Mandato martiano: ¡Por la unidad nacional, contra el racismo y la anexión!


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A principios del siglo XIX ocurre un movimiento renovador de la enseñanza de la filosofía en la Isla iniciado por el padre José Agustín Caballero y continuado por el presbítero, Félix Varela, quien desde su cátedra desarrolló una transformación de la enseñanza de la Filosofía y el debate conceptual, condenó la memorización por enemiga de las Ciencias con vista a promoverlas desde una raíz cubana, “proyectó su visión sobre la necesidad de liberar el pensamiento en un debate público que logró conmocionar el medio intelectual de todo el país”

Así se va forjando el pensamiento cubano, el que años después más radicalizado se transforma en independentista a partir de la figura del Padre de la Patria Carlos Manuel de Céspedes y la promulgación de nuestra primera Carta Magna en Guáimaro, el 10 de abril de 1869, en plena contienda contra el ocupante hispano.

 Asamblea de Guáimaro.

“(…) La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana, --la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios”. (1)

Así alude José Martí a la Cámara de Representantes, cuerpo legislativo formado por los patriotas cubanos al crear la República en Armas el 10 de abril de 1869, en el poblado de Guáimaro. La Constitución allí aprobada daba amplias facultades a la Cámara, incluida la deposición del Presidente y para muchos esas atribuciones contribuyeron decisivamente a las ulteriores divisiones entre los patriotas y el cese de la Guerra de los Diez Años, sin abandonar la independencia ni la abolición de la esclavitud.

Al respecto, entre las más importantes valoraciones realizadas sobre este tema, destaca la de dos connotados académicos e historiadores cubanos Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola Vega, en el volumen Historia de Cuba 1492-1898) Formación y Liberación de la Nación (2), quienes plantean:

“(…) A la reunión en el pueblo camagüeyano de Guáimaro asistieron como delegados cuatro representantes por los orientales, encabezados por Céspedes; cinco por los camagüeyanos, entre ellos Cisneros y Agramonte, y seis por los villareños animados por Miguel Jerónimo Gutiérrez. La necesidad de establecer la unidad dentro de la revolución se sobrepuso a las diferentes concepciones sostenidas hasta ese momento; el criterio cespedista de un mando único donde las funciones civiles y militares fuesen asumidas por la misma persona, y el criterio camagüeyano, partidario de separar ambos poderes, con una división interna dentro del mando civil”.

En su gran mayoría, los delegados pertenecían al sector terrateniente radical y patriótico. En dicha Asamblea los criterios de los camagüeyanos y villareños (Agramonte y Zambrana)–en número mayoritario como asistentes--, prevalecieron ante la figura del líder oriental (Céspedes), quien no opuso resistencia a los planteamientos emitidos. Cada uno de los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, tendría sus funciones propias. El Legislativo, constituido por una Cámara de Representantes, tenía entre sus funciones la de nombrar y deponer al presidente y demás empleados. El aparato militar quedaba separado del civil y centrado en un general en jefe, que sería nombrado también por la Cámara, y que rendiría cuentas al presidente de la república.

Así las cosas y, con el transcurrir del tiempo, resulta lógica la complejidad e inoperatividad del aparato de gobierno creado en esa oportunidad. A tal punto, que el presidente vería limitada sus funciones por la fiscalización constante de la Cámara, mientras que los militares tenían “un grado de subordinación doble, puesto que, rindiendo cuentas su jefe al presidente, éste sería sin embargo, nombrado por la Cámara, quien definitivamente determinaba la aprobación de cualquier cuestión”. Subordinación que resultó nefasta para el proceso revolucionario y, en definitiva, para el decursar de la contienda armada.  

Cargos asumidos: Carlos Manuel de Céspedes, Presidente de la República en Armas, mientras que los cargos fundamentales de la Cámara pasaban a manos de camagüeyanos y villareños; Salvador Cisneros Betancourt, presidente del órgano legislativo y Miguel Jerónimo Gutiérrez, su vicepresidente; Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana, fueron nombrados secretarios, aunque el primero renunció al poco tiempo para incorporarse al ejército. En las Secretarías de Guerra, Hacienda, Exterior e Interior, se ubicaron a Francisco Vicente Aguilera (propuesto por Céspedes, Eligio Izaguirre, Cristóbal Mendoza y Eduardo Agramonte, respectivamente. Manuel de Quesada, pasó a ser de jefe militar de Camaguey a desempeñar el cargo de General en Jefe. 

De Guáimaro salió vencida la concepción cespedistadel mando único, con la centralización de las funciones civiles y militares en una misma persona. La autonomía del aparato militar era una necesidad perentoria, el ejército debía tener su estructura separada de la dirección civil, dadas las necesidades de una revolución social liberadora.

La contienda de los Diez Años dejó múltiples experiencias para el desarrollo futuro del proceso independentista, en especial a los nuevos líderes que ya iban surgiendo, entre ellos, José Martí.

