La unión de dos orillas distantes: Japón y Cuba a través de su arte contemporáneo/ Por Carina Pino Santos


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Fotos: Gonzalo Vidal y Agencias.

Interesante pudiera ser el adjetivo más apropiado para una muestra que cerrará a fines de este mes en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, a escasos metros de La Catedral de La Habana y que como primicia, ofrece la posibilidad, por vez primera, de apreciar el despliegue de un conjunto de obras del arte japonés más reciente.

Es, además, una ocasión propicia para recordar el 35 aniversario de fundado el Centro Wifredo Lam, el más relevante del país en lo concerniente al arte del Tercer Mundo, que es estudiado por expertos y curadores, quienes organizan el más trascendente evento de las artes visuales en Cuba: la Bienal de La Habana. Además, esta institución es poseedora de una significativa colección de manifestaciones artísticas que incluye más de tres mil obras de autores cubanos y de otros países, así como un no menos considerable centro de documentación, al que se puede acceder a más de 11 mil textos sobre un amplio abanico de temas y tópicos, entre los que se hallan, las bienales de La Habana, artistas de los países en vías de desarrollo y de forma integral, el arte internacional contemporáneo.

Going Away Closer, título en inglés de la muestra, expresa la aparentemente paradójica relación que puede existir entre las artes visuales de Japón y Cuba, distantes y a la vez cercanas, como subraya la curaduría general integrada por un equipo de dos especialistas cubanos y dos japoneses, quienes se interesaron, junto a la Fundación Japón, para realizar esta exhibición en Cuba, en el 120 aniversario del arribo del primer emigrante japonés a nuestra patria y como un homenaje al establecimiento de relaciones diplomáticas entre Japón y Cuba. Así como labor curatorial que, por otra parte, le ocupó un par de años a los curadores en su investigación sobre el arte cubano y la preparación del evento que, además, se une a todo un programa que incluye a la danza y a Acosta Danza.

Ciertamente se trata de una exhibición que relaciona las distancias geográficas, a la vez que las contigüidades entre dos países muy lejanos, con culturas disímiles, mas que a la vez sostienen proximidades insospechadas.

Cercanías no solo dadas por la lógica inmediata de ser naciones, cuyos límites son trazados por el mar, sino también por una similitud inesperada: aquella que une a pueblos con una sensibilidad por saber más  del “otro”, desconocido para los paisanos (de ambas orillas lejanísimas).

Los curadores japoneses Yumiko Okada y Hiroyuki Hattori se refieren a esa motivación —presente en la muestra colectiva— por apreciar la realidad cubana, más allá de estereotipos como puedan ser la música salsa, el gusto por el tabaco y la afición al béisbol o la pelota (como solemos llamarla aquí).

En ese intento por develar puntos de cercanía con  nosotros en el Caribe y hallar puentes invisibles entre ambas culturas con objeto de exponer las obras para la mayoría de los espectadores, Okada y Hattori se percataron de algunos puntos de contacto, por ejemplo, el de un tema crucial como ha sido históricamente la relación de uno y otro país con los Estados Unidos. De cierto modo en ambas naciones insulares ello se traduce en significados históricos, ya sea vistos a través de la confrontación raigal vista desde Cuba, como desde la dramática sensibilidad de los japoneses hacia Norteamérica desde 1945 y durante la etapa postrera a la Segunda Guerra Mundial.  

Futoshi Miyagi en sus videos se refiere a la relación familiar que entreteje en dos videos paralelos, uno con la narración testimonial sobre su padre emigrado en los Estados Unidos a quien va a conocer por vez primera y otra con la música del romanticismo en su obra Una composición romántica, 2015.

Takahiro Iwasaky vive en la Hiroshima del siglo XXI. Respecto a su obra, los curadores japoneses resaltan (en el catálogo) el empleo por el artista de materiales de su hábitat y su interés por referirse a paisajes en relación con la historia. En la muestra puede apreciarse un conjunto de obras bastante amplio que incluye libros, pullovers, plantas, objetos y materiales que —según me expresara en una breve entrevista— son ropas de determinadas marcas que tienen una significación corporativa o personal y con las que ha conformado la forma de la isla de Cuba. Otra pieza implica a los libros, Modelo tectónico (Alegorías), en este caso, utilizó ediciones cubanas o halladas aquí en los libreros coleccionistas de libros viejos, libros de cuyas páginas brotan, como marcadores, finas y pequeñísimas torres industriales tejidas con el hilo de nylon de Adidas, torrecillas que también emergen en la otra obra antes citada, titulada Fuera del Desorden (Uni-formes), donde salen por encima de algunas chaquetas, pullovers y camisetas.  

Al respecto, pregunté al artista sobre la relación entre este gusto por la miniatura, y si podía relacionarse con la palabra japonesa kawaii, que significa algo tierno, encantador e incluso que está muy en onda ahora mismo, Takahiro Iwasaky pareció divertido sobre mi observación, a la par que incentivado  a responderme. Me explicó  que tuvo en cuenta la importación de productos y cómo los japoneses los hacen más pequeños, como sucede con los autos. Es algo presente en la cultura japonesa, si se recuerdan los bonsái, que son árboles en miniatura, comentó risueño.

Aunque, por supuesto, aquella no es la única similitud, en un mundo que sabemos surcado por la globalización y las nuevas tecnologías, temática también tratada por los japoneses que tuvieron otra visión desde Cuba. Sucede por ejemplo con la obra de Yuko Mohri, Polar-oido. Ella arma  instalaciones protagonizadas por imanes impensados, ya sea desde el centro de una mesa, a manera de vara de pesca que atrae cubiertos en el piso, o polarizados para prender una luz y unirse magnéticamente ante una lupa.

