Música cubana hoy: lo que vendrá (2)


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Mas en este comienzo de los dos mil ya eran posibles otras aventuras sonoras y el pop salió beneficiado, solo que los pronósticos fallaron y en vez de Moneda Dura quien saldría victorioso sería el dúo Buena Fe, con una estética muy deudora de la Nueva Trova por momentos y en otra apelando a giros y guiños filosóficos musicales propios de intérpretes como Joaquín Sabina, Ricardo Arjona y el cubano Carlos Valera. A título personal soy del criterio que si el fenómeno Habana Abierta hubiera ocurrido en Cuba y no en España, el impacto de los músicos guantanamero no hubiera sido el que hoy conocemos.

Pero el pop cubano de este momento es mucho más. Y se encarna en el trabajo de un David Blanco, tal vez el más cubano de los artistas pop del momento; sobre todo en sus abordajes musicales donde hay una constante presencia de la tradición sonera; reafirmando aquello de que la tradición (no) se rompe pero cuesta trabajo.

Así llegamos al momento en que ocurre el acallamiento de lo popular bailable a fines del primer lustro de los dos mil. Lo primero que ocurre es que se cierran algunos espacios bailables y otros son redimensionados, como ocurrió con el Salón Rosado de la Tropical, que pasó de ser la meca de la música bailable cubana a una sala donde alocadamente se ofrecían conciertos de rock o de músicas “alternativas” como la electrónica, alejando con ello al público habitual.

Pero también estaba ocurriendo de forma paralela otro proceso y era el envejecimiento tanto de los músicos que lideraban el tema popular bailable, de su público natural y el agotamiento propio de tanto generar y vivir la música en los años noventa.

Y si estaba ocurriendo un proceso de envejecimiento, lo natural era que ocurriera un proceso de renovación tanto estilística como conceptual; y aunque el tiempo de la timba brava o dura estaba quedando atrás -ya era insostenible por el público y los mismos músicos que no lograron entender a tiempo los cambios que se fueron presentando- y se hacía necesario atemperarse a los nuevos acontecimientos. Parecía que se generaba una vanguardia con agrupaciones como Pedrito Camacho y el Clan,  o el mismo caso de Arnaldo y su Talismán; pero no ocurrió totalmente.

Los primeros tomaron la ruta de la emigración y con ello fumaron la pipa del olvido al dejar atrás a un público que comenzaba a distinguirles por encima de quienes estaban establecidos. El segundo poco a poco fue modificando su norte musical al abrirse a influencias de música caribeña y otras corrientes. Sobrevino entonces el aparente silencio musical que algunos temían o comentaban sotto voce: el fin de los años dorados de la música popular bailable cubana; quedando  un círculo vicioso donde estarían las mismas orquestas y bandas que pudieran adaptarse y reptar en espera de nuevos vientos.

Pero en esa misma medida se fueron gestando algunos fenómenos musicales que hoy resultan interesantes y arrojan nuevas luces sobre lo que ocurre o habrá de ocurrir con la música popular bailable en tiempos recientes y algunos (al menos los tres próximos) años vistas. Se trata de Habana de Primera, Alain Daniel, Maikel Blanco y su orquesta; el Noro y Primera clase, El Niño y la Verdad, Alain Pérez y Aisar y el Expreso de Cuba.

Propongo que nos acerquemos a estos hechos en orden ascendente en cuanto a su posible impronta a futuro y a su jerarquía musical.

Tras haber hecho carrera como cantante en cabaret Parisién primero y después en la orquesta Bamboleo de Lazarito Valdés, Alain Daniel  se lanza al ruedo de hacer su orquesta dedicarse a cantar temas dentro de una variante muy cubana de la salsa que tiene su antecedente más cercano en la carrera de Isaac Delgado. Cuidado en los textos a partir de una selección atinada del repertorio, una imagen muy cercana a la candidez y la decencia -no es que los otros no lo sean- calzada por su capacidad histriónica que le ha llevado a combinar la música con la actuación. Musicalmente Alain Daniel es hoy por hoy el más completo de los cantantes cubanos del momento.

Pero si AD es la cordura hecha música cubana su contemporáneo El Noro es el desenfado juvenil de estos tiempos. A pesar de haber militado en otras agrupaciones su popularidad llega de la mano de la orquesta de Cesar “Pupi” Pedroso. Se le puede definir musicalmente utilizando una frase del compositor cubano Athanay: “…es un blanco timbero…”. Y es que ha logrado combinar en su trabajo musical elementos de la timba más brava pero haciendo hincapié en los giros propios de la rumba de estos tiempos.

