¿Qué decide la elección de lo que es patrimonial? ¿Quién o quiénes intervienen en ello? ¿Ya todo está dicho y es inamovible? ¿Podrán enriquecerse los actuales conceptos? ¿Habrá posibilidad de transformación como parte del movimiento de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento?
Al hablar de patrimonio lo primero que viene a la mente es lo que se hereda, tenga ello, un carácter privado, público y social. En sus orígenes, el término provino de las palabras pater, padre y monium, recibido, es decir, lo recibido por la línea paterna. Aunque entonces la propiedad era familiar, ésta se administraba a través del pater familias.
Como es conocido el término patrimonio ha evolucionado y se ha enriquecido, y hoy se establecen diversas denominaciones para el mismo: cultural y natural, material y espiritual (intangible o inmaterial) y sus subdivisiones, pero sigue representando lo heredado de otras generaciones y culturas y que atesoran un determinado valor económico, pero sobre todo simbólico, educativo, un valor no cuantificable: la obra humana y la de la naturaleza, lo subjetivo emanado de los objetos, paisajes, costumbres, tradiciones, lenguajes, conductas y otras manifestaciones.
Ello encierra más valor que el propio valor contable. ¿Cuánto vale la sonrisa de un niño? ¿Cuánto su felicidad? ¿Cuál es el valor de la emoción al ver un paisaje? El mundo deberá cambiar el modo de valorar los fenómenos naturales y humanos, equiparar, como mínimos lo espiritual con lo material y ello incluye también lo patrimonial.
Por otra parte, no hay duda que muchos de los objetos patrimoniales que han llegado hasta nuestros días, tienen una relación importante con el coleccionismo. Este último, creado desde la formación de la sociedad en clases y sinónimo de poder y ostentación, ha atesorado desde sus orígenes obras de arte y curiosidades y “glorias” guerreras, para irse convirtiendo cada vez más, en reflejo y huella de la cultura de los tiempos y de los pueblos, pero el patrimonio es más que el mero coleccionismo heredado.
Visto desde la materialidad de sus objetos, en los siglos XVI y XVII se alcanzó una gran acumulación de valiosas piezas, que reflejaban, básicamente, un tipo de cultura, la que interesaba y atraía a la aristocracia, la alta jerarquía de la iglesia y la burguesía pudiente. No obstante, y sin percatarse sus poseedores en aquellos momentos, con ello se estaría posibilitando tiempo después la creación de los museos nacionales.
El siglo XVIII fue testigo de ese cambio de significación en el coleccionismo, disminuía el elemento de ostentación y prestigio para su propietario para destacar los valores de la historia nacional de cada país.
Con la apertura al público del Museo del Louvre en 1793 se expresaría un nuevo concepto de propiedad respecto al patrimonio cultural de un país al considerar al pueblo usufructuario de dicho patrimonio, aunque no por ello dejó entonces de mantener su carácter elitista, pero incluso, ello también, se iba transformando.
A partir de esta fecha y durante el siglo XIX, el ejemplo francés y la influencia del Iluminismo (s. XVIII) propagarían la tendencia de convertir las colecciones reales en los grandes museos nacionales. Ello mostraba un proceso, aunque lento, de democratización del carácter educativo del patrimonio, incrementándose paulatinamente a través de aquellas instituciones que habían surgido como una necesidad de la nueva organización de los objetos coleccionados, los denominados museos.
El siglo XX, y sobre todo a partir del holocausto de la II Guerra Mundial, quedaría horrorizado por la catástrofe humana y la pérdida de valiosos elementos patrimoniales. Crecerían entonces las voces y la acción por su salvaguarda y, entre ellas, la creación de una organización que contribuiría a su ordenamiento y protección, el Consejo Internacional de Museos en 1946.
Otro de los momentos importantes de este proceso fue la Convención de la UNESCO sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural, aprobada por la Conferencia General en su decimoséptima reunión, en París en 1972.
