En estos tiempos de imparable globalización es todo un desafío, también una deliciosa provocación, “posicionar” un libro en las manos de los lectores contemporáneos. Son esos leedores a quienes los estudiosos han particularizado como analógicos y digitales. Hormiguean en el ciberespacio infinitos datos y su horizontal codificación se traduce en contrastar fuentes, desgranar políticas editoriales, y discernir perfiles ideo-estéticos.
En ese bregar de lecturas es vital identificar posturas ideológicas, calidades estilísticas, periodísticas y literarias que las robustecen a la hora de sopesar compartirlos, legitimarlos en nuestros actos sociales o tomarlos como citas que sirvan para apuntalar un texto…, otro.
Sobre este esencial panorama se impone subrayar un alarmante dato: en la contemporaneidad se lee cada vez menos. Me refiero a las tradicionales lecturas de libros y publicaciones periódicas.
El ser humano, en un permanente ejercicio de identificar y confrontar su entorno, transita con otras plurales lecturas. Resignifica diálogos, simbologías, narraciones y discursos que se materializan desde una “esplendorosa inmaterialidad”.
Tanto en los escenarios rurales como en los urbanos se avistan clonaciones de simbologías matrices, que responden a una estética, a un discurso. Se trata de una mundialización de los signos que anulan o desprecian los valores de las naciones: las legítimas tradiciones o lo que resulta genuino, único de un país, una región, una lengua, una cultura.
Frente a este descomunal escenario de muchas vueltas, es esencial desarrollar acciones que remuevan al lector tradicional, y a ese otro leyente cautivo, hiperconectado, pro-consumidor de las tecnologías digitales.
Frente a esta cartografía se deben diseñar pensadas estrategias que tomen en cuenta el hecho de que cohabitan en nuestra sociedad una pluralidad de lectores con motivaciones e intereses dispares.
En este texto emergen reflexiones, bocetos o aproximaciones que engarzan con las características insulares de nuestra nación y sus históricas acciones culturales, empeñadas en promover valores, simbologías, discursos; también códigos y herramientas que contribuyan a una eficaz lectura de los más cautivos.
Apuntaré –sería un clamoroso error no enumerarlas– las prácticas internacionales de este esencial oficio, pues contribuyen a la articulación autor–mediado–lector.
II
Son dos las herramientas más usadas en los campos de la comunicación que apuestan por la socialización de los libros: la tradicional reseña y las entrevistas a los autores.
La primera, en Cuba, suelen ser textos de pocos caracteres que apuntan a “revelarnos” la arquitectura del libro. Prima la reseña tipo, que se empeña en “fotografiar” las partes de un texto y, a manera de coloreado, se incluyen algunos apuntes sobre la biografía del reseñado.
Desde mi perspectiva, resultan textos que denotan la poca implicación de ese lector mediador. Se delatan las delgadas pasiones de un autor (otro), signado para materializar la adquisición del texto y no la comprensión lectora del libro.
¿Acaso no existen en nuestra nación y en otras geografías, quienes llenan anaqueles con libros mutados en objetos decorativos? ¿No responde este comportamiento a legitimar una suerte de estatus social o actitud seudocultural?
Siguiendo la estela de las reseñas en Cuba, resulta una pieza comunicacional escasa en los medios generalistas de alcance nacional. Publicaciones como Juventud Rebelde, Granma, Cubahora o Cubadebate, deberían regularizar este medular recurso con reseñas que construyan un lector verdaderamente motivado por un libro, compulsado a leer páginas enteras. Resulta insuficiente las que publica, eventualmente, el diario Juventud Rebelde con la autoría del Premio Nacional de Periodismo José Martí, Luis Sexto.
Las revistas La Gaceta de Cuba, que dirige el escritor y ensayista, también editor, Norberto Codina; Revolución y Cultura, que lidera la escritora y ensayista Luiza Campuzano o Casa de las Américas, bajo el manto de Jorge Fornet, —estas tres— son punteras en el uso de las reseñas. Pero no debemos olvidar que dichas publicaciones están construidas para un público interesado, como escala de prioridades, en los temas del arte y la literatura. Por tanto, su espectro de público es estrecho, gremial, obviamente insuficiente.
Asistimos a una contradicción insular. Cada año las editoriales cubanas hacen un notable esfuerzo por publicar ejemplares libros. Frente a las delgadas reseñas que le “acompañan”, no pocos textos terminan habitando en estanterías pintadas de polvo, custodiados por el hastío de algunos vendedores de libros. Y, aunque visitar las librerías se traduce también en un perenne diálogo entre el lector y librero, compartir volúmenes e identificar intereses, esta no es la praxis de nuestros promotores de libros.
Por otra parte, asumo como ideal de reseña, esa que nos provoca a “tomar” cada parte de un libro, la que significa con sustantivas palabras al autor, al diseñador de la portada y sus interiores. Eso sí, desnuda de adjetivaciones insulsas, contextualizada como objeto de pensamiento, de esperado goce y exigida reflexión. El enfoque sobre el empaque estético del libro también resulta insuficiente: urge enamorar, polemizar, establecer puentes temáticos. Las reseñas han de ser aliadas de los que anónimamente edifican un libro, muchos libros.
