Niñez, adolescencia y juventud de Carlos Manuel de Céspedes


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Como ocurre con las biografías de muchos personajes de la historia, en cualquier parte y lugar, los primeros años de vida suelen ser los más desprovistos de información para el interesado. El caso de Carlos Manuel de Céspedes no es la excepción. De niñez acomodada, pues nació en familia adinerada, como se sabe, la infancia de Céspedes se desenvolvió fundamentalmente entre la casona natal de Bayamo y una de las haciendas de sus padres (la finca Canavacoa), en las faldas de la Sierra Maestra (hoy territorio de Bueycito).

La versión que con más fuerza ha llegado hasta hoy, dice que por temor a un ataque corsario los padres movieron a los vástagos hacia ese recoleto rincón del sur oriental. Lo cierto es que el niño Carlos Manuel, atendido por una nana negra, correteó y jugó en plena naturaleza durante sus primeros cinco años de vida. Es de suponer, al menos todos los biógrafos lo dan por cierto, que el vasto mundo de leyendas y mitos del Oriente cubano debió ser trasmitido tempranamente al niño. Eran varias las enigmáticas narraciones que entonces circulaban en Bayamo y sus alrededores: la presencia de los jigües (o güijes) en los ríos y montes, la misteriosa Torre de Zarragoitía (con cuentos tremebundos de asesinatos y fantasmas), la Ondina María Luisa y el charco del río San Juan, las infaltables hadas de los bosques, la india Analay vagando por las márgenes del río Bayamo en busca del ánima de su amante, el guerrero Guanicanor (de las huestes del Cacique Hatuey), la intrigante Cruz Verde, aparecida a la orilla de un río a un sorprendido campesino que pasaba por el lugar y así, un sinfín de extrañas y sugerentes narraciones que pululaban en las localidades orientales. En realidad, era esta, otra forma (desde lo fantástico y lo místico) de vincular a los infantes con el terruño.

Antes de cumplir los cinco años de edad ya Carlos Manuel montaba a caballo. Luego dirá, en una de sus cartas durante la guerra, que creció “como los tártaros”, es decir, encima de una montura como el trashumante pueblo asiático. En otra misiva a su esposa, durante la guerra de 1868, Céspedes reconoció que su niñez había comenzado con una quietud y mansedumbre de carácter muy notable, que se trocó luego por una hiperactividad y energía que lo convirtieron, según sus propias palabras, en un “niño endemoniado”.

A los cinco años, ya de vuelta a Bayamo, ingresó en la escuela privada de Doña Isabelica, una mujer ya mayor que, auxiliada por su sobrina, la señorita Asunción, dio clases a buena parte de los hombres del 68, bayameses. En esta escuela solo se enseñaban cuestiones elementales (aprender a leer y escribir, así como recitar de memoria la vida de los santos y las tradiciones locales) y la palmeta en los brazos de los niños era la mejor convocatoria a la disciplina que allí se dispensaba. De esta etapa algunos biógrafos rescatan alguna que otra anécdota del niño Carlos Manuel como la que refiere que impuso su sentido de la justicia al defender a otros niños objetos de abusos de sus condiscípulos.

Con diez años, Carlos Manuel ingresó en el Convento de Santo Domingo, donde concluyó sus estudios primarios (y con parte de la enseñanza secundaria). Según el ilustre erudito bayamés José Antonio Saco, este fue “el único establecimiento científico que había en Bayamo”, donde también él también cursó sus estudios. En el convento se enseñaba latín, filosofía (o lo que se entendía entonces por este nombre), que no era otra cosa que el estudio de algunos clásicos desde una escolástica elemental y teología (también desde la perspectiva escolástica). Volviendo a Saco, este apuntó que el convento ofrecía “una enseñanza deplorable”, pero que, sin dudas, era la mejor que se podía recibir en toda la región del Valle del Cauto, a inicios del siglo XIX.

El fraile dominico José de la Concepción Ramírez, director del convento, era considerado un espíritu abierto culturalmente a las nuevas ideas y métodos educativos, y en la época del Céspedes estudiante, modificó los métodos pedagógicos, modernizando la institución. Según algunos biógrafos, a los tres años de estar allí, Carlos Manuel había progresado notablemente. Se destacó Céspedes en Gramática y Latín y tradujo, entre otros, a Horacio y a Virgilio del latín al español. Céspedes cursó los cinco años en el convento y fue considerado por sus profesores “arisco y testarudo pero comprensivo y estudioso”, según su biógrafo José Maceo Verdecia, historiador de Bayamo a inicios del siglo XX.

En todo este tiempo de educación primaria y media, al término de los estudios volvía Céspedes al campo, a montar a caballo, nadar en los ríos, cazar y practicar otros tipos de ejercicios físicos. De ahí que en la juventud ya se le recordaba por muchos condiscípulos como un joven fornido y ágil. Como siempre sucede con este tipo de temperamento adolescente, los meses de vacaciones eran los más felices y añorados por los jóvenes cuando regresaban a la libertad de los campos.

Necesitaba el joven Céspedes concluir sus estudios y para ese fin los padres lo enviaron a la Habana, a la universidad de San Gerónimo, donde estuvo otros cinco años y se graduó con muy buenas calificaciones. En el célebre poema “Contestación”, de 1852, un texto de fuerte aliento autobiográfico, Céspedes, habla de la combinación que hizo de docencia y esparcimiento en la capital: “También forjé mis locos devaneos/ también gocé variadas impresiones;/ sentí apagarse y renacer deseos./ y crucé por espléndidos salones;/ en la fuente bebí de la opulencia y saludé las aulas de la ciencia”. En la estrofa siguiente habla de La Habana y después menciona conquistas amorosas y refiere lo que en aquella época juvenil esperaba de las mujeres (placer, adhesión, ternura y fe), con lo que se puede suponer que en los años habaneros el joven casquivano galanteó bastante. Se sabe que era un magnífico bailador y que era frecuente en los salones de baile, como todo joven de su clase social. Eran los años del gobierno tiránico del Capitán General Miguel Tacón, pero estos jóvenes de clases adineradas vivían al margen de la política.

