Marcelo Pogolotti, la mirada del pintor


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Marcelo Pogolotti, Paisaje Cubano. 1933

En todo artista habita también el crítico. Interviene a la manera de una mirada segunda, orientada hacia la selección y descarte indispensables en cualquier proceso de creación.

No son frecuentes, sin embargo, las elaboraciones teóricas expresas en un cuerpo de ideas sistematizado, aunque en apuntes de diario y en correspondencias -entre tantos otros, los célebres de Paul Klee y de Vincent Van Gogh- aparezcan, dispersos, los elementos de un ideario artístico.

Para Marcelo Pogolotti, la búsqueda en el terreno de la teoría y de la crítica respondió, a la vez, a una vocación y a una necesidad.

Atraído siempre por la pintura, fue también desde sus años juveniles un devorador de libros de toda índole. La preferencia por la literatura, sobre todo por la contemporánea, se unía a la exigencia de entender las coordenadas fundamentales de su tiempo.

De ahí la curiosidad insaciable que lo condujo a acercarse a la filosofía, a las ciencias y al pensamiento social e histórico. Sus estudios de ingeniería lo prepararon para adentrarse en las concepciones más avanzadas de la física y la matemática, y aprovechó su estancia parisina no solo para ponerse al día en materia de arte, sino también para asistir con asiduidad a cursos en La Sorbona y para participar en debates acerca del marxismo. Interrumpida su obra de pintor por la ceguera, disponía de las herramientas necesarias para adueñarse de otro oficio.

Antes de perder la vista había publicado, a solicitud de Louis Aragon, algunas reseñas en la revista Commune. Pero el verdadero aprendizaje se produjo a través de la preparación de La pintura de dos siglos, libro que reúne un conjunto de conferencias dictadas en la Universidad de La Habana, a su regreso a Cuba.

En ese estudio comparativo entre la plástica española y la francesa del siglo XVIII desarrolla un planteamiento de orden metodológico dirigido a conjugar la perspectiva social y el lenguaje específico del arte. En esa etapa, las contradicciones sociales encuentran vía de expresión en el pensamiento religioso.

En España, la influencia de la Compañía de Jesús se vuelve preponderante. Se le subordina el arte, convertido en medio de propaganda, oscilante entre el almibaramiento y el acentuado dramatismo, entre el brazo acogedor de la Iglesia y el memento mori amenazante.

Vencido al cabo por los jesuitas, el jansenismo en Francia benefició la extraordinaria imantación intelectual de Port-Royal y sedujo a personalidades tan significativas como Pascal y Racine. Su austero rigorismo alcanzó la pintura, lo que se manifiesta en el contrapunteo entre Pousin y Lorrain y, sobre todo, en los retratos de La Tour. Lejos de responder a un determinismo mecanicista, el vínculo entre arte y sociedad se establece para Pogolotti a través del rejuego entre las ideas dominantes, en una dialéctica que anuncia su obsesión recurrente por la búsqueda de los vasos comunicantes entre época y conciencia.

Distintas tareas de servicio, asumidas a partir de su regreso a Cuba, tales como la elaboración de programas de difusión para la radio, lo condujeron a profundizar en el análisis de la historia del arte. El método elaborado desde La pintura de dos siglos no varió en lo esencial, aunque siguió planteándose interrogantes en lo referente a la formulación de nuevos códigos, al socaire de sucesivas influencias epocales. Su propia experiencia de artista se convertía en materia de estudio mediante un proceso de lúcida introspección.

Con Los apuntes de Juan Pinto aborda un género literario donde ensayo y ficción se entremezclan. El protagonista ficticio comienza por plantearse el modo de captar la realidad, todavía inexplorada, que lo rodea. En las calles de La Habana descubre los valores ocultos tras la pátina del abandono.

El entorno, los matices cromáticos de las paredes descorchadas, la violencia del color y de los tonos contrastantes, el bullicio de los barrios populares, se le imponen con una violencia casi paralizante.

Poco a poco, después de numerosos intentos fallidos, va encontrando las adecuadas soluciones pictóricas. Pero un personaje impertinente, su alter ego, su conciencia objetivada, le advierte el peligro del acomodamiento. Tiene que comenzar otra vez, ahora por vía de la depuración del lenguaje hasta llegar a la abstracción. Cuando ha terminado de recorrer el camino hasta la extrema depuración, las circunstancias le imponen otra dimensión de la realidad, la social, lo impelen a abandonar el terreno conquistado y partir, otra vez, desde cero.