Quien haya seguido su carrera musical verá que sus textos intentan hacer la crónica de su generación y de su tiempo pero desde una dinámica que no elude los lugares comunes o las situaciones cotidianas y, aunque no acusan un alto vuelo poético, sí reflejan una voluntad de expresarse popularmente sin asumir poses reprobables socialmente.

Maikel Blanco y su orquesta, La Salsa Mayor, es de todos los casos aquí comentados, quien más años lleva en el ambiente popular cubano. Su entrada en estas lides ocurre en los momentos que el movimiento timba entraba en su proceso de decadencia –sería mejor decir estancamiento, quién sabe- sin embargo, su trabajo llamó la atención por la afinidad conceptual que tenía y tiene con el del pianista Manolito Simonet.

En su calidad de músico y arreglista ha sabido asimilar todas las influencias necesarias para que su trabajo musical llegue al bailador; un bailador que está sujeto a las disfuncionalidades que está enfrentando la música cubana hoy;  sin hacer concesiones al regettón u otras corrientes en moda.

A estas alturas del relato me permito hacer una inversión en el orden jerárquico de los acontecimientos y propongo que nos acerquemos a Habana de Primera antes que a El niño y su orquesta.

La banda que lidera el trompetista Alexander Abreu está compuesta por músicos que en su mayoría alcanzaron su madurez profesional en los años noventa, algunos de ellos virtuosos reconocidos de sus instrumentos, como Nápoles en la guitarra o Carlos Álvarez en el trombón quienes provienen de la vieja escuela: Opus 13 el primero e Irakere (entre otras agrupaciones) el segundo. En el momento que deciden organizar esta agrupación su trabajo fundamental era ser músicos de estudio y la música popular bailable, léase timba; necesitaba una sacudida que motivara tanto a músicos como a bailadores  y como ocurrió en 1988, hubo estremecimiento.

Habana de Primera es, como muchas otras orquestas de su tipo, un descendiente de Irakere o de NG la Banda con todas las de la ley; pero tan ilustre influencia no le ha permitido definir un estilo propio para abordar las temáticas que interesan al bailador cubano y al fin después de casi una década de repliegue llegaron nuevos aires a la música cubana. Se reabría el ciclo nuevamente y aunque la timba no es como ayer, la de hoy complace a todos.

La banda que dirige Alexander Abreu logró renovar el interés del bailador en general por la música cubana del momento y restituyó en algo el orgullo musical de la nación en momentos donde se comenzaban a consolidar corrientes como la bachata de tónica y dominante; pero a su vez dio el espaldarazo necesario a lo que se ha definido como el “cubatón” o el maridaje musical entre la timba y el reguetón expresado fundamentalmente en el trabajo de una agrupación reguetonera como Los 4.

Emilio Frías, o simplemente “El niño” como se le conoce en ambiente musical cubano de estos tiempos, es tal vez, de los aquí reseñados el que más cerca está de la tradición sonera clásica; su trabajo musical tiene influencias medulares del son contemporáneo, del changüí y de la salsa fundacional, aquella que en los setenta y ochenta del pasado siglo marcó el universo sonoro del mediterráneo caribeño. Pero estas influencias no son fruto del azar: su voz de sonero es una mezcla de muchos antecedentes a considerar, es como una buena combinación de Raúl Planas y Roberto Faz, y son determinados por su director musical el pianista Wilfredo Naranjo Jr., o simplemente Pachi Naranjo y su complemento en el guitarrista Dayron Ortega.

El primero hace honor a su linaje musical, un linaje que proviene de su padre, uno de los pianistas más importantes del son cubano en los últimos cincuenta años y que ha dirigido una no menos importante charanga: La Original de Manzanillo; el segundo, todo un estudioso del son que hizo su grado musical junto al tresero Pancho Amat y su Cabildo del son. Con semejantes credenciales se podrá entender la impronta que puede quedar del trabajo musical que comparten con El Niño.

Si hasta hace unos años las referencias soneras se detenían en el trabajo de Adalberto Álvarez como renovador, hoy se hace obligado tener presente a este trío de jóvenes –sumados sus años de vida acercan a la edad de Adalberto—a la hora de abordar los elementos que harán luz sobre la música popular cubana en los años venideros.

Aún quedan hechos por analizar, música por escuchar y vivir y mucho que sudar. Estos son algunos pasajes que permitirán entender que vendrá o que no vendrá en un futuro. Por ahora me atrevo a afirmar habrá para la música popular bailable cubana una oportunidad más. La soledad no es asunto a considerar en su historia.

 


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