El libro implica su condición de objeto-arte, de creación colectiva, proceso en el que participan editores, correctores, diseñadores gráficos, más otros hacedores de los colectivos editoriales, que son parte del brillo o la grisura de los volúmenes. Los impresores son también esa obligada ruta a la que debemos dar su cuota de éxito o responsabilidad, cuando se percibe falta de rigor, de legítimo acabado.
III
La entrevista al autor, otra de las herramientas que, apuesta por la socialización de los libros, es también de las más usadas por los medios generalistas para “hacernos llegar” un texto a la lista de nuestras prioridades, pero estas resultan insuficientes, puntuales, de escasa envoltura literaria y periodística. La buena entrevista exige un arduo esfuerzo de investigación y debe estar desprovista de escuálidas palabras, para evitar repetirnos en manidas interrogaciones o en trillados caminos de la indagación biográfica. Se trata de revelar al creador de un texto que ha puesto su talento al escrutinio de la sociedad lectora.
Se impone significar sobre las prácticas creativas del autor, sus fuentes, y los antecedentes de su labor escritural. También cabe desentrañar los procesos organizativos que le dieron vida al texto, así como desempolvar las influencias del autor, los destinos del libro y las herramientas narrativas, estéticas y de orden simbólico que lo hicieron posible. Los tonos de los libros, los tempos de su desarrollo son también temas para un diálogo enriquecedor, sin despreciar los escenarios por donde navega, pues todo ello contribuye a su unidad gestora.
IV
Es una tradición en nuestro país las presentaciones de libros previas a su comercialización, también conocidas como “lanzamientos”. Los Sábados del Libro, que se desarrollan cada semana en la Calle Madera, felizmente enclavada en el Casco Histórico de La Habana Vieja, resultan un referente de dicha práctica promocional.
Esta es una oportunidad excepcional para “conocer” al autor, descubrir sus puntos de vista y los horizontes de su obra, donde también se revelan las palabras del presentador, que suele leer un texto breve en el que habitualmente se listan las esencias de un texto asumido por encargo.
Las presentaciones de libros, en Cuba, se desarrollan con imperfecciones, sin el mejor de los acabados. Las notas informativas que compulsan a estas citas no son del todo logradas, especialmente cuando no se trata de un autor mediático. Falta en estas acciones datos referenciales sobre el libro a presentar, una suerte de sinopsis sobre el volumen y el autor, que contribuyan a mover a ese otro lector cautivo a salirse de su cotidianeidad.
Para promover estas acciones culturales son usadas también las tarjetas digitales, que circulan oportunamente en las redes sociales. Suelen ser potencialmente atractivas y de un digno acabado estético, pero adolecen de otras carencias informativas. Contienen la portada del libro y los datos básicos que apuntan hacia la presencia de los lectores: día, hora y lugar de la presentación. Se complementan con logos de las instituciones organizadoras, y poco más.
¿No es acaso oportuno incluir las notas de la contraportada del libro en este recurso contemporáneo? ¿Cabe la posibilidad de incorporar algunos apuntes motivadores sobre el autor? ¿No es pertinente incluir la foto del autor en este soporte digital? Hablo, por tanto, de una serie de acciones, que contribuyan a potenciar dicho recurso de la contemporaneidad.
Este recurso comunicacional no es explotado del todo, se impone realizar, por ejemplo, una serie de postales que “naveguen”, también, después de la cita de presentación. Fragmentos del libro, partes del prólogo o las notas de la contraportada, una juiciosa selección de frases que revelen las esencias del autor, o los descartes que no han sido usados en los interiores del volumen por razones de espacio son algunos de los textos tomables para esta moderna herramienta, que potencia la lectura del libro.
Habitan en las redes sociales frases antológicas de José Martí, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez y otros importantes escritores y pensadores latinoamericanos. Este recurso sirve de fijador, de ancla, también de primer acercamiento, a todo tipo de lector. ¿Por qué no hacerlo también para los jóvenes escritores, para los que tienen una sustantiva obra, pero aún no cuentan el beneficio de ser conocidos por la sociedad toda?
Cierro el tema de las presentaciones de libros con una praxis que se impone relanzar. Nuestras editoriales suelen hacer este acto comunicacional, por lo general, en los predios donde está ubicada la editorial. Buena parte de ellas, están enclavadas en la capital; por tanto, hablo de presentaciones habano-centristas. Esta práctica limita las posibilidades de conocer a muchos de los buenos autores cubanos en otras provincias del país.
Para ilustrar este asunto, tomo como referencia lo publicado por las editoriales especializadas en cine, así como las que engrosan los predios del arte y la literatura.
