Las cosas que ha visto Alberto Guerra Naranjo en estos tiempos de pandemia


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Hace unos días contacté al escritor Alberto Guerra Naranjo (La Habana, 1963), con el ánimo de entrevistarlo a propósito de su creación literaria y sus consideraciones acerca de las actuales circunstancias pandémicas.

Guerra Naranjo es licenciado en Historia y Ciencias Sociales, y curiosamente EcuRed dice que su ocupación es crítico social; también dice que es guionista de cine y uno de los más importantes narradores cubanos de la actualidad, pero que la crítica aún no lo ha encasillado dentro de ningún grupo o tendencia, «sigue siendo un “independiente” si bien lo que ha publicado se sitúa dentro de una tendencia de crítica social. Por eso, cuando se le pregunta, dice que en su obra, la realidad cubana de los 90 actúa como personaje principal».

El no encasillado escritor, lo que me parece muy bien, estuvo de acuerdo con mi propuesta y le envié unas preguntas, o más bien, unos temas amplios, tratando de anticiparme a las cuestiones que podrían surgir si la entrevista hubiera sido una conversación, y para resolver un poco la imposibilidad de intercambio espontáneo de un diálogo vía correo electrónico y la frialdad que impone.

Pero Guerra Naranjo es muy creativo y solucionó el entorpecimiento convirtiendo las postulaciones en simples puntos de partida para un texto literario que merece ser leído con detenimiento.

Cuando me lo envió me dijo: «Vas a ver que parecerá una entrevista diferente a otras».

Y tanto que no voy a enseñarle al lector las preguntas, no hacen falta, Alberto Guerra tiene mucho que contarle y es muy probable que algunas de las cosas que ha visto y le dice, le sirvan para sobrevivir mejor en estos tiempos.

Yo no cumplí mi propósito pero me basta con haberlo provocado.

“Por estos días de confinamiento, apoyado en los prodigios virtuales de mi móvil, he visto el mundo cuasi en su totalidad como si fuera Carlos Argentino Daneri en «El Aleph», aquel memorable cuento de Jorge Luis Borges, donde el pasado, el presente y el futuro podían contemplarse al mismo tiempo en un peldaño de escalera.

He visto como la COVID-19, ese microbio invisible, el séptimo de los coronavirus, en un abrir y cerrar de ojos ha ganado en presencia global y entra como «Pedro por su casa» en cualquier parte, evidenciando que el humano y su forma egoísta de concebir la vida bajo el capitalismo, aún no es responsable para constatar sus debilidades como un sujeto más de la naturaleza.

He visto que un poco antes las calles del mundo estuvieron desbordadas por las protestas masivas contra el capital y sus variantes de explotación, lo mismo en Francia con los Chalecos amarillos, en el Líbano, en Ecuador, en Chile con su saldo en ojos perdidos, en Asia, y de repente con la llegada del microbio la situación dio un giro inverso con el lema Quédate en casa, como si se tratara de un divino guion que nos convierte en espectadores cargados de asombro.

He visto por estos días infinidades de situaciones dramáticas donde la realidad supera a las ficciones escritas por el escritor más eficaz y verosímil; he visto el gesto solidario de un sacerdote italiano que prefirió morir y cedió su aparato respiratorio a alguien más joven; he visto el llanto impotente de una madre con sus hijos muertos sobre la cama; a una niña de doce años que optó por suicidarse ante la falta de recursos; el desfile de camiones italianos cargados de féretros en busca de campos propicios; a crédulos tomando ácidos de limpieza bajo la orientación de un presidente de imperio; he visto centenares de huecos de tumbas en espera de sus respectivos cadáveres en Brasil; he visto a las brigadas internacionalistas de médicos cubanos arriesgando la vida en gesto solidario en diferentes puntos del planeta y he visto con alegría cómo disminuye la tendencia de muertes por el nuevo coronavirus en mi país.

He visto a compatriotas que viven en sitios lejanos aconsejar con iracundia al gobierno de acá sobre cada paso que debería seguirse ante la pandemia, mientras, en el propio territorio donde habitan, la COVID-19 diezma a su barrio como un samurái de aquellos filmes japoneses de mi infancia, y eso me hace pensar que un virus tan pandémico como el de marras supera a las ideologías cuando pone en ridículo cualquier opinión víctima del desasosiego.

