Quizás algunos de los que lean este título pensarán que es un error, pero les aseguro que el poeta, escritor y editor Norberto Codina (Caracas, Venezuela, 1951) los va a convencer de lo contrario.
Codina ha dedicado su vida adulta toda, a la literatura y a la promoción cultural.
Llegó a Cuba en el año 1959, y es un cubano de gran sentido del humor, «amigo de sus amigos», dicho que parece inventaron para él, y amante del café –quizás por eso, la foto que nos dio como cortesía para esta entrevista.
El escritor es un apasionado del beisbol, no solo de los juegos, los promedios, los records, sino también de su historia; ha aplicado al mismo sus conocimientos en el ámbito de la cultura, la lengua y la escritura, y son muchos los textos de su autoría referidos al pasatiempo nacional.
Codina tiene y promueve –para decirlo con una frase suya– «una conciencia cultural del beisbol», deporte que tanto añora en estos tiempos de pandemia.
Es, desde abril del año 1988, el director de la revista La Gaceta de Cuba, fundada el 15 de abril de 1962 por Nicolás Guillén, hablando del cual da inicio esta conversación con el Periódico Cubarte.
Quisiera comenzar por pedirle, que una vez más, narre a los lectores su primer encuentro con Nicolás Guillén, porque muchos conocen la historia, pero otros muchos, sobre todo jóvenes, no.
De mi época en el Instituto del Vedado guardo el recuerdo entrañable de la mañana que, con la audacia propia de la juventud, decidí conocer a Nicolás Guillén.
Corría el año 1969, tenía diecisiete años, hacía mis pininos como escritor y me había «atrevido» a mandar un cuaderno de cuentos para el concurso David de escritores noveles. Como era de esperar, no gané nada, y cuando fui a recoger el manuscrito pedí, instado por un condiscípulo que me acompañaba –Filiberto Carrié, mulato tozudo como no hay dos, años después periodista y fotógrafo de larga trayectoria–, conocer a Guillén.
La recepcionista nos anunció como dos jóvenes «escritores» que deseaban conversar con el poeta, y Nicolás, con más audacia que nosotros, nos abrió las puertas de su despacho. Tanto yo como mi acompañante vestíamos de manera tan desarrapada como reclamaba la herejía de la «moda» estudiantil.
Ordenó que nos sirvieran café y durante poco más de una hora nos enfrascamos en un diálogo signado por la soberbia propia de los adolescentes, una mezcla por nuestra parte de admiración y desfachatez, y la soberbia propia del gran poeta, que nos daría una lección elemental, con la autoridad de su sabiduría, cuando nos recomendó que para ser escritores debíamos primero dominar el idioma, la gramática, la métrica…y olvidarnos de todo una vez que lo lográsemos. Y allí nos leyó para ilustrar sus consejos uno de sus primeros textos publicados, «La balada azul».
Recuerdo la paciencia de Guillén, y mucha había que tener con esos dos impresentables, con más facha de analfabetos que de estudiantes, y como en todo momento alternó de igual a igual con sus jóvenes interlocutores.
Esa mañana no podría vaticinar que desde 1971, apenas dos años después de ese primer encuentro, hasta hoy, serían muchos los reencuentros con su persona, su obra, su familia a la que tanto aprecio –su nieto Nicolasito es mi hermano de mil escaramuzas–, y que la institución y la revista que fundó fueran el capítulo principal de mi vida profesional.
Pero nunca se repitió con Nicolás esa entrevista signada por tanta transparencia, autenticidad, con mis ropas y zapatos muy gastados y un café delicioso en la mano, y el poeta en la plenitud de su madurez, y leyendo sus poemas con su voz irrepetible, como en aquella mañana que evoco en la cálida primavera vedadense de 1969.
¿Le agradece de algún modo a la pandemia? ¿Ha escrito en el enclaustro cuentos o poemas? ¿Tienen algunos como tema la epidemia?
Más que agradecer, que para un mal de esta envergadura es un sinsentido, si me ha permitido probar para bien rutinas y afectos que siempre me han acompañado. Debo esos poemas, seguro alguno escribiré.
Sí he escrito varias crónicas para mi columna de La Jiribilla, y aprovecho para citar en extenso el fragmento de una de ellas, pues creo sus ideas son cada día más pertinentes:
«Mi buena y sabia amiga la doctora Graziella Pogolotti, título que lleva siempre como justo blasón de la nobleza del pueblo, me citó como “los clásicos” –y de paso enriqueció mi idea original– en su popular columna que replica semanalmente la prensa nacional: “En estos días de coronavirus, un amigo, el poeta Norberto Codina, observaba con sagacidad que no debía hablarse de aislamiento social, sino de aislamiento físico. En efecto, la dimensión espiritual que habita en nosotros es un reservorio vital, fuente de vida similar a lo que tradicionalmente se denominaba alma. Se construye desde las primeras edades en el intercambio entre los humanos”.
