Los museos, la gestión del patrimonio y que siga la fiesta


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Dieciocho de mayo Día Internacional de los Museos, institución cultural-educativa que tiene el encargo social de la salvaguardia del patrimonio y mucho más...

Hace un mes se conmemoró el Día Internacional de los Monumentos, cuya atención es también responsabilidad de los museos. En Cuba, fundamentalmente, a través de los museos municipales, es decir comunitarios.

El Día Internacional de los Museos fue acordado en la XII Asamblea General del Consejo Internacional de Museos (ICOM, por sus siglas en inglés), donde se aprobó 18 de mayo como Día Internacional de los Museos, en reconocimiento y estímulo a la conservación de patrimonio cultural y natural en el mundo. Merecido reconocimiento a la labor anónima de estos humildes, pero verdaderos adalides de la defensa y promoción de la impronta de los mejores valores de la obra humana y de la otra naturaleza, se quiso decir el resto de la naturaleza.

No obstante, la atención, o mejor, la gestión del patrimonio debe ser vista como un gran sistema, con múltiples subsistemas de complejas interacciones entre sus innumerables componentes.

Objetos, sitios o monumentos por una parte, y comunidad y museos por las otras, son tres componentes esenciales que conforman una triada imprescindible para una buena gestión.

Sin la existencia del elemento patrimonial, de una población que lo admire, se identifique y lo proteja y una entidad, fundamentalmente los museos, que se ocupe de la organización, la gestión del patrimonio sería cuando menos incompleta, poco eficiente y poco eficaz.

Entonces, ¿en qué consiste esa gestión?

Dígase diseñar, organizar, planificar, interpretar, investigar, ejecutar, evaluar, etc., y rediseñar, reorganizar, replanificar, reejecutar, reevaluar..., y así, siempre inconforme, siempre intentando perfeccionar los resultados como estilo de trabajo. Es crear un sistema integral de acciones donde participe la referida triada.

La participación tiene que ser real si se pretende alcanzar los mejores resultados posibles. La comunidad es decisiva en su doble carácter protagónico: como poseedora del patrimonio que  identifica y da pertenencia, y también por su interacción biofísica que demanda preocupación y ocupación por su salvaguardia.

Pero, también la comunidad debe obtener beneficios de diferente índoles, entre ellos el económico, lo cual sin dudas estimula una mejor conservación de lo patrimonial por la propia comunidad, considerar al patrimonio como fuente de ingreso provoca cuidarlo.

Al museo comunitario, allí donde exista, le corresponde la conducción del proceso de gestión patrimonial. Hay que tomar en cuenta cada contexto desde un enfoque sistémico y holístico, integrando instituciones, organismos, organizaciones, grupos sociales y etarios, en fin todos los actores posibles existentes en el territorio. Buscar fortalezas y oportunidades, así como debilidades y riesgos forma parte de la gestión.

Es en los museos donde más conocimiento se atesora sobre el patrimonio cultural, aunque menos sobre el natural, ya que en ocasiones, sobre todo en las áreas con grandes espacio urbano se subestima la naturaleza no humana. La formación cultural alcanzada tiende a privilegiar lo histórico y sobre todo lo artístico. Herencia cultural errada, ya que se reduce la importancia patrimonial fundamentalmente a la esfera de las Bellas Artes.

Aún así, como generalidad los mayores saberes sobre el patrimonio material y espiritual se encuentran en los centros de documentación de los museos y en el intelecto de sus museólogos, que por vocación y misión son investigadores y educadores, poco reconocidos como tales por la sociedad, moral y materialmente, a pesar de que su labor es estratégica. Donde no haya un museo comunitario debe crearse y donde exista fortalecerlos. Nunca deberán ser cerrados, aún cuando la falta de visión de las autoridades correspondientes, léase, tomadores de decisión no vean, o subestimen la importancia ideológica de estos centros de cultura y educación, y no apoyen a estas instituciones formadoras de identidad y de conciencia patriótica.

Cerrar un museo es como quemar la biblioteca de Alejandría, es un crimen de lesa patrimonialidad. ¿Cómo la sociedad, que se forma de la supraintegración de sus comunidad, que se eleva a ser social, cuidará de sus raíces, de su historia? ¿quién atenderá al patrimonio, quién lo promoverá, educará a través de él, lo investigará? ¿cómo, quiénes fortalecerán la identidad, cómo crear conciencia, cómo discurrir por ese campo del pensamiento?

Parecería entonces que estas instituciones son imprescindibles para países que tengan como finalidad lo autóctono, los mejores valores de la obra humana, que no tienen que ser obras de artes, no es necesario que estén a la altura artística de Carlos Enríquez, Portocarrero, Lam, Gelabert, Rita Longa, o Monet, Manet, Picaso, Dali, Goya o  Velázquez.

Los mayores valores culturales para el pueblo están en ese patrimonio cotidiano, local,  ellos influye más en la salvación de la patria que las colecciones más valiosas en términos monetarios, pero mucho más escasa cantidad y de menos sentido de pertenencia que una danza tradicional local, o un paisaje natural asociado a la religiosidad de la comunidad, o en ese patrimonio vivo cultivador de la artesanía, por solo mencionar unos poquísimos ejemplos del casi infinito universo de este patrimonio menos sensacional.

Darle a los museos comunitarios el lugar que merecen en su responsabilidad y aporte a lo  histórico-lógico de la cultura es un “clase” pendiente que la sociedad les debe. Si no se sabe de dónde venimos, no podemos entender lo que somos o debiéramos ser.

José Martí expresó: “Ya las Exposiciones no son lugares de paseo. Son avisos: son lecciones enormes y silenciosas: son escuelas. Pueblo que nada ve en ellas que aprender, no lleva camino de pueblos”.


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