LA IMPRONTA ESCÉNICA DE... CUERPOS


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No hay magia… El cuerpo del bailarín es el instrumento esencial para producir el movimiento y “esculpir” la danza en el espacio, para hacernos vibrar. En esos vasos comunicantes: danza/cuerpo se mueven emociones, tensiones, sueños, esperanzas, deseos…, como un festín de lo interno, que, abanderado por las almas, nos llenan la realidad de ingredientes indispensables para vivir y, sobre todo, disfrutar del tiempo que nos tocó existir…

Cuerpos, con esa palabra huelgan otras para definir la temporada con la que abrió el 2020 sus presentaciones, la compañía Acosta Danza, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, para seguir regalándonos momentos de singular creatividad en la escena.  De la mano de obras ya conocidas –pero siempre muy bien recibidas y esperadas por su belleza/calidad estética/danzaría–: COR y El cruce sobre el Niágara –joya de Marianela Boán–, Soledad, de Rafael Bonachela, Impronta, de María Rovira, junto al estreno mundial del coreógrafo brasileño Juliano Nunes, Mundo interpretado, la agrupación armó las funciones que anclaron durante dos fines de semana en el coliseo de Prado, e invadieron nuestras mentes con esas complicadas luminosidades, inciertas sugestiones y frases hechas con el Cuerpo para seducirnos con la gestualidad. Después, la compañía que dirige el célebre bailarín y coreógrafo Carlos Acosta, enfiló proa hacia Gran Bretaña para iniciar una gira por todo el país hasta el 11 de abril, bajo la convocatoria del Dance Consortium, una asociación de 20 grandes teatros, que busca llevar lo mejor del arte coreográfico internacional a ese país. Bajo el título de Evolution, el espectáculo está integrado por las piezas: Paysage, soudain, la nuit, de Pontus Lidberg; Impronta, de María Rovira; Fauno, de Sidi Larbi Cherkaoui y el espectáculo Rooster, creación del británico Christopher Bruce, que utiliza música de la legendaria banda The Rolling Stones. El recorrido incluye las ciudades Southampton, Cardiff, Bradford, Brigthon, Canterbury, Salford, Plymouth, New Castle y Nottingham.  Pero antes, según informara el Centro de Prensa de la compañía cubana, la tropa finalizó, con éxito rotundo, las presentaciones de la temporada Up Close, en el Teatro Linbury de la Royal Opera House de Londres., que incluía piezas bailadas en la temporada habanera Cuerpos

Las presentaciones habaneras

Durante la temporada, plagada de sutiles coreografías, cada pieza indicaba que los bailarines buscaban en los adentros el impulso para desplazarse. Se trata de encontrar una forma para expresar los sentimientos sin palabras, partiendo de temas como la pareja en el amor, la soledad, las frustraciones, los instintos… Y cubrieron todos sus propósitos, porque reúnen las principales herramientas: creatividad coreográfica y buena técnica interpretativa.

El estreno mundial del joven Nunes (Mundo interpretado) atrapó al espectador por todos sus flancos. Visualmente fue “bordado” por la sutil coreografía/movimientos, en correspondencia con la sugestiva escenografía de nuestra artista Glenda León, elementos que cuelgan cual ¿flores?, o también ¿estrellas? en el cielo por alcanzar (cada uno puede interpretar a su manera), y logran luminosidades indirectas que aportan al decir danzario  un misterio... Palabras de un vocabulario personal que la conocida creadora construye en su obra, desde hace años, entre dibujo, videoarte, instalación, fotografía y escultura… En este caso se transforma en una escenografía mínimal, que nos da sensación de espacio, altura, lejanía…, donde engloba elementos artificiales/naturales que persiguen siempre la intimidad con su poder metafórico. Alli se mueven los diestros bailarines –motivados, además por la intensa sonoridad de la ideal música de Pepe Gavilondo–, quienes en corto tiempo entendieron el decir del creador. El re-interpeta el universo, interrelacionado en este caso con los ritmos y la energía del cubano para vivir y, por qué no, para bailar y subsistir…

Marianela Boán, Acosta Danza mediante nos volvió a seducir con sus redes creativas de alto voltaje escénico. Primero llegó El cruce sobre el Niágara, pieza que parte de una obra homónima, Premio Casa de las Américas, 1969, del peruano Alonso Alegría, donde hace galas de las dinámicas y ritmo del movimiento, entrelazado todo con concepciones del diseño. Trabajar sobre límites formales ha sido huella creativa de la insigne coreógrafa cubana a través de los años. Y en este caso específico lo consigue plasmar, sobremanera, y con un dramatismo visceral, en esa diagonal de vértigo/suspenso. Amén que demanda del cuerpo de los artistas rozando la perfección, tanto Mario S. Elías y Raúl Reinoso la máxima expresividad, en abierta contraposición al rostro hierático, en la que la música de Olivier Messiaen ocupa protagonismo también. En la obra se explotan al máximo las líneas del cuerpo, imponiendo una fundamentada motivación para que los gestos transmitan una variada gama de inquietudes/aspiraciones de dos hombres frente y encima a una cuerda sobre el… Niágara. Ellos, ambos, le regalaron una brillantez interpretativa de alto vuelo danzario…