Aislamiento o distanciamiento social es un término errado que estamos reproduciendo. Lo que se trata es de fomentar el aislamiento o distanciamiento físico, pues el vínculo social nos es más necesario que nunca, aunque sea a través de llamadas telefónicas con fijos o celulares –que sustituyen las añoradas visitas–; el intercambio por los correos electrónicos, washap, facebook, etc.; cuando en las esporádicas salidas para gestiones puntuales saludamos –nasobuco y calle mediante–, a vecinos o conocidos; o cuando en determinadas noches salimos a los balcones, patios y portales de nuestras casas a batir palmas con el resto del barrio, para sentirnos enlazados en la resonancia de esos aplausos. Para no hablar que oír música, ver tv o series, estar al tanto de las noticias más que nunca, o el sencillo acto de la lectura, es una forma ejemplar de interactuar socialmente».
A esto se suma recuperar, terminar y/o adelantar varios proyectos de libros. Tuve la grata nueva de que Para otra lectura de Ballagas, recopilación de textos aparecidos en La Gaceta y pendiente hace años por diversos motivos en la editorial camagüeyana Ácana, fuera retomado y concluido, en espera ahora de la impresión.
Igual entregué a solicitud de Claustrofobia Promociones Literarias un puñado de mis crónicas sobre temas beisboleros, para un librito digital, El beisbol en el misterio de Cuba.
Y llevo unos meses enfrascados en una compilación que me tiene muy entusiasmado, México en La Gaceta de Cuba, volumen que debe dar unas cuatrocientas páginas con una selección de setenta y nueve asientos, escogidos entre más de un largo centenar aparecidos en la revista desde 1962, tanto de autores mexicanos, como sobre temática de ese hermano país. Título que se debe a una feliz iniciativa de la embajada de México en la persona de su embajador el buen amigo Miguel Díaz Reinoso, y donde hemos recogido colaboraciones de gozosa lectura.
¿Cuándo saldrá el próximo número de La Gaceta de Cuba?
Por ahora se mantiene un largo paréntesis hasta que pueda reaparecer la revista. Incluso su último número, que me parece excelente –«modestia, apártate»–, tuvimos que presentarlo en PDF. Lo hicimos en Fábrica de Arte, un lugar muy apropiado para presentaciones de este tipo.
Fue una experiencia positiva, pero indiscutiblemente fue un evento coyuntural. Otra cosa es una revista digital, que tiene sus propios códigos, en diseño, contenido y tiempo de actualización. No renunciamos en un futuro a retomar la revista en soporte papel, manteniéndola colgada del sitio de la Uneac como hasta ahora.
El XXV Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, también se hizo de manera virtual…
Se hizo en los códigos ciberespaciales a tenor de la cuarentena; sus resultados –el premio fue el reconocido poeta Luís Lorente, y la beca la mereció Martha Luisa Hernández Cadenas, voz destacada entre los más jóvenes–-, dan fe de cómo se pueden generar en tiempos de cuarentena eventos culturales exitosos.
¿Hay algo que extrañe más en estos tiempos que los partidos de beisbol?
Celebro que me hagas esta pregunta, pues el beisbol –sin acento como corresponde al léxico cubiche y caribeño, reconocido por el pueblo y la academia–, es de lo que más añoro. Tengo un amigo con el que cuento los días hasta que en ¿agosto? se reanude la serie. Mientras, tengo como aliciente el fútbol, sobre todo con la liga española y mi equipo el Barça.
¿Ha cambiado su visión del mundo y de las relaciones humanas o se han reafirmado algunas intuiciones o certezas que ya tenía, en esta etapa?
Creo que esto se contesta en parte con mi crónica ya citada en este cuestionario. Pero en fin, creo que se han reafirmado más las intuiciones y certezas, pues una vez más se ha demostrado que la peor de las pandemias es la desigualdad económica.
Lamentablemente predominan los intereses egoístas, por demás globalizados, que no nos permiten tomar conciencia cabal de las lecciones que este drama nos ha dejado. Para algunos valdrá, y aunque sea una minoría entre gobiernos y personas, algo quedará a favor del ser humano.
En una reciente entrevista a Josué Pérez, director del Centro Cultural Dulce María Loynaz, él me comentaba, «Creo que la crisis sanitaria cambiará de una vez y por todas la promoción de la literatura». Quisiera saber sus consideraciones al respecto.
Josué, al que conocí siendo él muy joven –cuando integraba el taller literario de San José de las Lajas–, ha sido perspicaz al señalar esos posibles, y aún hipotéticos, cambios. Pero el gran desafío, que se debe ir pensando y proyectando, es como instrumentar toda esta experiencia a favor de la cultura en general.
Cómo se hará, no me queda del todo claro. Para empezar hay que saber valorar y administrar lo que se tiene, ver las respuestas alternativas que nos ha dejado, desde el ciber espacio hasta los eventos minimalistas, y por eso no menos importantes, que se han generado.
La famosa «tormenta de ideas» que ha generado todo este período de cuarentena y distanciamiento físico, debe rendir un provecho futuro, y creo que algunas cosas han llegado para quedarse.
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