En un primer grupo estarían los volúmenes La biblia del cinéfilo, de Luciano Castillo, Editorial Arte y Literatura, 2015; Cartelera cinematográfica cubana, de Sara Vega Miche y Mario Naito López, Editorial Oriente, 2018, y 50 años de cine cubano 1959-2008, de Luciano Castillo y Mario Naito López, Editorial Letras Cubanas, 2018. Estos tres volúmenes son muy útiles para los Instructores de arte, los programadores de los Centros Provinciales de Cine, los gestores de las Casas de Cultura, los gestores de los cines clubes, así como para los especialistas de las áreas de extensión cultural de las universidades. Obviamente, los especialistas y estudiosos de cine se servirán de ellos para su trabajo profesional.
En un segundo grupo de libros incluyo a los llamados textos especializados. De este apartado se han publicado muchos y muy buenos títulos: Por citar tan solo tres: Literatura y cine. Lecturas cruzadas sobre las Memorias del subdesarrollo (Editorial UH/ICAIC, 2010), de Astrid Santana Fernández de Castro, Sexo de cine. Visitaciones y goces de un peregrino (Ediciones ICAIC, 2012), de Alberto Garrandés y Los cien caminos del cine cubano (Ediciones ICAIC, 2010), de Marta Díaz y Joel del Río.
Las presentaciones de libros llevan consigo, además, un esfuerzo para que las editoriales cubanas socialicen sus propuestas no solo en los habituales espacios culturales de cada región, sino también en las universidades, en las plazas públicas, en los centros industriales y agrícolas de gran concentración de obreros y campesinos, en las bibliotecas distantes de las cabeceras provinciales, y claro está, en los centros penitenciarios.
¿No es acaso un acontecimiento cultural, también social, que la obra de los cineastas Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Fernando Pérez o de Rogelio París sea socializada a partir de los libros y sus autores junto a los protagonistas de sus filmes en cada uno de estos escenarios? El cine y sus gestores, pueden contribuir al mejoramiento humano de los cumplen una condena, y esta es una manera posible, realista, necesaria.
V
El tema de la identidad de los autores es un asunto de vital importancia que nuestras instituciones culturales deben revolucionar. Tres ejemplos positivos responden a tres estéticas, de dispares contextos, épocas; también de disímiles escenarios artísticos y culturales.
Gracias a Chinolope, podemos conocer reveladoras fotos de importantes escritores que dejaron huellas en Cuba y en Nuestra América. José Lezama Lima, Virgilio Piñera o Julio Cortázar fueron algunos de los retratados.
Otro fotógrafo no menos relevante es Iván Soca. Su obra se ha centrado en los músicos; sobre todo, de las agrupaciones de la música popular bailable y en los trovadores. Todos ellos fotografiados con arte, empeño en la búsqueda de un ángulo diferente, dialogante, renovador, discursivo, inquietante.
Un tercero, joven y talentoso hacedor de la lente es Alejandro Azcuy, quién desarrolla una importante labor en el retrato de personalidades y en fotografías por encargo para piezas discográficas. Azcuy posee también una descomunal obra de foto publicitaria y patrimonial. El libro Noble Habana, presentado recientemente, es otra huella concreta de su trascendental trabajo.
Urge que nuestras instituciones culturales tengan en sus estructuras de trabajo a fotógrafos encargados de construir la memoria gráfica de los escritores. También la huella de las otras expresiones del arte y la cultura.
Se producen cada semana, importantes acontecimientos culturales que no quedan congelados por la lente de los fotógrafos profesionales. La fotografía de retrato, las de corte social, las que secundan eventos, conciertos y otras actividades socioculturales son parte de las ausencias en nuestra labor comunicacional erigida desde la fotografía, pensada para construir identidades e imágenes de artistas e intelectuales, de escritores.
VI
En este sentido, las páginas web de las instituciones culturales —aunque están diseñadas en correspondencia con su función social y algunas son de probada factura, con desprendimientos sistemáticos hacia las redes sociales— muchas veces adolecen de acabados estéticos que se exigen para estos tiempos.
Hago esta mirada crítica pues faltan, en todas, videos que contribuyan a secundar el deber de la fotografía: sellar una imagen del artista. Para hacer una entrevista audiovisual de autor, pensada para una web, no se requiere disponer de una ostentosa cámara 4K. Videocámaras semiprofesionales o domésticas, más un trípode y un micrófono de corbata, bastan para cumplir este encargo de cara a una web de la cultura. Obviamente, estas tomas llevan un posterior trabajo de edición y acabado estético.
Han de ser entrevistas donde sean protagonistas escritores que merecen un espacio esencial en nuestra labor institucional. El que cada semana podamos conocer los mundos interiores de un libro narrado por sus autores, es impostergable para la labor que ha de acometer cada institución cuyo encargo social sea el libro y sus autores.
No podemos olvidar que los lectores digitales, que cada vez son más, tienen una predominante lectura desde lo audiovisual. Muchas de las ideas aquí bocetadas, engarzan con las otras expresiones del arte y la cultura.
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