Martí, desde el misterio artístico…


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A 125 años de su caída en combate

Desde que nuestro Apóstol José Martí surge en pintura y nos dice algo, vamos aprendiendo a conocerle. Eso curre temprano, todavía siendo niños, y no solo por esa caricatura  –amplia frente y rostro de triángulo– sino también por el serio retrato, las ilustraciones anecdóticas y ciertas alegorías aparecidas en revistas, murales, textos y rincones conmemorativos, originadas por gustos y habilidades muy diversas.

Hoy, 19 de mayo, a 125 años de su caída en combate, regresa a nosotros su imagen multiplicada en un pueblo que lucha contra una terrible pandemia que afecta al mundo, esa que nos acompaña siempre a cada paso en esta Isla heroica en todo momento, arte mediante.

Cada generación ha dejado, en sus imágenes martianas, el signo del estadío filosófico correspondiente, sus propias mitologías, mostrándonos, al mismo tiempo, la significación histórica en ese entonces asignada a los héroes nacionales.

Puede de hecho hallarse a José Martí en la obra del artista más osado y moderno, como también en la del conservador. Fueron y son muchos los que lo han tomado de modelo, dándolo a su manera o con la semblanza tradicional, ya “estandarizada”, alimentando cierta función que podría resultar desde iconográfica hasta expresiva. La primera es atribuible a infinidad de retratos académicos o neo académicos, de busto y de cuerpo entero, inclinados a mostrarlos coronado por efluvios celestiales, asceta y mesiánico; la segunda expresa los giros personales de varios pintores cubanos y extranjeros, capaces de cuajarlo de emoción y carga estética, dándole lugar, como pieza, en la genuina historia del arte.

Unos intentaron llevarlo al lienzo con la mayor exactitud posible, valiéndose de fotografías y convenciones, con métodos surgidos a tenor de la asimilación mecánica del realismo y del impresionismo llegados a Cuba con retraso. Entre estos se cuentan las realizaciones de Armando A. Menocal, Juan Emilio Hernández Giró y Rodríguez Pichardo. Otros, como Esteban Valderrama, fecundaron el crecimiento de un estereotipo que pronto se convirtió en deficiente estampa publicitaria, como las aparecidas en portadas de revistas. Pero, fue Herman Norman –pintor sueco del siglo XIX– el único que pudo copiarlo del natural, durante la estancia de ambos en Estados Unidos.

Para los “modernos”, la realidad estética y humana de Martí, en pintura, no puede definirse por la apariencia visible/fotográfica, sino por la equivalencia a sus caracteres vitales, y, sobre todo, por la sinceridad puesta en la obra del creador. Tienen, eso sí, una condición: no es posible recrear la presencia de un hombre sin sentirla antes. No hay dudas de que estas ideas antes expuestas, preceden los derroteros seguidos por Eduardo Abela –con su amplio rostro de matices/empastes–, Jorge Arche –quien lo presenta, primero, de traje y académico, y después, con guayabera en un estilo libre–. Romero Arciaga –queriendo criollizarlo en un mural a la manera de Víctor Manuel–, y Carlos Enríquez –también dos veces: dibujado con ancha frente y de perfil, o cayendo del caballo, guerrero, entre sutiles y ágiles transparencias del pigmento–. Diego Rivera lo coloca detrás de sí mismo, cuando era un niño, a la izquierda, junto a su esposa Frida Kahlo, en un detalle del mural del Prado…

El símbolo más alto de cubanía

En los últimos tiempos, y después del triunfo revolucionario de 1959, los pintores de todas las generaciones presentes, han acentuado, con más vigor, la irrupción de ese rostro suyo en la temática seleccionada. Pero lograr construir algo que no sea copia de lo anterior no es fácil si no se piensa y crea con los impulsos propiciados al arte por la constante experimentación.

Aquel hombre que estudió en la Academia de San Alejandro unos meses, y solía extasiarse ante las obras clásicas y contemporáneas en los museos; quien nos legó auto caricaturas y aprovechaba los viajes para bocetar la figura de ciertas personas acompañantes, aquel que, a la par que preparaba su obra revolucionaria mayor visitaba talleres de artistas o reproducía los paisajes pintados en la escuela de Juanita Borrero, aparece ahora en la producción de pintores, grabadores, dibujantes y diseñadores cubanos.

Desde que nacemos, Martí representa para todos nosotros el símbolo más alto de la cubanía. Por eso resulta muy difícil para los creadores pretender mostrar una nueva imagen de los héroes, máxime si ese héroe es cubano, y está estrechamente unido al más puro sentimiento revolucionario. Durante las cinco últimas décadas, en la plástica cubana ha habido una ruptura en la manera de abordar la imagen del Maestro, siempre respetando la armonía y el ajuste entre contenido y forma. Raúl Martínez fue, quien en los finales de la década de los 60 se apartó de los cánones tradicionales que primaron su representación desde el siglo XIX. Y abrió el camino a nuevas propuestas y a la experimentación, con una imagen más cálida y hasta más cercana en el tiempo.

No importa si se le rodea de flora y fauna, si surge entre letras, en la madera, el acero…, si aparece entre brumas y pájaros como canto íntimo, o se le recrea como “monte entre los montes”, galopando por las montañas en busca de la batalla, al surgir de la mirada del pintor… Martí se convierte en arte, sin dejar de ser lo que representa para todos. De esos “misterios” artísticos en los que regresa Martí en el talento de nuestros creadores, que son al mismo tiempo símbolos, sueños y realidades de una alta personalidad cubana e internacional, de ideas y hechos en un hombre inmenso/nuestro, hablan las obras regalando otras aristas, arte mediante, del Maestro en este siglo XXI cubano.

Martí vive entre nosotros, nadie lo duda.


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