Los cien años de un libro


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Los cien años de un libro

Este año 2014 se han conmemorado algunos importantes centenarios poéticos. Semanas atrás he escrito sobre dos importantes poetas de la lengua que arriban en este año a su aniversario cien.

Uno es el mexicano Octavio Paz, notable ensayista, además de poeta, y el escritor de uno de los grandes textos de la poesía mexicana del siglo XX: “Piedra de sol”, que incluyó en su libro La estación violenta, de 1958.

La otra figura es el chileno Nicanor Parra, cultivador de lo que el crítico Pedro Lastra llamó, a partir del título de uno de sus libros, la antipoesía. Parra ha tenido, además, la muy difícil posibilidad de celebrar en vida ese aniversario número cien.

Pero hay otro importante aniversario que no es el de otro autor, sino de un pequeño poemario que contribuyó a renovar la poesía del pasado siglo: me refiero a El espejo de agua, de otro muy importante poeta de Chile, Vicente Huidobro.

Nacido en 1893, en el seno de una familia burguesa, su desahogada situación económica le permitió a Huidobro llevar la vida de un auténtico hombre de letras, lo que era bastante infrecuente para un poeta latinoamericano, casi siempre obligado a desempeñar disímiles oficios por la simple —e imperiosa—  necesidad de procurarse la vida.

Al margen de preocupaciones económicas, Huidobro pudo tener una esmerada formación humanística, manejar la lengua francesa tan bien como la española, y estar al tanto de lo más novedoso de la poesía europea.

Vive años en Francia y escribe en francés una buena porción de su obra poética. Colaborador de la revista francesa Nord-Sud, se relaciona con las más importantes tendencias de la poesía de vanguardia, en especial con la obra de Guillaume Apollinaire. De esta experiencia nace el Huidobro renovador de la poesía contemporánea, en torno al que han surgido diversas polémicas.

Huidobro es, a no dudarlo, el primer poeta vanguardista de la lengua española. Desempeña para la poesía de vanguardia de España, un papel semejante al que tiene Rubén Darío para los poetas del 98. En 1918, en Madrid, el chileno edita los que son los primeros libros de la poesía vanguardista en español: Ecuatorial y Poemas árticos, que serán la avanzada de lo que luego se llamará el ultraísmo español porque, en torno al chileno, se reúne una pluralidad de nuevos poetas españoles que lo tratan de maestro, y hasta un argentino: el joven Jorge Luis Borges, entonces en la capital española.

Huidobro había bautizado su tendencia de otra manera. La había llamado creacionismo. Ese propio año de 1914, Huidobro imparte una conferencia que titula Non serviam: “no serviré”, sería la traducción del latín. Decía en uno de sus momentos: “no seré tu esclavo, Madre Naturaleza, seré tu amo”. Huidobro pensaba que el poeta —el escritor— no debía copiar las creaciones de la naturaleza, sino que debía ser tan independiente como la naturaleza misma.

En El espejo de agua aparecía un poema llamado “Arte poética” y allí, desde el arte, el poeta chileno exponía su punto de vista:

¿Por qué cantáis la rosa, oh poetas?

Hacedla florecer en el poema.

El texto concluía de manera terminante: “el poeta es un pequeño dios”.

Sus jóvenes seguidores españoles no fueron agradecidos con el maestro chileno que los condujo en esos albores del siglo XX a lo mejor de la modernidad.

Uno de ellos, el crítico Guillermo de Torre, a partir de las discrepancias de Reverdy con Huidobro —ambos habían sido editores de Nord-Sud— propaga la especie de que el chileno antedataba sus libros, les colocaba una mas temprana fecha de edición para aparecer como creador de novedades que ya estaban creadas. Fue lo que algunos llamaron “la leyenda negra” contra Huidobro. El chileno decía que había una edición de El espejo de agua aparecida en 1914, esa que ahora mismo estaría cumpliendo un siglo de su aparición.

Lo cierto es que, como el legítimo vanguardista que fue, el autor de Altazor colocaba en un lugar decisivo el papel del poeta como renovador y muchas veces llegó a extremos inaceptables: “La poesía moderna comienza en mí”, llegó a decir alguna vez y, verdaderamente, un hecho tan universal como es la poesía moderna, no puede ser creación de una persona, por importante que esta sea.

Pero, al margen de las imperfecciones que tenemos todos los seres humanos, Vicente Huidobro fue un buen hombre, siempre del lado de las mejores causas de la humanidad.

Fue un antifascista convencido y un inflexible partidario de la República española, que se vinculó abiertamente a ella en los años difíciles de la guerra civil.

Su origen burgués jamás la confinó a un pensamiento egoísta e insolidario. Al morir Lenin, le dedicó la mayor elegía que se la ha escrito.

Quienes no le conozcan y quieran asomarse a él, busquen la excelente antología que en los años sesenta escogió y prologó el poeta Enrique Lihn, que publicó Casa de las Américas y que merecería reeditarse. Busquen allí un extraordinario poema que se llama “Monumento al mar”.

Mientras tanto, vamos a creerle al poeta que El espejo de agua tuvo su primera edición en 1914, y vamos a conmemorar su centenario.


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