Terminados los estudios universitarios en la capital de la colonia, los padres lo enviaron a completar los estudios de Derecho en España, en la región catalana (probablemente en Figueras, pues la universidad de Barcelona estuvo cerrada por aquellos años de 1840 al 42. Antes de viajar se casó en Bayamo con su prima por partida doble María del Carmen Céspedes a la que dejó embarazada. Tenía entonces veinte años de edad. Terminados sus estudios que lo convirtieron en Abogado del Reino, como se le decía entonces, los padres lo premiaron con un viaje por varios países europeos. De esta etapa no hay mucha información, pero se sabe que visitó Inglaterra (donde se codeó con la alta burguesía inglesa y participó en las cacerías de zorros, en las que demostró sus destrezas como jinete), Francia, Italia (donde bajó a las catacumbas y se empapó de las luchas populares de esa nación), Alemania y Turquía.

De toda esta etapa juvenil, que he trazado en rápidas líneas, los tres hechos más notables fueron: el examen a claustro pleno con que terminó sus estudios en la universidad de San Gerónimo, una modalidad de examen que solo asumían los más capaces y talentosos y que consistía en enfrentarse a un tribunal de exigentes doctores que acribillaban a preguntas al estudiante. Céspedes venció satisfactoriamente la prueba y ello le permitió graduarse antes que los demás alumnos. Otro hecho sobresaliente fue la traducción que realizó de la Eneida, de Virgilio, del latín al español, una verdadera proeza intelectual (era la segunda vez que se hacía en las letras españolas, según Rafael Esténger) y que supongo debió realizar en varios años. El tercer hecho fue su participación en los disturbios sociales que se produjeron en Cataluña durante sus estudios superiores, a los que Céspedes se sumó y en los que, según su propia confesión, alcanzó los grados de capitán en las milicias ciudadanas. De su permanencia en España se habla por algunos biógrafos de un duelo sostenido con un oficial español que ofendió a Cuba y al que Céspedes retó y abatió, pero es un dato sin mucha confirmación.

De su participación en las luchas catalanas surgió la muy conjeturada relación entre Céspedes y Juan Prim, pero mis indagaciones ulteriores no me han permitido confirmarla. Todo parece indicar que los textos históricos y testimoniales de Antonio Pirala y José Güell y Renté, pusieron sobre el tapete la supuesta amistad entre el bayamés y el futuro Conde de Reus, la que, extrañamente, nunca mereció de Céspedes ni una simple nota en toda su escritura de campaña, a pesar de la importancia de Prim en la historia española y en particular en los inicios de la revolución de 1868.

Sobre el joven bayamés se sabe, además, que practicó esgrima, gimnasia, ajedrez (del que fue un experto jugador), animó puestas en escena teatrales, aprendió cuatro idiomas (inglés, alemán, francés y algo de italiano, es decir, un verdadero políglota), lo que habla de un extraordinario aprovechamiento de sus intensos años juveniles. Insisto en que esta etapa inicial de la vida de Carlos Manuel de Céspedes no es muy conocida por la falta de documentos que la avalen. He anotado en este texto, sin embargo, las cuestiones más importantes de su niñez y juventud. Junto con los baúles con recuerdos y presentes que trajo de Europa, vinieron también las ideas liberales que penetraron la febril mente del joven, quien hizo ese viaje prestando mucha atención a todo lo que vio y siempre con su amada isla en sus reflexiones (“a mi país era debido/ el incendio voraz de mi vigilia”, también del citado poema).

Al regreso de ese largo viaje de dos años, ya el joven que partió de Cuba no era el mismo, había constatado otras sociedades, culturas, formas de gobierno y regresó con la convicción de que debían producirse severos cambios en la atrasada colonia española para que el país prosperase. En el referido poema “Contestación”, él autor lo destaca en una estrofa: “Quise ser el apóstol de la nueva/ religión del trabajo y del ruido,/ y ya lanzado a la tremenda prueba/ a un pueblo quise despertar dormido,/ y ponerlo en la senda con presteza de virtud, de la ciencia y la riqueza”. Mucho tendrá que crecer y madurar el joven Céspedes para que ese apostolado tenga lugar.

Al margen de la calidad literaria del poema, que no es la mejor obviamente, ese texto ha servido para ofrecerle al estudioso algunos códigos y tópicos sobre el Céspedes joven y sobre cómo pensaba cuando era un veintiañero. El texto fue escrito cuando su autor había cumplido los treinta y dos, es decir, en la década siguiente, por lo que la etapa que recrea y anota en ese texto de carácter autobiográfico, estaba todavía fresca en su memoria.

Pocos años después de escribir el poema de referencia, un Carlos Manuel de treinta y seis años, concibió junto a algunos compañeros de ideas, un plan de asalto y toma por las armas de Bayamo y Manzanillo. Esta tentativa afortunadamente no se llevó a cabo, pues hubiese sido, con toda probabilidad, un fracaso. Aún no estaban creadas las condiciones para la lucha insurreccional contra la Metrópoli y Céspedes y sus seguidores deberán esperar algo más de una década para su anhelado proyecto independentista.


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