proceso de reajuste profesional y personal no todo fueron sombras y momentos grises. Para muchos de los que fueron desplazados se abrió un nuevo horizonte profesional que tuvo su epicentro fundamentalmente en la zona vieja de la ciudad de La Habana, y un proceso similar ocurrirá en las capitales provinciales donde existe un área patrimonial: los pequeños formatos –tríos, cuartetos, sextetos y septetos—en función de una naciente y siempre ávida de emociones industria turística.
La música de compositores casi olvidados como Rodríguez Fiffe (La negra Tomasa), Miguel Matamoros y otros era coreada una y otra vez en estos espacios; y de las que se fueron haciendo imprescindibles en estos repertorios se coló el Chan chan de compay Segundo tras el éxito del proyecto Buenavista Social Club. Por su parte en Santiago de Cuba se imponía –una vez más—la fuerte tradición sonera desde la Casa de la Trova y otros espacios y proyectos como la Estudiantina Invasora o la Familia Varela-Miranda eran la fuente de inspiración a futuros proyectos arropados en el formato de Septetos como fueron los casos del Santiaguero, el Turquino, el Ecos del Tivolí o Siboney; por solo citar los más relevantes.
Y aunque muchos lo nieguen, esos músicos definieron “otra primera línea” de la que nadie habla y que al parecer no se quiere recoger en las historias que hoy se cuentan de la música cubana de los años noventa.
Aún así, la discografía de esos años tuvo la visión de hacerle un guiño a este momento.
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