La Torre de Babel estuvo en el oriente cubano


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La torre bíblica estuvo en nuestro Oriente.

Con frecuencia uno se pregunta si los idiomas están hechos para comunicar… o con el fin de incomunicar. Porque a menudo más parecen diseñados para lo segundo.

En alguna croniquilla ya me referí al escándalo que provocan en Cuba los brasileños al mencionar, en su lengua, al aguardiente. Pues sucede que el reconfortante líquido recibe allá un nombre que comienza con p, y que en nuestras tierras es impronunciable en un ambiente de decencia. Sí, porque designa lo que un pudoroso académico definiría como “cierta parte vergonzosa de la anatomía masculina”.

Otro tanto con el inglés. Si usted desea decir “Las presentaciones sociales a veces producen turbación”, pronunciará, más o menos: Introductions sometimes produce embarrassment. Ah, pero cierto traductor improvisado, transponiendo palabra por palabra, logró el siguiente adefesio, de muy distinto significado: “Las introducciones a veces producen embarazo”.

El asunto, entre nosotros

El Creador mostró, más que sabiduría, su habilidad, cuando los hombres, enfermos de soberbia, se creyeron tan poderosos como para construir la Torre de Babel, capaz de elevarse hasta el mismísimo Cielo.

El buen Dios, con un sencillo método, impidió la empresa de aquellos prepotentes: hizo que no se entendiesen entre sí cuando se hablaban, con lo cual las obras tuvieron que ser abandonadas.

Hasta ahí la leyenda bíblica. Pero agréguese que en Cuba hubo una Torre de Babel, con su correspondiente confusión de lenguas.

Tal como lo oyen. Lo que es más: podemos entregar sus coordenadas. El emplazamiento estuvo en el norte de la antigua provincia oriental.

Cuando alborea el pasado siglo esa zona, olvidada desde los días coloniales, surge a la vida económica con el arribo del capital estadounidense.

Se fundan ingenios azucareros, colosos para la época, y la industria del dulce reclama angustiosamente brazos que atiendan fábricas y cañaverales.

Pero aquellas empresas fueron a establecerse en comarcas cuya densidad demográfica era casi nula, comparada con el promedio nacional.

Encontrar a un ser humano en aquellas inmensidades era casi un milagro. Y ahí mismo surgió el fenómeno, provocado, de la inmigración de braceros antillanos.

Puesto que muchos de ellos ingresaron por vías clandestinas, la cifra de 150 mil es sólo un pálido reflejo de lo realmente sucedido.

Y, a resultas de ello, el norte de Oriente se convirtió en la Torre de Babel, un lugar de confusión de lenguas donde lo mismo se hablaba español que inglés o francés haitiano.

Cada quien trajo su cultura: música, bailes, medicina, botánica, arte gastronómica, para sumarse para siempre a nuestro ajiaco nacional.

Un peligroso equívoco

Así las cosas, cierto día un jamaicano –o jamaiquino, según allá se pronuncia–; un jamaicano, les decía, trató de probar sus avances en el español, y aprovechó que un grupo de familias campesinas se encontraban congregadas en un guateque. 

Era un día veraniego y el sol parecía derretir lo mismo a la gente que a las piedras.

Entonces decidió comentar, en español, que tenía calor, lo cual en inglés se dice I am hot.

Ah, pero, amigos míos, traducida palabra por palabra, esa frase quiere decir en español “Estoy sexualmente excitado”.

Y creo que todavía el aprendiz del idioma anda corriendo, perseguido por guajiros machete en mano, ofendidos por la grosería proferida delante de sus familias.


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