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Luis Caissés Sánchez: La mejor de las confabulaciones


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Luis Caissés Sánchez

En cada ser humano puede haber un niño. En cada uno de nosotros, por difícil que parezca, se guarda mucho del que un día fuimos, aquel que se desdibuja en la memoria y a veces sale a volar –libre y feliz– en las noches de luna llena y enamorados gatos maulladores. Quien guarda consigo el misterio de la creación, alberga en su alma un gran tesoro y poco importa que alrededor el mundo sea hostil o ríspido, que la gente te piense pobre o enajenado, que parezcas eso mismo, un niño grande, perdido en el tiempo mismo de tus pasos, un niño que escapa de la vida y se refugia en los sueños. Esa impresión me, a veces, da Luis Caissés Sánchez (1), la de un niño grande que, tras los cristales de sus espejuelos, resulta incapaz de ver algo a un paso más allá. Sin embargo, quienes alguna vez nos perdimos en el encanto irrepetible de sus páginas sabemos bien, que ese es un disfraz exterior que él usa para despistar, pues en realidad este niño que va como perdido es un grande y poderoso mago de la palabra a cuyo hechizo sucumbimos todos: mayores y pequeños. Para conocer mejor a este niño, vamos a hacerle algunas preguntas…

¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niños?


Debe ser pianísimo, como si la música fuera obra del piano y no de las manos que pulsan las teclas. Las historias para niños donde el autor mete a cada rato la cuchareta huelen a adultos disfrazados de ovejas. ¡Y los niños tienen un olfato para las trampas…!

¿Eres tú parecido a algún personaje de tu obra?

Yo no creo que la personalidad del autor vive entrometiéndose en las historias que cuenta porque entonces no alcanzaría uno a escribir más que dos historietitas repetidas. Ahora, si te refieres a las mil y un personalidades que posee el escritor, entonces no me atrevería a negar nada. Puedo ponerte un ejemplo sencillísimo: el pintorcillo, mi personaje más reconocido, es más ingenioso y pícaro que yo; no se parece en nada al niño que fui.

¿Cómo concibes idealmente a un autor para niños?

Como un gran mentiroso al que no se le puede ver la menor costura; alguien que para conseguir esto último tiene que cumplir cuando menos estas tres leyes: tener qué contar, saber contarlo y hacerlo creíble.

¿Reconoces alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?


Martí. Para mí La Edad de Oro es el libro para niños más importante de la lengua española. De niño leí casi todos los cuentos de Andersen y de los Grimm. Cada tarde, a su regreso del trabajo, mi padre me traía uno o dos cuadernillos piratas de a centavo, y un cartuchito de dulces para matarme las dos hambres onelianas (¡él, que sólo alcanzó el cuarto grado!). Yo lloré con Genoveva de Brabante. Yo llegué a creer que en algún lugar del mundo se encontraba la mesa aquella en la que dando tres golpes de nudillos aparecerían las más apetitosas golosinas (más de una vez aporreé la de mi casa, por si acaso la tenía más cerca de lo que pensaba). Esos cuentos le proporcionaron alas a mi imaginación. A esas alas, Martí le daría luego un corazón.

¿Cómo insertas tu obra en el panorama actual de la LIJ cubana?

Toda la literatura para niños, yo la dividiría en dos: la que expone el mundo como es y la que lo muestra como debería ser. En esta última corriente yo situaría la mía, aunque parezca de evasión; que no lo es: es de salvación.


¿Qué atributos morales piensas que debe portar consigo un buen libro infantil?

El triunfo de la justicia. Cada personaje es dueño de sus actos y por ellos será recompensado o castigado al final de la historia, aunque intervengan las más poderosas fuerzas divinas; unas fuerzas que podrán colaborar a lo uno y a lo otro, pero que nunca decidirán sobre la suerte del personaje.

¿Podrás opinar sobre la relación autor-editor?

Hasta ahora he logrado evadirme de esta relación; bastante enojosa, según he oído decir. Para mí, las dos virtudes mayores que debe poseer un editor son: ser un avezado cazador de buenos textos y un experto conocedor del habla y no del idioma o la Gramática. Me “jeringan” los editores caza-gazapos, esos que son simples correctores de estilo y pretenden convertir el texto vivo, que es el original, en una versión de letras muertas de los diccionarios o los dictámenes de la Academia.

Si debieras salvar diez libros de un naufragio, ¿cuáles escogerías? ¿Alguno escrito por ti?

Dudo que alguna vez sea protagonista de un naufragio: ¡Del mar no me gustan… ni los pescados!

Has cultivado indistintamente narrativa y poesía. ¿En cuál género te sientes más cómodo?

Manejo ambos géneros no por comodidad, sino por necesidad. Hay asuntos que se prestan para la poesía y otros que sólo alcanzan su mayor realización mediante la narrativa, aunque a veces uno se imponga retos en ambos bandos.

¿Escribes para divertir, para enseñar o para hacer pensar?

Soy enemigo del divertimento por el divertimento. Creo que la mejor de las confabulaciones es la de instruir, enseñar o aprender a pensar de modo divertido porque lo que te produce alborozo no se olvida. Pero no todo se presta a la diversión, pues ya sabemos que la vida no es un tango y, entonces, puesto en la encrucijada de tener que sentar cátedra no hay otra opción que la de convencer conmoviendo; cualidad que Vallejo exigía a la poesía.

¿Qué es lo más importante para ti en la vida?

La autenticidad. Yo soy el mismo en mi casa, en la calle, en mi trabajo y en mi obra. Yo no entiendo de trinidades: un hombre que tiene muchas caras en el bolsillo es siempre un hombre peligroso.

¿Qué es lo que no puedes soportar?

La vanidad de que alguien se crea superior o mejor que otro porque ha llegado más lejos o más alto; el que ha llegado más alto está expuesto a la furia del rayo, el que ha llegado más lejos está más cerca de quedarse sin meta. Estad alertas: por encima del hombre y por debajo de Dios sólo está el trabajo.

 

 

Nota:

 

(1) (Holguín, 1951). Algunas obras: El pintorcillo, Cuentos nuevos que parecen antiguos, Cantos de caminos, Cuentos como flores y cantos para raíces, De cómo nacen los chiviríes, El violinista de las siete de la tarde, Antilo y Darié.

 

 


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