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Los hermanos sean unidos


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Termina diciembre del año 2016 después del nacimiento de Jesús, el Cristo. Es tiempo de recuento y reflexión y planes para el año nuevo.

Una de las lecturas que más disfruté en mi juventud fue Martín Fierro, ese poema épico argentino encarnado en el gaucho que le da título a la obra. El gaucho que, cantando acompañado por su vihuela, se consolaba de la pena que lo desvelaba.

De ese largo poema en coplas recordé siempre una que decía: los hermanos sean unidos/ porque esa es la ley primera/ que si entre ellos se pelean/ los devoran los de afuera. Ajuera, escribía el autor imitando el habla gauchesca. Esa advertencia en boca de Martín encerraba una verdad que cuando se ignora se es presa de la devastación y se favorece la derrota. Baste ver los ejemplos actuales en diversos rincones del mundo.

Los grandes devoradores de los hermanos divididos en nuestro tiempo son las fuerzas imperialistas y sus aliados.

Pero la vida demuestra que, además de los lazos de sangre, la hermandad es, sobre todo, la comunidad de propósitos, de ideas, de proyectos, de aspiraciones, sueños y esperanzas.

Tengo a Carlos Manuel de Céspedes como el precursor de esa unidad de los cubanos. Primero, al dar libertad a sus esclavos y ofrecerles, a los que lo desearen, un puesto en las filas libertadoras junto a él. Después, su aceptación de las decisiones que limitaban sus poderes y autoridad y, finalmente, cumplir lo que en contra suya determinaba el gobierno de la revolución que él había iniciado y que facilitó que el enemigo le diera muerte en desigual enfrentamiento. Él, el Padre de la Patria, precursor de la unidad, siempre puso la patria sobre su persona, él no sería causa de un cisma. Fue la primera gran víctima de la desunión.

Después, José Martí, el gran hacedor de la unidad de los revolucionarios cubanos, quien comprendió que la desunión fue la causa de la derrota en la Guerra de los Diez Años, y que solamente la unidad de los cubanos podía garantizar la victoria de la lucha por la independencia nacional y la justicia social, y la elevó a la necesidad de la unidad de toda nuestra América para lograr la segunda y definitiva independencia. Trabajo paciente e incesante, lleno de dificultades, amarguras, incomprensiones, penalidades. Él comprendió y enseñó que la unidad debía hacerse en torno a las ideas, porque los hombres desaparecen y lo que permanece son las ideas. Y creó una fuerza política revolucionaria y democrática para que desempeñara el papel dirigente de una revolución que no excluía a nadie dispuesto a trabajar por el bien de todos, sin importar posición social, color de piel, nacionalidad, creencia religiosa, sexo. Él aspiraba a un mundo presidido por la fraternidad como expresión máxima de la solidaridad. Una temprana muerte le impidió completar la obra iniciada.

Hubo que esperar a que llegara el centenario del natalicio de Martí para que apareciera un discípulo de sus ideas que, con su ejemplo personal y su sentido del momento histórico, lograra, por primera vez, la gran unidad del pueblo cubano para cumplir los viejos sueños de independencia nacional, justicia social y solidaridad internacional del Maestro.

Con su liderazgo de seis décadas Fidel forjó la unidad para luchar, resistir y vencer y hacer cierta la afirmación de que patria es humanidad, dándole la más alta dimensión martiana al destino de los cubanos. Realizó y legó, en medio de las circunstancias más adversas, la mayor obra de justicia y brillo conocida por nuestro país.

Estos tres grandes de la patria completaron su ciclo vital. Sus personas ya no existen materialmente. Curiosamente, sus restos reposan en el mismo lugar, a pocos metros uno del otro. Sin embargo, sus ideas, obra y ejemplo, son patrimonio de Cuba y el mundo.

La vida continúa y, con ella, la lucha. No basta con regodearnos en glorias pasadas. Ellos cumplieron su parte en el momento en que les tocó vivir. Los problemas de hoy toca resolverlos a la generación actual, entendida la generación en sentido amplio que abarca a más de una de ellas.

Al abrir el camino hacia toda la justicia, ellos lo dejaron siempre abierto, porque sabían que el hombre honesto podía equivocarse y dejaron esclarecido que se podía y debía cambiar todo lo que necesitara ser cambiado. Como fueron sabios, fueron humildes. Como fueron grandes, fueron modestos. Ellos siempre confiaron en la inteligencia del pueblo y su infinita capacidad de realizar lo más asombroso. Su confianza y su vínculo con el pueblo fueron su mayor legado.

Hacer las cosas bien, con todos y para el bien de todos, es la obra a continuar.

La principal tarea de toda sociedad humana, la que permite la subsistencia y la reproducción y continuidad de la especie, es la relacionada con la producción de bienes y servicios.

Los cubanos creemos, como afirmó José Martí, que la política es el arte de hacer felices a los pueblos y que ser bueno es el único modo de ser dichoso, a sabiendas de que, en lo común de los seres humanos, se necesita ser próspero para ser bueno. Es por ello que nos proponemos la meta de lograr un socialismo próspero que, para su existencia, necesita ser sostenible, o sea, basarse en sus propias fuerzas, en su relación con el resto de las naciones. No hay prosperidad válida sino la que se gana con el esfuerzo propio, con trabajo, inteligencia y honradez.   

Y para lograrlo, como pedía Martín Fierro, los hermanos han de estar unidos.


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