La relación que se forjó entre Nicolás Guillén y Pedro Mir, poetas nacionales de Cuba y República Dominicana, respectivamente, resultó estrecha y fraternal. Ambos, tenían un pensamiento común y defendían con orgullo la condición de caribeños, además de ser grandes humanistas.
Desde que se conocieron, tanto Guillén como Mir, respetadas voces de la poesía, no dejaron de tener en sus prioridades y preocupaciones políticas, literarias e históricas, a los pueblos del Caribe.
En el Contracanto a Walt Whitman, escrito en Cuba y publicado en Guatemala, en el año 1952, Mir reafirma su condición de caribeño, haciendo resaltar, en pocas palabras, su sentido de pertenencia, su madurez ideológica y política, identificándose de la siguiente manera:
“Yo, un Hijo del Caribe,
precisamente antillano:
Producto primitivo de una ingenua
criatura borinqueña
y de un obrero cubano,
nacido justamente y pobremente,
en suelo quisqueyano”.
Desde su arribo a Cuba en 1947, perseguido por los cuerpos represivos del dictador Leónidas Trujillo, Mir se vinculó con figuras importantes de la cultura cubana y de filiación marxista. Dos ejemplos cimeros en eso fueron el propio Guillén y Ángel Augier.
Mir defendía la necesidad objetiva de lograr la unidad y la identidad de todos los pueblos del Caribe. Sobre esto último refirió con objetividad: “Visto desde la mentalidad del colonialista inglés, el Caribe sí es una identidad: las islas que constituyen fuentes de explotación”.
En cuanto a Guillén, su obra poética referida al Caribe no dejó de ser vasta. Fue, uno de los primeros escritores cubanos en llevar el tema de nuestra región a la literatura, lo que se puede observar en libros como West Indies Ltd –calificado por dicho autor como el monumento a la unidad antillana-, Por el mar de las Antillas, anda un barco de papel o poemas como El Caribe, contenido en el libro El gran Zoo.
En lo que particularmente concierne a la amistad entre Guillén y Mir se debe tomar como uno de los puntos de partida la visita que le hiciera el dominicano al cubano en una noche del mes de septiembre de 1948, aunque no se debe obviar la hipótesis, con visos de realidad, de que los vínculos de Juan Bosch – otro grande de las letras dominicanas – y Nicolás Guillén, surgidos desde 1939 en La Habana, hayan propiciado los primeros acercamientos de Mir con el poeta cubano, y viceversa.
El día 19 del mes mencionado, Mir le envía a Guillén – a quien llama amigo mío –, una extensa carta referida a la conversación que ambos habían sostenido en casa de este último. Ya antes se habían encontrado, según Mir, cuando Guillén le expresó en una céntrica calle de La Habana: “Le debo un poema a Santo Domingo…”
La carta de Mir, es portadora de una certera visión antimperialista, escrita por un patriota que no pierde tiempo en proclamar los sacrificios de su pueblo y la necesidad de aunar fuerzas, de dentro y de fuera, para romper las cadenas a las que estaba atado por la dictadura trujillista y por la dominación económica, política y militar de Estados Unidos. Habla de la resistencia de su pueblo, por diferentes vías y medios, luchando en las peores condiciones, a lo que se referiría pocos meses después en su extensa y vibrante poesía Hay un país en el mundo, publicada en La Habana.
Un antecedente poco conocido sobre la postura de Guillén con respecto a la dictadura trujillista es recogido en la biografía del poeta cubano confeccionada por el periodista y escritor Joaquín G. Santana, quien fuera uno de sus cercanos colaboradores.
En la biografía mencionada se recuerda que durante la visita que Guillén realizara a Haití, a donde llegó en el año 1942, y recibido por su amigo, el prestigioso intelectual haitiano Jacques Roumain, el cubano fue visitado, en la pensión donde vivía, y sin previo aviso, por el embajador dominicano en dicha nación, quien le manifestó el interés de que visitara la República Dominicana.
Al notar que la invitación quedaba sin la respuesta esperada, el diplomático le expresó a Guillén que si temía represalia alguna, estando en República Dominicana por haber criticado antes a Trujillo, no se debía preocupar por ello, acotando que “… el Presidente lo perdonó hace mucho tiempo”.
Después –precisa Joaquín G. Santana–, con disimulada ingenuidad Guillén le preguntó al representante trujillista: “¿Está seguro que nada desagradable debo temer en su patria?”. “Segurísimo”, le contestó. “¿Y qué hago si Trujillo me condecora?” Le insiste Nicolás: “Porque no sé dónde iba yo a meter la cara después que su Presidente me pusiera en el pecho la cruz de Juan Pablo Duarte, por ejemplo, y me diera un abrazo y me soltara como perro en lata a corretear por el mundo”. El diplomático (que era un cínico, según el poeta) soltó una carcajada. Y el cubano, puesto de pie, lo despidió inmediatamente.
En realidad, fueron ejemplares las relaciones entre Guillén y Mir. Véase como en carta que dirigió a Juan Bosch años después, con fecha 29 de noviembre de 1976, Guillén le insiste en dar “Muy cordiales saludos y recuerdos a los amigos de por allá, y de manera especial al grande y modesto y sencillo y puro Pedro Mir”. ¡Era incuestionable la grandeza de Guillén sobre Mir en solo dos líneas!
Y es que ambos forjaron entre sí una sincera y leal amistad a lo largo de muchos años de identificación plena en ideales de carácter social y político, de ágil y fructífera comunicación e intercambios en cuestiones relacionadas con la poesía comprometida con las aspiraciones de las clases más humildes y la lucha contra el capitalismo, tanto en Cuba como en República Dominicana.
Deje un comentario