchas independentistas revolucionarias de los patriotas cubanos hasta hoy.

Tuve el privilegio de conocer a Juan Blanco, de ser su compañera de trabajo en el Instituto de Historia del Movimiento Comunista y la Revolución Socialista de Cuba, donde él colaboraba en todo lo que fuera necesario. Con muchísimos años mantenía su corpulencia y su humildad. Era un hombre dulce y cariñoso, parte de un matrimonio que pudo tener su hija solo después del triunfo de la Revolución, y que al morir su esposa, el continuó su crianza con mucho amor y atenciones en la pequeña habitación que les servía de vivienda.

Juan gustaba rememorar las historias de aquellos años hasta el día en que se despidió silenciosamente de esta patria cubana que tanto le debe y a quien es justo rendirle tributo a 90 años de la fundación de aquel Partido precursor, al cual se integró entre los primeros y le dedicó su vida.

 


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