Cien Años de Lucha

El Líder de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz,  en el discurso conmemorativo por el Centenario del Inicio de la Guerra de los Diez Años (10/X/1968), expresó: “(…) Aquella década dio hombres extraordinarios, increíblemente meritorios, comenzando por Céspedes continuando por Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto Garcia, infinidad de figuras (…) Esos hombres contribuyeron a la formación político-ideológica de nuestro pueblo y de sus mejores tradiciones patrióticas, entre ellas, el ideal independentista, el patriotismo, la necesidad de unidad, la posibilidad de iniciar la lucha armada, el papel de la mujer en la lucha, la intransigencia revolucionaria, la práctica del internacionalismo y la solidaridad, el heroísmo, el desinterés, el espíritu de sacrificio”. 

El Partido Revolucionario Cubano (PRC): Por la unidad nacional patriótica y contra el racismo.

La contienda independentista de 1895 con la figura de José Martí, como organizador absoluto, y la participación de los reconocidos generales de las Guerras de los Diez Años y Chiquita, Antonio Maceo y Máximo Gómez, entre otros, tuvo como aparato organizativo la formación del Partido Revolucionario Cubano (PRC).

A manera de recordatorio y con motivo del Aniversario 129 de la Constitución del PRC, incluyo en este trabajo una intervención realizada en la sede del Centro de Estudios Martianos (CEM) por el historiador doctor Ibrahim Hidalgo Paz, jefe del Equipo de Investigaciones Históricas de dicha institución.

“La unidad nacional patriótica, tanto en Cuba como en las emigraciones, constituyó el fundamento esencial del quehacer revolucionario martiano sin la cual era imposible la organización efectiva de las fuerzas dispuestas a luchar por la libertad y, con mayor trascendencia, la fundación de la república democrática como proyecto fundamental, motivación y guía de quienes se decidieron a poner término al poder colonial mediante el enfrentamiento armado”.

En su conferencia El antirracismo, en la estrategia de la guerra contra España, el también Investigador Titular hizo referencia también a que “eran varios los elementos cuya dispersión y enfrentamiento podían hacer fracasar cualquier propósito insurreccional”, a esto había que agregar las diferencias y pugnas de las oligarquías económicas de las regiones occidental y oriental, “y las diferencias entre los llamados blancos y negros”.

Explicó que, en etapas previas a la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC), los independentistas se enfrentaban a fuerzas centrífugas que hacían difíciles los propósitos unionistas. Entre ellas se hallaban los representantes del gobierno español en la Isla, al igual que el Partido Autonomista (uno de sus colaboradores), “que si bien en etapas iniciales contribuyó a desarrollar la cultura nacional e identidad, en la última década del siglo XIX había devenido en servidor del Gobierno hispano al propagar ilusorias mejorías dentro de la dependencia colonial y a enfrentar toda conspiración armada”.

Subrayó que, al mismo tiempo, en las filas patrióticas también se manifestaban corrientes diversas que no comprendían la unidad. Una de ellas se oponía a las gestiones encabezadas por Martí en su propósito de organizar una nueva guerra con el argumento de que el destacado patriota carecía de experiencia militar, y que había dado muestras de desconfianza hacia los jefes de la pasada guerra, “para lo cual alegaban su separación del proyecto insurreccional encabezado por Gómez y Maceo en 1884, además de plantear que Martí era un desconocido dentro de Cuba. Como sabemos, todo esto eran falacias”.

El Miembro de la Academia de la Historia de Cuba y del CEM, reveló que igualmente resultaban corrosivas las divisiones promovidas entre las personas por la pigmentación de la piel las que convencionalmente se denominan negros y blancos. 

“El racismo, política sustentada por el Gobierno español, dijo, se manifestaba dentro del país de diversas formas, legales o no y promovía los prejuicios y arbitrariedades discriminatorias contra las calificadas gentes de color, aberraciones que no procedían tan sólo de las autoridades coloniales, pues en diversos sectores del pueblo habían calado prevenciones contra los negros y mulatos, tanto en la Isla como en las migraciones; sin excluir a los sectores patrióticos revolucionarios. Era el efecto multiplicados de 400 años de propaganda divisionista en un pueblo que solo vio morir a la esclavitud (legalmente), en 1886”.

El doctor Hidalgo Paz resaltó la estrategia unitaria de Martí desde las primeras experiencias conspirativas entre 1879 y 1880, luego de constatar las debilidades que acarreaba la división interna hasta hacerlas permeables al espionaje y la traición, así como a los efectos de la propaganda divisionista.

“El gobierno colonial promovía su política racista encubierta en promesas de privilegios y ascenso social  por todos los medios a su alcance, y para un reducido grupo de los negros y mulatos que, ambiciosos o acomodados, eran confundidos por los halagos de las autoridades”, rememoró el Historiador para agregar que “como expresara don Fernando Ortiz: Martí y otros enseguida procuraron atajar esa política”. Entre ellos citó a Juan Gualberto Gómez, quien conspiraba (1879-1880), en la preparación de la nueva contienda bélica, la llamada Guerra Chiquita, cuya preparación encabezaba el General Calixto García Íñiguez. 