Cuerpos/voces cargados de energía

También de Marianela Boán cruzó la escena, con nueva carga de dinamismo/originalidad de la mano de la pieza COR, que con mucho éxito fuera estrenada el pasado año. Ahora regresó en la temporada Cuerpos renovada, pues su autora le incorporó nuevos gestos/ideas que la bordaron sobre las tablas. Pues, no hay dudas que esta gran artista de la creatividad coreográfica aporta en sus acciones una fuerza escénica donde el drama se nos hace consustancial con nuestra respiración, traspasando las barreras formales del espectáculo. COR no es más que la raíz de varias palabras: CORO, CORAZON, CORAL… Y, además, se traducen en conceptos multiplicados en la pieza, cuya música original (¡excelente!, pues traduce a la perfección el decir escénico), interpretada en vivo por el pianista/compositor…, Pepe Gavilondo –a partir de la canción tema Consuélate como yo, de Gonzalo Asencio–, es indiscutiblemente parte esencial y protagonista de la historia. La expresión corporal aquí, desatada por los seis ideales bailarines (Zeleidy Crespo/Marta Ortega/Mario S. Elías/Alejandro Silva/Carlos L. Blanco/Raúl Reinoso) y la voz se cargan de electricidad, conductores óptimos como el texto de la canción…

En consonancia con la famosa rumba aparecen diversos elementos que se multiplican con la danza/movimiento, sobresaliendo la pérdida de un gran amor, de sueños, y, como la melodía, estas regresan como punto focal en la obra. La manera tan personal de crear en danza de la Boán permea COR, en la que vuelve a acariciar la cotidianeidad, mediante gestos habituales del ser humano, la palabra y otros recursos que dan lugar a lo que la creadora califica como “danza contaminada”, más allá del movimiento puro. Seis tambores que resultan co-protagonistas en la danza junto a los bailarines –que hacen sonar muy bien– (detrás está también la mano del profesor de percusión Lino Pedroso), aportan a la originalidad de la obra que está impregnada de pura cubanía, donde, además, pasea un diálogo perenne con los danzantes moviéndose a su compás. Se suman en COR las voces de los propios intérpretes (Zeleidy Crespo, Yanelis Godoy, Carlos L. Blanco, Mario S. Elías, Julio León y Raúl Reinoso), quienes aportan interesante musicalidad construyendo el coro –detrás en ese arreglo están las manos de la maestra Alina Orraca y del propio Gavilondo–, que ilumina también de “personalidad escénica” junto con las luces de Bonnie Beecher y el vestuario de Alisa Peláez para multiplicar la efectividad. Tampoco olvidar a la ensayadora Clotilde Peón, siempre atenta en cada instante, pues resulta también una “bordada” relación/labor de equipo. Por supuesto, todo ello se reúne alrededor de una grande: Marianela Boán. Ella es una especialista de la contemplación, que destila en cada paso un saber plantear ideas mediante el cuerpo, con la formulación de las dinámicas y esos fraseos permanentes que sacuden al espectador.

Yemayá en la escena

La escena cobró un sutil aliento con las imágenes que bordó en el espacio la hermosa bailarina Zeleidy Crespo volviendo a enseñar credenciales de altos quilates encarnando la danza de Yemayá, en la pieza Impronta, firmada por la destacada coreógrafa María Rovira. Es que título y acciones se hacen eco en la bailarina, pues indiscutiblemente deja huellas de alta tensión: danzaria/dramática con una fuerza inusitada que surge de lo profundo, de lo más interno de sí. Entonces convierte los segundos en un instante de incalculable magia escénica, en que el traje azul se mueve como las olas en el mar y de ella parece resurgir la diosa, en éxtasis danzario en consonancia con una interpretación que no cesa de recibir ovaciones. Detrás hay tiempo, amor, conjugados en un excelente danzar y preparación física, no exentos de sutilezas gestuales que atrapan al auditorio…

Instante alto de la jornada fue, sin duda, también otro sentimiento humano que cobró vida y un título en las funciones: Soledad, del español Rafael Bonachela, a quien pertenecen también los diseños (atractivos) de escenografía/vestuario. Ataviada de movimiento llegó la Soledad que integra a su decir la música de Astor Piazzolla, Chavela Vargas y Gidon Kremer para “dibujar” los momentos de una pareja en la intimidad. En esta esta ocasión la interpretaron Marta Ortega y Raúl Reinoso, para sumergirse, con mucha seguridad/espontaneidad, por los intrincados caminos de la estética del coreógrafo que se mueve entre el ballet clásico y neoclásico. Híbrido que con soltura y destreza cruzaron los jóvenes bailarines con precisión para regalarnos unos instantes donde vibró la magia escénica del difícil juego del amor. Ellos conjugaron los postulados de Bonachela, para descifrar, danza mediante, aquellas situaciones que preocupan a los hombres y mujeres, y por momentos empañan las relaciones de pareja.

Detrás del gesto siempre vibra una idea, que se transforma sobre las tablas en un conglomerado de acciones en la que danza/vida/realidad e irrealidad cambian de dimensión, para hacernos ver en un espejo donde, a veces, nos reflejamos, con la intención de mejorarnos del otro lado. En este caso coincide también con el del espectador, para hacernos reflexionar, ser mejores cada día y disfrutar, las relaciones, y los instantes, a veces escasos de la felicidad.


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