La mirada vuelta hacia la historia respondía al propósito de encontrar puntos de articulación con una contemporaneidad -la del siglo XX- en la que los lenguajes artísticos habían verificado una ruptura radical respecto a una tradición ilusionista, reafirmada a partir del Renacimiento. Antes y ahora, las artes plásticas habían trascendido un mero propósito reproductor. Aunque hubieran sido utilizadas para ello, no cumplían tampoco una función decorativa. A través de distintos vasos comunicantes, se integraban a otras manifestaciones de la cultura en la búsqueda de un sentido a la existencia humana.

Pogolotti tuvo la oportunidad de vivir, desde su centro de expansión, el estallido de las vanguardias en el período de entreguerras, etapa signada por la percepción de la inminencia y la necesidad de los cambios en todos los planos de la vida. Junto a la transformación de las modas y de las costumbres, a la irrupción de la mujer en numerosos sectores de la vida laboral, a las revoluciones sociales, se precipitaba la transformación de los códigos artísticos y la ciencia alcanzaba un desarrollo sin precedentes.

Inmerso en las contradicciones de la época, Pogolotti se esforzó por asumir la doble perspectiva de observador y partícipe, de conjugar los datos tomados de la experiencia vital con el distanciamiento crítico. Por encima de la extrema fragmentación de tendencias resultantes de la explosión vanguardista, percibió dos directrices fundamentales nacidas desde finales del siglo XIX con el postimpresionismo. Una de ellas arrancaba con Cézanne y se orientaba hacia la búsqueda de una depuración de acento racionalista; la otra partía de Van Gogh y se abría a un propósito eminentemente liberador.

En esta tendencia cabían poéticas tan disímiles como las del expresionismo, el surrealismo y aun las de ciertas modalidades de la abstracción como el actiong painting. El establecimiento de esta peculiar genealogía implicaba mucho más que el intento por hallar las claves de un orden en el caos. Permitía salvar los problemas derivados de la tradicional dicotomía entre forma y contenido. Ambos se integraban en la particular dialéctica característica de todo proceso de creación.

En todo intento por conciliar la aventura y el orden se corrió el riesgo de la simplificación. Algo similar sucede al colocar linderos entre intuición y pensamiento analítico. En el proceso de creación intervienen ambas instancias. Parte esencial de la vida, la tarea intelectual genera sus propias formas de combate y contribuye al enriquecimiento humano con su carga vivencial específica.

Pintor y escritor, Pogolotti bordea, en una zona de su prosa ensayística, el tema de la contraposición entre intuición y análisis. Consciente de estar jugando con estereotipos, se desdobla entre Juan Pinto, intuitivo, acicateado por impulsos puramente sensoriales y el otro, hombre de la letra, movido por el interés de traducir en síntesis los datos dispersos encontrados a través de la vida.

Perdida la visión, vuelta la mirada hacia adentro, la memoria se convirtió en fuente de vivencias renovadas. El pintor recuerda con nitidez extrema las ciudades que había conocido y las obras observadas en museos y galerías. En un mismo espacio sin límites tangibles esas imágenes se entrecruzaban con los acontecimientos de la época.

Había llegado la hora de transformar la experiencia en conocimiento, en brújula para sí y para otros. Esa doble necesidad lo indujo a abordar un ejercicio crítico a través de los medios de difusión fundamentales por aquel entonces, la prensa y la radio; a establecer coordenadas, a entender la contemporaneidad y colocar en su justo sitio a sus coetáneos, los artistas cubanos con los que había compartido en la lucha a favor de la vanguardia.

La mirada del pintor le permitía descifrar las múltiples tonalidades de los grises de Braque y la afirmación vitalista en los planos brillantes de Matisse. Con sus artículos y ensayos escritos a lo largo de más de treinta años contribuyó a desentrañar el sentido último de las corrientes dominantes en el siglo XX y ofreció, a la vez, el lívido testimonio de un participante intensamente comprometido, en Cuba y en Europa, en los más radicales empeños de renovación.


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