He visto una fotografía donde aparecen dos familias en tiempos de Gripe española, en los Estados Unidos, cuando de 1918 a 1920 el mundo tuvo un saldo de más de cuarenta millones de muertos, y lo curioso de la foto es advertir que, a la familia negra, compuesta por una pareja y un niño, se le tenía prohibido el uso de las mascarillas o nasobucos.

He visto como escritores y poetas aprovechan los beneficios virtuales en tiempos de confinamiento para intercambiar textos, tanto de ellos como de otros, vivos y muertos, clásicos y menores, que se leen y comparten como diciéndonos que, a pesar de los pesares, la poesía siempre salva.

He visto con tristeza las colas enormes que se arman desde la madrugada, en busca de alimentos, a unos pasos de mi casa, en una tienda en la esquina del país pobre donde vivo, bloqueado, además, por el peor de los imperios que haya existido sobre el planeta y también he visto esas terribles colas por la misma causa en lugares donde esa palabra parecía haberse excluido para siempre de los diccionarios y de la vida real.

He visto en mi móvil discusiones, debates, polémicas, intensidad en los comentarios, oportunismos, egolatrías, ventajismos, ofensas, entreguismos, desatinos, cinismos, bajezas, neocolonialismos, descréditos, conservadurismo y falta de respeto entre internautas, donde queda demostrado que el humano es un animal repleto de complejidades y posee un lado oscuro en el corazón difícil de enmendar; pero, por suerte para la humanidad, también he visto reflexiones atinadas, humor con sabiduría, juicios críticos y responsables, razonamientos lúcidos que infieren que no todo está perdido.

He visto cartas en Facebook escrita por amigos poetas desesperados ante la impotencia de contemplar cómo la gente de su barrio muere sin atención ni recursos médicos y tienen que ser expuestas en la calle durante días o colocadas como trastos en contenedores para luego ser enterradas en cementerios comunes e improvisados de Guayaquil.

He visto declaraciones de políticos sin vergüenza que anteponen la economía a la vida de los trabajadores como si los humanos no valieran más que para obtener pueriles ganancias materiales y algo más triste aún, he visto a no pocos trabajadores apoyar tesis y criterios de esos mismos políticos, imagen que me hace pensar en lo manipulable que pueden ser algunos humanos desde los tiempos de Edward Louis Bernays, aquel sobrinito de Freud que con sus artimañas de publicidad convirtió en consumidores perpetuos a los ciudadanos comunes y corrientes.

He visto como la virtualidad de las redes sociales gana espacio rotundo entre los escritores, editores y lectores en tiempos de crisis de árboles y de papel, de ahí que desde mi apartamento haya optado por refugiarme en la plataforma Boukker para publicar mis ficciones con cierto éxito en tiempos de coronavirus.

He visto y comprobado una vez más que mi país no solo es Playa, el barrio hermoso donde vivo, sino que un poco más allá también hay cubanos que no corren mi misma fortuna por padecer carencias, necesidades y pobrezas mayores que las mías al vivir en albergues, en solares, en casuchas declinables que llaman «llega y pon» sin libretas de abastecimiento, o en viviendas denominadas de estática milagrosa a punto del derrumbe; y sería yo una mala persona, un falso escritor, otro oportunista del patio si, en vez de comprender que esos cubanos existen, solo cambio la vista hacia otro asunto del teléfono.

He visto alegría extraordinaria en los rostros de un amigo y de su pareja, a quienes sin pensarlo presté mi casa cuando por un instante quedaron en tierra de nadie, desamparados, hecho talcos en plena epidemia y les dije: «Quédense aquí hasta que resuelvan sus problemas».

He visto como Amaury Rodríguez, el buen editor de Maldita circunstancia, libro que publicaré por Hermanos Loynaz de Pinar del Río, logró trabajar conmigo como si no estuviéramos en confinamiento y he visto como mi cuento «Bos Taurus» se deja leer en estos días, por unos tres mil 900 lectores de todo el mundo gracias a la plataforma Boukker y, como si no bastara con esa grande cifra, también he visto como mi otro cuento, «El pianista del cine mudo», Premio Internacional de Relatos Cortos en España en 2018, se deja leer por cerca de diez mil lectores del planeta, algo que jamás pensé lograr en tiempos normales, mientras, junto a mi esposa Ivón Andino, prestidigitadora como pocas en asuntos de amor y de cocina, también disfruto ese acto de magia mediática, a pesar de los pesares, y como si fuera un escritor de ficciones bastante feliz.”


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