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La lucha por el bien común


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Desde mi niñez escuchaba el relato bíblico en el que Jesús interrumpe un acto de muerte por lapidación a una mujer pecadora, dirigiéndose a los futuros verdugos con estas palabras: “El que esté libre de pecados que lance la primera piedra”. Y todos dejaron caer al suelo las piedras que tenían en sus manos y se marcharon del lugar. Y es que la naturaleza humana no es perfecta, todos cometemos faltas a lo largo de nuestras vidas.

Allá por 1962, en conversación con el compañero César Escalante, este me decía que en el decursar de la vida cometemos errores pequeños, medianos y grandes. Él también insistía en que la autoridad personal no la daba el cargo que se ocupara, sino la que dimanaba del reconocimiento de los otros hacia nuestra persona por nuestra conducta y capacidad.

Toda esta simple enseñanza iba encaminada a prevenir la arrogancia que nos amenaza, especialmente, en nuestros años juveniles. Era advertir: “Tú también cometes y cometerás errores. Sé autocrítico. Al final del día pasa revista a lo que has hecho”.

José Martí nos decía que Dios existe en la idea del bien, o sea, que el bien es el sentimiento y la realidad superior. Por ello el fundador de una denominación cristiana aconsejaba: “Has todo el bien que puedas, a todo el que puedas, cada vez que puedas, mientras puedas”.

Y es que este animal mamífero que somos tiene algo más que el resto: la capacidad de razonar, de lograr con su inteligencia ir más allá de su condición animal y modificar leyes naturales como la del más fuerte y crear valores superiores en la ciencia, la tecnología, las artes, el conocimiento.

La idea del bien es la que preserva. La del mal corrompe y destruye.

Tanto la idea del bien como la del mal es un logro de la mente humana. Los otros animales actúan por instinto en su medio natural y, aún ellos, pueden modificar su conducta en contacto con el ser humano. Pero lo humano no existe aisladamente, sino en sociedad. Es en el seno de la sociedad que llegamos a ser lo que somos. Y seremos tan buenos o malos como predominantes sean las ideas, las normas y hábitos de nuestro modo de vivir.

Salvar lo mejor que nos legaron las pasadas generaciones, ayudarnos mutuamente para reforzar lo positivo en nuestras personalidades y limar a tiempo lo negativo se revierte a favor de todos.

Prevenir es mejor que castigar. Si lo primero falla, queda lo segundo. Pero si se logra salvar a otro de una conducta errónea, estamos también salvándonos a nosotros mismos.

Y en esta obra de salvación se necesita el concurso de todas las fuerzas que inciden en la sociedad, desde la familia y la escuela, hasta las organizaciones más diversas y los gobiernos.

Revisión, control, prevención, medidas de corrección.

Y el mejor auxiliar para todos es la prensa, los medios masivos de comunicación. Estos pueden ser la voz de la conciencia colectiva que informa y aconseja, que ilumina en lo oscuro, que une sentimientos y voluntades para el bien de todos.


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