Yuko se muestra como una joven entusiasta y sumamente perceptiva de la realidad cubana. Me aseguró que le interesaba el campo de aquellos fenómenos físicos cuya interacción es intangible, y el tema de las energías no visibles que generan movimiento, como la electromagnética. Todos los objetos y materiales que usó, los buscó y obtuvo en Cuba. A ella le llamó la atención la disimilitud entre la conectividad y uso del Internet en nuestra isla y su hábito por buscar en la red los materiales necesarios para construir sus instalaciones como hace habitualmente en su país. Aquí desde luego se dio a la tarea de buscarlos en distintos sitios y no por medio de la tecnología digital. En la instalación de Yuko ondea sorpresivamente una tela organdí blanca que parece ser  una especie de franja divisoria entre sus piezas y que se mueve con el aire que entra en la sala. Con ello quiso aludir a la impresión que recibió en nuestro país, al ver las ropas secándose en los balcones de viejos edificios habaneros. Algo que ha inspirado canciones distintivas sobre la ciudad, como la muy popular en los medios del trovador Gerardo Alfonso.

Natsunosuke Mise en su obra Pintura de Japón-El pequeño universo de la vasija 2013-2014 expone grandes sábanas de papel japonés calado que cuelgan del techo, pintadas en negros, grises y dorados, y que proyectan, otras obras al atravesar la luz las oquedades de la pintura y proyectar formas cambiantes en la pared. Su arte es una cita a la pintura de estilo tradicional japonés o Nihonga, amén de incorporar toques de técnicas occidentales.

Natsunosuke se ha motivado con íconos como las banderas cubana y la japonesa. Su obra ocupa un amplio espacio por su gran formato y, de cierto modo, como Yuko, aprovecha soluciones no materialistas, y que buscan resultados de efectos de la luz y de la abstracción matérica de las formas y su expansión en el papel japonés. 

Muy distante de esta expresión, algo que ciertamente nos muestra la variedad de tendencias en el arte de Japón, son las fotografías de Kazutomo Tashiro. De acuerdo a los curadores nipones, él “reflexiona sobre su propio lugar en un Tokio moderno que se encuentra en algún punto entre el Gran Terremoto de Japón Oriental de 2011 y los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020”. Las fotos son urbanas y se sitúan en esa zona testimonial del arte que da fe del ciudadano promedio en sitios habituales de la arquitectura de la gran metrópolis moderna japonesa.

Por el contrario, su colega Atsuko Mochida emplea con veracidad construcciones que solemos usar, escaleras realizadas en madera y acero, mas que se tornan irreales en cuanto a su función arquitectónica,  por cuanto se hallan suspendidas en el aire. La intención subyacente es apelar a nuestro subconsciente por medio de lo inesperado y que ello desate algún tipo de reflexión. En su instalación dos escaleras se bifurcan en otro par que queda fatalmente truncado en el patio del Centro Wifredo Lam en una pieza que intitula Mientras más lejos, aumenta la probabilidad de la caída, aprender de ello también es probable.

En la planta baja se halla la instalación de Tadasu Takamine. A través de un laberinto azul de vinilo llegamos a un espacio o meandro a videos de la lectura de una muchacha en un bote rodeada por el silencio de un lago. Los no bienvenidos (2018) alude a la soledad o el aislamiento transferidos a sentimientos vinculados con relaciones político-sociales en el individuo contemporáneo.

Cuatro creadores cubanos: Glenda León, Reynier Leyva Novo, Leandro Feal y José Manuel Mesías acompañan esta muestra que viajará a Tokio en julio de este año, cuya propuesta desde Cuba fue realizada por los curadores Abel González Fernández y Blanca Victoria López.

Ambos apuntan la importancia de los dos años en que se produjeron las conversaciones y la colaboración entre ambas partes, la japonesa y la cubana, para realizar esta exhibición. A la vez que subrayan la intencionalidad siempre manifiesta durante el trabajo de acercarse al arte del otro. Para los cubanos se convirtió  no solo en “un ensayo de conformación de nuevos horizontes culturales, sino en una experiencia de transformación personal” como plantean en el Catálogo.

La obra del cubano Leandro Feal Ya la vida cambió (2017) incluye fotografía, un televisor Caribe, una referencia a la coproducción cubano-japonesa en el filme La novia de Cuba, entre otras piezas, sus obras dialogan con las fotos de Kazutomo Tashiro en la misma sala.

En el caso de Glenda León, ella apresa la virtualidad del anuncio de la velocidad del aire en Tokio que transporte a una medición que impulsa un ventilador pequeño, como una mixtura de alta tecnología en relación a los recursos de países tercermundistas. En la última sala expone José Manuel Mesías con la obra De la serie Versos Teoremas (2009), quien halla cierta poética en los objetos cotidianos e intrascendentes, reconstituidos en otros o expuestos para propiciarles otra mirada, el artista los ha visto de forma inquisitiva en función de expresar su relevancia apenas otorgada en la vida diaria.

Respecto a esta parte de la curaduría, se extraña la participación de más artistas que creo hubiesen dialogado de forma interesante también con el resto de los creadores nipones de acuerdo a sus prácticas contemporáneas y experimentales.

Ciertamente se trata, en general, de una exposición que nadie debería dejar de ver, un regalo inesperado, al ser la vez primera que se exhiben en Cuba obras de un grupo de artistas japoneses contemporáneos.

Al terminar de ver la muestra colectiva una se va como rodeada por un halo invisible que brota de las obras de todos, tan lejos mas tan unidos ahora en el Centro Lam.

Una se va de la exposición interesada por indagar más sobre la cultura contemporánea de Japón, y esa cierta energía que emana de la fina espiritualidad de los artistas japoneses parece acompañarme todo el tiempo a la salida de la muestra.


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