Recordó a continuación que: “Como director de La Fraternidad, el periodista Juan Gualberto Gómez había conocido muy directamente las maquinaciones del capitán general para convertir a los órganos divulgativos a cargo de negros y mulatos, en servidores de sus campañas. Revelar las maquinaciones del régimen le valió a Martí la deportación a España, y a Gómez ser sometido a mayor vigilancia hasta ser víctima de una delación y condenado a prisión”.

El connotado Investigador del CEM enfatizó,asimismo, que en 1890 la situación había variado considerablemente y la experiencia acumulada por los patriotas les permitía enfrentar las maniobras enemigas con mayores probabilidades de éxitos. Ese año regresó a Cuba Juan Gualberto Gómez, conocido por sus actividades patrióticas a favor de la independencia y en defensa de los derechos de negros y mulatos, lo que determinó que la Junta Directiva Central de Sociedades de la Raza de Color de Cuba, fundada en dos de junio de 1887 –pocos meses después de la abolición legal de la esclavitud--, se reuniera con el joven periodista negro para coordinar la reunión de fondos para pagar la fianza a quien se encontraba por un incidente de menor trascendencia, lo que sirvió para demostrar el reconocimiento de diversas sociedades adscriptas al directorio”.

En agosto de 1891, Juan Gualberto es elegido por El Directorio –el que logró movilizar las conciencias sociales y la combatividad--, su presidente titular. De todo el país nuevas sociedades se adhirieron a El Directorio, saliendo robustecido y dispuesto a defender juntos, hombres y mujeres, cualquier tipo de pigmentación.

Así llega a tener vínculo directo con las más de 35 sociedades de negros y mulatos de todo el país, cuyo número crecería en poco tiempo, y le permitiría además llevar a cabo una efectiva labor de lucha por los derechos civiles, por la igualdad social, política y cultural.

Todos estos objetivos eran coincidentes con los del Apóstol, quien desde Nueva York abogaba por la unidad entre blancos y negros en la consecución de la independencia, como argumentó en decenas de textos y demostró en su actuación cotidiana.

“Vencer esta situación era una necesidad para el proyecto martiano, pues sin la unidad de todas las fuerzas sociales era imposible organizar suficientemente la revolución, por lo que el antirracismo formó parte de la estrategia organizativa de la Guerra Necesaria. Para llevarla a cabo contó con hombres y mujeres valiosos de las emigraciones y en Cuba”.

La guerra, como bien explicó en muchísimas ocasionesnuestro Héroe Nacional, “no la va a dirigir el Partido Revolucionario Cubano (PRC), no se va a dirigir desde Nueva York, se va a dirigir y decidir en Cuba, donde se está combatiendo”. Es por ello que nuestra Historia tenemos no sólo que leerla y estudiarla, sino también profundizar en ella. Profundicemos en sus misivas a Benjamín Guerra, a Gonzalo de Quesada, a los que confeccionaban el periódico Patria, a los distintos jefes militares, sobre temas relacionados con la formación de un nuevo gobierno. Hoy, de seguro, Martí estaría a la cabeza de todos los cambios emanados por nuestro proceso revolucionario, estaría al lado de sus jóvenes líderes nutriéndolos –al igual que Fidel y la Generación del Centenario--, de sus extraordinarios experiencias como político, escritor y revolucionario; estaría junto al de nuestros jóvenes valores y, en lo fundamental y más importante, en el combate ético-moral. Combate en el que tiene que estar cada vez más involucrado nuestro pueblo y país por los nuevos desafíos que trae consigo, entre ellos, el del mercenarismo-anexionista, el que siempre apelará a la corrupción y, por tanto, hay que estar preparados para frenarle el paso. 

 Curiosa anécdota relatada en el CEM por el  doctor Pedro Pablo Rodríguez, periodista e investigador al frente de la Edición Crítica de las Obras Completas del Apóstol: 

"El capitán del Ejército Libertador Mariano Corona, presente en Arroyo Hondo cuando Martí le habló a la tropa de José Maceo, relató en una oportunidad sobre el gran nivel de comunicación y convencimiento que lograba Martí como tribuno ante un auditorio conformado en su mayoría por soldados campesinos mambises. Hubo un momento en que el oficial se preguntó cómo aquellos campesinos mambises podían comprender sus palabras. Al dirigirse a un soldado mambí que aplaudía frenéticamente la intervención del Delegado y preguntarle, éste le respondió: “Me gustó lo que dijo El Delegado, pues él dijo lo que yo quisiera decir”.

(1) José Martí. O.C. Carta a Manuel Mercado o Testamento Político. Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895.

(2) Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola Vega, en el volumen Historia de Cuba 1492-1898) Formación y Liberación de la Nación. Historia de Cuba. Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 2001.


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