En ella se definió como patrimonio cultural:
Los monumentos: obras arquitectónicas, de escultura o de pinturas monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia,
Los conjuntos: grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les da un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia,
Los lugares: obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza, así como las zonas, incluidos los lugares arqueológicos que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o antropológico.
Nuevas conceptualizaciones han enriquecido esta categoría y nuevas aristas han resultado potenciadas, entre ellas las de patrimonio intangible, su valor estético, histórico, científico y espiritual.
En 1989, después de un proceso de concientización, la UNESCO adoptaba la recomendación sobre la salvaguarda de la cultura tradicional y popular, que define el patrimonio oral e inmaterial o cultura tradicional y popular como:
“El conjunto de creaciones que emanan de una comunidad cultural fundadas en la tradición, expresada por un grupo o por individuos y que reconocidamente responden a las expectativas de la comunidad en cuanto a expresión de su identidad cultural y social; las normas y los valores se trasmiten oralmente, por imitación o de otras maneras. Sus formas comprenden, entre otras, la lengua, la literatura, la música, la danza, los juegos, la mitología, los ritos, las costumbres, la artesanía, la arquitectura y otras artes”.
Para Cuba, el valor espiritual del patrimonio se encuentra ilustrado fervientemente por la defensa del territorio por nuestros aborígenes, y ya desde entonces, un digno caribeño, Hatuey, proveniente de La Española, defendería a esta tierra en acto de solidaridad, convirtiéndose en lo que hoy conocemos como internacionalista.
Las simientes quedaron ejemplarmente expresadas en el pensamiento de nuestros maestros; Varela, Luz y Caballero, Martí, Maceo, Che, Fidel.
Desde la misma génesis, enriquecido con la formación de la nacionalidad, emerge como mariposa y sabia el valor de la solidaridad y del internacionalismo. Ello es la herencia más sublime y más elevada del género humano, lo es tanto que podría decirse que ese tendrá que ser el futuro del hombre, si no, de otro modo, no habrá dejado más huella que la de una especie malcreada por la naturaleza.
Varela nos enseñó en pensar, Martí buscó con su pensamiento y acción la independencia de Cuba y evitar que los Estados Unidos cayeran con esa fuerza más sobre nuestros pueblos de América y Fidel, resumen del mundo viviente, nos condujo a la libertad, “lo que prometió Martí, Fidel lo cumplió”.
Ellos nos educaron que lo que se ofrece a los demás, no es lo que nos sobra, sino incuso lo que a veces nos falta, lo que tenemos, aunque sea poco, y se entrega de corazón, con sentido de solidaridad, de internacionalismo. Ello, aparece en toda la obra de estos hombres que Fidel engrandece en sus noventa aniversarios.
La solidaridad es ejemplo y herencia educativa recibida y trasmitida, modos de conducta, pensamiento y acción, es de los aspectos más valiosos del patrimonio cultural de los pueblos. Por ello Cuba es reconocida por el mundo, evidenciado en las misiones médicas, culturales, deportivas, en la solidaridad con la independencia y el desarrollo de otros pueblos, para que un mundo mejor sea posible.
Que este autor conozca, no ha sido instituido por la UNESCO u otra organización internacional y como parte también del patrimonio espiritual, la categoría de Patrimonio Espiritual de la Solidaridad, quizá un día sea creada la de Patrimonio Mundial al Internacionalismo. Seguro habrán muchos pueblos, en diferentes épocas, acreedores de esa distinción. Desde ya se lo han ganado, y una parte del mundo, la mejor parte del mundo lo reconoce; en los pueblos originarios de América ante el colonialismo, la epopeya de Bolívar por la unión americana, los diez Días que estremecieron al mundo en México, los veinte millones de muertos del pueblo soviético por la salvación de la humanidad del imperio nazi-fascista.
En Cuba, los mambises y los rebeldes también estarán entre los seleccionados para el más valioso de todos los patrimonios, el Patrimonio Espiritual y Material de la Solidaridad y el Internacionalismo, ese será el mayor y mejor Patrimonio de la Humanidad.
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