Mirta Plá…Una perla en las profundidades danzarias


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En esas profundidades misteriosas de la danza y el ballet, cual hermosa perla, ella brilló por derecho propio, con una luz singular que nos encendía los adentros en cada actuación. Por eso añadió su nombre a tantas y tantas obras. ¿Cómo olvidar su Lisette en La fille mal gardée, o la Swanilda en Coppelia, la Princesa Aurora en La bella durmiente del bosque, la Yocasta (Edipo), Terpsicore (Apolo) o su laureada interpretación de Cerrito en el Grand pas de quatre…?

Mirta Plá (La Habana, 1940-Barcelona, 2003), una de las cuatro joyas del ballet cubano, como la bautizara un día de 1967 el célebre crítico de ballet Arnold Haskell dejó de existir un día como hoy, 21 de septiembre, hace 17 años. La inmensa bailarina que siempre vivirá en el recuerdo de todos, y en muchas de las obras que tocó con su sensibilidad artística, como aquella joya lírica de Gustavo Herrera: Alfonsina, uno de los últimos ballets dentro de su repertorio, y que él creó especialmente para Mirta. “Leí mucho sobre ella, cómo fue su vida, su conflicto sentimental, su muerte y me sentí muy comunicada con Alfonsina”, dijo una vez la bailarina, profesora y maître. En ella dejó su impronta, vestida de una melancolía, casi suplicante, bañada del desamor irreparable que llevó a la poetisa argentina más allá de la locura. Pieza que bordó con su madera artística y personal para hacerla también suya. Y apareció en su camino luego de interpretar durante mucho tiempo la Consuelo de Tarde en la siesta, de Alberto Méndez. ¡Mirta parecía esculpir en danza el sentimiento que convoca el nombre mismo! Como todo lo que tocó, porque para ella era de vital importancia entregarse en cuerpo y alma. Eran dos personajes de gran profundidad, pero muy distintos.

Volviendo la mirada a los comienzos, Mirta Plá inició su carrera artística muy pequeña cuando comenzó a estudiar piano en el Conservatorio Municipal de La Habana, un poco motivada por la tradición musical de la familia. Pero no era lo suyo, pues, al acercarse, un día, a una clase de ballet en ese mismo centro comprendió que esa sería su vida. Así, en el año 1951 entra en la Academia de ballet Alicia Alonso, donde empieza a escribir la Historia en el firmamento de esta especialidad guiada por Fernando y Alicia Alonso. Allí tendría otros destacados maestros como León Fokin, Alexandra Fedorova, Charles Dickson…

Hasta que en 1953 tuvo lugar su debut profesional como alumna de la Academia, en el Vals de las flores del ballet Cascanueces, con el Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de Cuba, el 15 de marzo, en el teatro América. De aquel instante, recordaría la artista en una ocasión: “… lo recuerdo perfectamente, como si fuera hoy mismo. Aún yo no era profesional y como faltaban muchachas para el cuerpo de baile, se me dio la posibilidad de bailar en el Vals de las flores, de Cascanueces. Éramos seis bailarinas, yo estaba muy nerviosa porque en esa escena había dos momentos en los que debía bailar un brevísimo solo. Recuerdo muy bien que era una frase de 16 tiempos, una sencilla diagonal hacia adelante y hacia atrás. Yo estaba muy nerviosa, a pesar de que la practiqué muchísimo. Esa constituyó mi primera actuación importante con la compañía y también mi primer solo”.

A partir de ese momento la suerte estaría echada… Catorce años después de aquel primer instante en la escena, Arnold Haskell comentaría: …“Mirta Plá posee una serenidad tremenda, y la mayor gracia natural. Un movimiento se diluye en el próximo en continua armonía. Ese es el “bel canto” de la danza…”.

El bel canto de la danza

Mirta Plá fue una bailarina singular, de baile sereno, y una “sensualidad típica de la cubana en su forma de bailar, además de su hermosura y expresividad”, como la calificara un día el Maestro Fernando Alonso, algo que siempre la acompañó a lo largo de sus años en las tablas prestando su piel a personajes tan disímiles, variados, como la Princesa Aurora (La bella durmiente) –era como la encarnación de algo real, que llevaba dentro, por el físico, por el alma del personaje–, al igual que la Lisette (La fille mal gardée) donde vibraba la chica alegre, de amplia sonrisa siempre juvenil, con tintes de maldad picaresca adolescente. Algo que se acercaba también a la Swanilda de Coppelia, otro de los trabajos donde dejó grandes huellas… Y qué decir de Mlle. Cerrito, de El grand pas de quatre… Plena de vitalidad, astucia danzaría, belleza estilística se sumergía en ella, danzando el vals con un arte y técnica desbordante… No por azar, alcanzó en 1970, la Estrella de Oro (compartida junto con Loipa, Josefina y Aurora) del VIII Festival Internacional de Danza de los Campos Elíseos, en París, y un premio especial del jurado por su interpretación de Mlle. Cerrito, otro rol histórico de ella en el ballet cubano.

Hay algo que no puede obviarse en estos recuerdos, las otras joyas que siempre la acompañaron en escena y en la vida: Loipa, Josefina y Aurora. De ellas refirió una vez: “Siempre hemos sido compañeras, amigas, hermanas…Tenemos una compenetración sana entre nosotras, siempre hemos trabajado juntas, luchado por bailar bien, y contribuir a que todo salga en la compañía y en la escuela, como bailarinas y profesoras”. Mirta Plá fue en su carrera bailarina invitada en compañías de Hungría, Bulgaria y México, y con el Ballet Nacional de Cuba viajó por los cinco continentes recibiendo siempre el amor y las mejores críticas de público y prensa. Su labor pedagógica que la inició en la compañía cubana en el temprano 1957, y más tarde en la Escuela Nacional de Ballet (1962), paseó por diferentes países donde dejó su magisterio y su vasta experiencia: México, Perú, Bélgica, Italia y España donde pasó sus últimos 12 años de vida.

Recordemos hoy a Mirta, nombre cimero de la danza y la Escuela Cubana de Ballet, quien siempre, en todas sus conversaciones comentaba que su mayor aspiración era bailar. Por ello se propuso, y lo logró, ser una bailarina completa. Le entusiasmaban los estilos romántico y clásico, pero siempre estaba preparada a enfrentar retos y asumir personajes distintos a los que el auditorio estaba acostumbrado a verla interpretar. Tocaba el piano, a veces, y disfrutaba con las buenas pinturas. Después de Alicia, la bailarina que más admiró fue a Galina Ulánova…¡Cuánto más se podría decir de nuestra querida Mirta Plá!, y llenar cuartillas con su maestría, sus actuaciones, su alegría de vivir y bailar, y esa simpatía que atraía cual imán al público que tenía la dicha de verla vivir en las tablas. Mirta, como Alicia, Josefina, Fernando, Alberto… y todos los que regaron el camino de la danza en Cuba, en cualquiera de sus manifestaciones y estilos, vivirán eternamente en el firmamento cubano del Arte y la Cultura.


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